Teatro Argentino. Teatro Argentino Desde sus orígenes a la década del '80
Enviado por Sara • 2 de Mayo de 2018 • 1.838 Palabras (8 Páginas) • 422 Visitas
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[pic 6]Teatro Coliseo. Litografía. C.H. Bacle.
[pic 7]Tertulia porteña. Litografía de Alberico Ísola.
El teatro en tiempos de Rosas
La historia del teatro argentino durante el período de 1829 a 1852, se caracteriza porque la actividad teatral se vio influenciada por las presiones políticas, según testimonian los afiches de la época. El teatro se volvió más popular, se destacó como actividad de entretenimiento para las masas del campo y de los suburbios. El circo fue el espectáculo preferido del federalismo mazorquero. El circo se desarrollaba bajo la influencia de los ejemplos europeos y latinoamericanos en este género, sobre todo de aquellos que en sus giras incluían a la Argentina. En 1827 se inaugura el primer parque de diversiones, El Parque Argentino o Vauxhall que ocupaba el espacio de la actual Plaza Libertad, donde había diversas instalaciones entre ellas el espacio para un circo de 1500 espectadores.[pic 8][pic 9]
El parque cierra en 1838, año en que se inaugura un nuevo teatro, Teatro de la Victoria, que atrae a la sociedad rosista, a las representaciones extranjeras, los marinos ingleses, franceses y americanos; y sobre todo, donde brilla Manuelita Rosas. El repertorio era extranjero con predominio del drama y la comedia española. Hubo grandes actores, pero la proscripción influyó en
Que no hubiera autores que pudieran exhibir sus obras durante los veinte años de tiranía.
Entre ellos, Juan Bautista Alberdi, escribe desde su exilio en Uruguay, la petite pieza El Gigante Amapolas (1842) sátira sobre el régimen rosista y caudillista; en esta ocasión Alberdi utiliza por primera vez elementos del absurdo y del grotesco en la dramática argentina.
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La Organización Nacional y el fin del siglo XIX.
Solamente circunstancias extremas como las guerras o la fiebre amarilla, hacían declinar temporalmente la actividad teatral. Las colectividades extranjeras crecían en todo el país, y de ellas dependía la actividad teatral y artística. Por lo que no había espectáculo o novedad en Europa que no influyera en la vida argentina. Diversas compañías europeas visitaban el Río de la Plata en forma continuada, y los escenarios porteños eran considerados la meca artística para los espectáculos europeos.
El nuevo siglo.
Los comienzos del siglo XX inauguran la época de oro, donde brillaron los nombres de Roberto J. Payró (Sobre las ruinas; Marco Severi), Florencio Sánchez (Nuestros hijos; En familia) y Gregorio de Laferrere (¡Jettatore!; Las de Barranco), quienes dieron gran impulso a la actividad escénica, basados en una estética costumbrista de alto impacto en el público. El gran hito se produjo en 1930, cuando Leónidas Barletta fundó el Teatro del Pueblo, piedra fundamental del movimiento independiente, ubicado en las antípodas de lo comercial. La iniciativa tuvo su período más fructífero entre 1937 y 1943, con un repertorio universal que no descuidaba la producción de autores nacionales como Roberto Arlt (Saverio el cruel; 300 millones), Raúl González Tuñón (El descosido; La cueva caliente), Álvaro Yunque (La Muerte es hermosa y blanca; Los cínicos) y Nicolás Olivari (Un auxilio en la 34). La década del 40 se caracterizó por la afirmación del teatro independiente y la proliferación del vocacional. Además de Barletta, cabe citar elencos como La Máscara y el Grupo Juan B. Justo. Nuevos dramaturgos como Andrés Lizarraga (Tres jueces para un largo silencio), Agustín Cuzzani (Una libra de carne; El centrofoward murió al amanecer) o Aurelio Ferreti (La multitud; Fidela) estrenaron sus primeras obras. Se afianzó también el teatro de títeres, con la producción de Javier Villafañe (Títeres de La Andariega) y Mané Bernardo (Títeres: Magia del Teatro), que luego continuarán Ariel Bufano (Carrusel titiritero) o Sarah Bianchi (Títeres para niños).
La consolidación del teatro independiente.
Una segunda etapa del teatro independiente se desarrolló en los umbrales de los años 50. A la entrega de la primera época, se agregó el afán de capacitación, estudio y formación por parte de actores, directores y dramaturgos. Los nuevos elencos: Teatro Popular Fray Mocho, dirigido por Oscar Ferrigno; Nuevo Teatro, conducido por Alejandra Boero y Pedro Asquini; Los Independientes, fundado por Onofre Lovero; a los que se sumó la producción del Instituto de Arte Moderno (IAM), de la Organización Latinoamericana de Teatro (OLAT), del Teatro Telón o del Teatro Estudio, encontraron su réplica en el interior del país. En 1949, Carlos Gorostiza (El pan de la locura, Los prójimos, El acompañamiento) estrenó El puente. A esta segunda etapa corresponden también las primeras producciones de autores como Pablo Palant (El escarabajo), Juan Carlos Ghiano (Narcisa Garay, mujer para llorar), Juan Carlos Gené (El herrero y el diablo) y Osvaldo Dragún (La peste viene de Melos; Historias para ser contadas). Los ´60, años de cambio y de cuestionamientos sociales, éticos y estéticos, produjeron una renovación en la escritura teatral y en la puesta en escena, que se perfilará en tres direcciones diferentes:
. El teatro de vanguardia y experimentación, a la luz de las búsquedas iniciadas en el Instituto Di Tella, con las producciones de Eduardo Pavlosky (Espera trágica, El señor Galíndez) y de Griselda Gambaro (El desatino, El campo), que vigorizaron nuestra escena;
. El realismo social, representado por Soledad para cuatro de Ricardo Halac, Nuestro fin de semana de Roberto Cossa o Réquiem para un viernes a la noche de Germán Rozenmacher;
. El nuevo grotesco, representado por La fiaca de Ricardo Talesnik, La valija de Julio Mauricio o La Nona del citado Cossa.
El Teatro Abierto.
Con la dictadura militar de mediados de los años ´70, soplaron aires sombríos. Muchos actores y gente del oficio se vieron obligados a emigrar, los empresarios sólo llevaron a escena comedias livianas y en los teatros oficiales se impusieron “listas negras” que influyeron en directores y productores.
La resistencia se recluyó en pequeños teatros entre otros: el Teatro Escuela Central con dirección de Federico Herrero y el Parakultural, ambos en el barrio de San Telmo, entre otros espacios independientes y fue el movimiento independiente el que oxigenó el ambiente: autores como Osvaldo Dragún (Al Violador, Como Pancho por San
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