EL LIBRO DE LAS EMOCIONES. MANIFIESTO DE LO HUMANO
Enviado por Stella • 1 de Junio de 2018 • 19.476 Palabras (78 Páginas) • 377 Visitas
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Para situar a Laura Esquivel hay también que dar una mirada a su biografía más personal: no es una madre de familia normal. Hija de un telegrafista y una ama de casa, estudió para maestra y empezó a enseñar a sus alumnos a través del teatro, escribiendo pequeñas piezas. El primero de sus tres maridos la animó a escribir libros para adultos, «que necesitan que todo se les explique, mucho más que los niños», dice. Ella era una progre que creyó que todo lo iba a aprender en los libros, «era de las que pensaban que dentro de la casa no pasaba nada y que todo lo que valía la pena estaba fuera», me confesó. Cambió poco a poco. «Hice un camino de ida y vuelta. Ahora tengo muy claro que los libros son fantásticos, pero que el conocimiento llega a los libros después de haber sido vivido.»
Este pequeño ensayo es, justamente, el resumen de esa forma de vivir que ella misma ha experimentado y que, para ponerlo por escrito, se ha dedicado a investigar y contrastar con otra gente y con las posibilidades abiertas por científicos que escapan de los tópicos. Éste es un libro, por tanto, aventurero y valiente en el que ella vuelve a arriesgarse a explicar lo que realmente siente... aunque no sea «política social o científicamente correcto».
Lo valioso del experimento de este texto de Esquivel es que en estas páginas reconoceremos experiencias vividas por cada uno de nosotros: la alegría es sana, la tristeza no, por ejemplo. ¿Una obsesión milenarista? ¿Una reminiscencia New Age? Tal vez lo propio de esta etapa que empieza es la agitación de ideas muy antiguas y su mezcla con la experiencia más contemporánea. Laura Esquivel, con palabras muy simples y poéticas, explica muy bien lo que es la memoria y cuál es su papel en nuestra vida como almacén de emociones.
Estoy convencida de que las páginas que siguen no van a dejar indiferente a nadie y que, por eso mismo, serán también símbolo de un nuevo tipo de sensibilidad.
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AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecer a todos aquellos que colaboraron con su apoyo, moral, intelectual y profesional, a que este libro se terminara.
A mis queridos amigos y maestros, Víctor Manuel Medina, Jorge Berroa y Antonio Cortina. A los doctores del Instituto de Neurobiología de la Universidad Autónoma de México, José Luis Díaz, Flavio Mena Jara, Thalía Harmony y Juan Silva.
A mi quiropráctico, el doctor Francisco Díez Gurtubay, y a mi acupunturista, Soledad Ruiz. También a mi hermano, el doctor Julio Esquivel Valdés.
A Javier, mi esposo, a Sandra, mi hija, a todos mis amigos y familiares por la enorme cantidad de emociones que me provocan, pues ellas son la base de todo lo que escribo.
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I. LAS EMOCIONES Y SU ORIGEN PERDIDO
A pesar de que día a día experimentamos infinidad de emociones, nos es muy difícil definirlas. Las emociones se viven, se sienten, se reconocen, pero sólo una parte de ellas se puede expresar en palabras o conceptos. ¿Quién puede decir lo que sintió cuando vio morir a un ser querido?, ¿o cuando vio nacer a su hijo?
Es muy difícil tratar de encerrar en una palabra la alegría o la tristeza, pero no es así sentirlas a plenitud. No hay ser humano que pueda vivir un solo día sin experimentar alguna emoción. No podría. Tendría que estar muerto. Porque la sensación de sentirse vivo no se produce con el simple hecho de abrir los ojos y mover el cuerpo, sino por la emoción que nos produce ver salir el sol, recibir un beso, oler la hierba recién cortada.
Si huelo, si como, si me acarician, si abrazo: recuerdo. Con el recuerdo vienen conceptos, ideas, imágenes. Por ejemplo, olemos la hierba recién cortada y decimos: ¡Mmmm, huele como los domingos de mi niñez cuando mi padre cortaba el pasto! Inmediatamente viene a nuestra mente la figura de nuestro padre, la del jardín de nuestra casa y nos emocionamos.
Con la emoción, nos vienen ideas: esos intentos de elaboración racional que buscan atrapar en un pensamiento o en una imagen aquello que hemos experimentado sensiblemente.
Posteriormente, surge el deseo de convertir en palabras la imagen que representa nuestra emoción, y si logramos hacerlo, la alegría que nos embarga puede ser tan grande que nos sentimos obligados a compartirla con alguien más. Desgraciadamente, en las ciudades se vive tan rápido que es imposible que una persona le pueda contar a otra todos los pensamientos que tuvo en un día. En algunos países, la pura intención de compartir emociones y pensamientos con otros se considera una falta de tacto, casi como una conducta antisocial o como un atentado contra el «sano» ejercicio de la competencia, es decir, de la individualidad. Algunas sociedades han hecho esfuerzos extraordinarios para evitar el contacto físico y espiritual de unos con otros. Se nos dice que la confianza y la cercanía nos vuelven vulnerables. En todo momento se promueve y se enaltece la desconfianza y se estimulan los más aberrantes extremos de individualismo, que en realidad no son más que másca-
ras patéticas de estorban las emocionesuna sociedad «moderna» a la que le.
Basta con que nos asomemos a las principales calles de las ciudades norteamericanas, por ejemplo, en las horas en que los empleados salen a tomar sus «alimentos», para que observemos que cada uno de ellos ocupa un sitio en alguna escalerilla bien pulida, frente a uno más de los muchos impecables rascacielos, mientras devora, más que come, una comida rápida, lo más pronto posible para no perder tiempo en la carrera por ser
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el «mejor», sin siquiera intentar volver el rostro para ver a los que lo rodean y sin preocuparle un comino lo que su compañero de junto piense o sienta. No le importa si está triste o no. Si necesita hablar o no. Si el bocado que tiene en la boca le recordó a su abuela, o a su hijo muerto en la guerra. Qué importa. No puede perder los pocos minutos que tiene para comer en intimidades.
Si usted pertenece a ese gran conglomerado de trabajadores, no se desaliente. Para su consuelo, aunque contara con el tiempo suficiente para escuchar todos los pensamientos de sus compañeros de trabajo, no podría, pues los seres humanos encontramos gran dificultad para compartir la multitud de pensamientos
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