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Mi Amigo Quincho

Enviado por   •  5 de Abril de 2018  •  3.682 Palabras (15 Páginas)  •  251 Visitas

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que pasaba toda la semana en su empleo en Tegus y la radio quedaba en manos de Robilio Romero Y Marco Antonio Calix con un grupo de locutores de primera que mantenían una audiencia total en los alrededores de Juticalpa.

Ya en su nueva ubicación, Radio Mil Treinta, en barrio La hoya, allí si era el despelote mundial, donde empezando por el dueño de la radio estación, todos muy a menudo armábamos escandalosas borracheras, con guitarras, cantos, lloros, novias por doquier, y sobre todo música.

Ramiro Romero a puras dedicatorias tenía una novia en cada aldea y lo mismo Manolo Barahona. De la misma forma tuvimos que controlar a Rubén A. Jiménez para que no se suicidara cortándose las venas con una guillete porque el novio que tenía, todos saben quién era, ya no lo quería, pues el romance llego a su fin y eso le rompió el corazón a Rubencito, que ponía la misma canción de Leo Dan en cien veces seguidas y nadie decía nada.

Había en ese tiempo una casa grande de adobe, cerca del parque en la calle que va al barrio La Hoya, donde vivía una honorable familia de apellido Aguilar. Casi siempre en esa casa estaba un grupo de graciosas y preciosas muchachas, sentadas en la puerta y cuando el grupo de tertulios de la Mil Treinta pasábamos les echábamos piropos encendidos, o solo decíamos adiós y nadie nos contestaba. Mucho pensábamos en desquitarnos con algún pícaro saludo por radio o una canción grosera. Algún día me la van a pagar, decía Robilio Romero.

Como estaban de moda el trio Los Panchos, Los Tres Reyes, Los Dandis, etc. nosotros formamos nuestro propio trio y Quincho y yo no éramos parte del staff de la Radio, pero éramos parte vital del grupo de tertulia, Marco Calix con la guitarra, yo con las maracas, que no era más que un ruido rítmico que hacia al chupar los dientes, porque no habían tales maracas y Quincho con la segunda voz grabamos varias canciones como Pecos Bill, La Mesera, Mil Besos, Etc. Cada una con una pequeña variante en la letra, de nuestra propia cosecha, pero eran muy escuchadas y solicitadas.

Un día el dueño de la radio Bayardo Rodríguez, nos invitó a báñanos al rio, allá por Casas Viejas, llevamos una botella de wiski y una cámara fotográfica, que después de bañarnos y un poco intoxicados nos tomamos una foto en grupo, como una foto de cumpleaños, solo que todos como Dios nos echó al mundo, mostrando todos el peludo y encogido aparato sexual. Aparecía allí Bayardo Rodríguez, Wilfredo Fiallos, Quincho Cardona, Robilio Romero, Marco A. Calix y Arnulfo Euceda. En Foto Benítez fue un escándalo al momento de revelar ese rollo, pues quien hacia ese trabajo allí era la esposa de don Benítez.

Sacamos varias copias y les mandamos una a las hermanas Aguilar que por el atrevimiento de echarles piropos por radio, cuando pasábamos nos insultaban. La pusimos en un sobre y la metimos por la rendija de la puerta de enfrente de su casa. Eran cuatro o cinco las chicas de esa casa, que siempre estaban allí cuando pasábamos para la radio. Esta vez no nos esperaron y corrieron hacia adentro. Sabíamos que nos estaban espiando desde el interior y alguna de ellas dijo, ¡ese, ese! No sabíamos a cuál se referían, pues todos habíamos enseñado lo mismo.

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Cierto día estábamos con Quincho en la sala del cine tratando de decidir si o no entrabamos, y a la vez conversando, Beto Sarmiento estaba con nosotros, cuando en ese instante llego Mundo Orellana. Mundo a pesar de su corta edad que tendría unos dieciséis años, era enorme de grande y pesaría cerca de 200 libras, y que muchos años después llego a ser el primer Fiscal General de la Republica. Mundo al llegar le dijo a Beto: ¿Entonces qué? ¿Nos vamos?... Beto Inflo su pecho y dijo: ¡Vámonos! Y se fueron sin decir nada. Quedamos llenos de curiosidad y Quincho dijo: ¡Sigámoslo, van a pelear!

Así fue, los seguimos hasta la puerta del campanario de la iglesia, allí era el lugar propicio por la bonita grama y la semi oscuridad que allí había. Se quitaron la camisa, hicieron alguna calistenia, se cuadraron, y empezaron a sonar los pescozones, trompadas y patadas, acompañadas de lamentos, maldiciones y pujidos lastimeros.

Beto era más ágil pues era muy liviano y era el que hasta el momento llevaba las de ganar. Llevaba la pelea unos cinco minutos y cuando todo estaba muy emocionante, Beto se cayó donde se termina la grama y empieza la acera, Mundo se enredó en él y le cayó encima, solo escuchamos un ¡Ay, Ay, Ay!

Corrimos y los separamos, Mundo se las pelo para su casa y con Quincho llevamos a Beto a la suya con una pierna quebrada que fue necesario que sus familiares lo llevaran al hospital que quedaba en la casa atrás de lo que hoy es el Banco Atlántida. No pudo resistir el esqueleto de Beto Sarmiento la violenta caída encima de aquella mole de carne humana.

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Fueron innumerables las historietas que pase en mi gavilla con quincho, unas divertidas, otras tristes, pero yo siempre andaba detrás de él o de Marco Calix, para donde quiera que ellos iban, ahí iba yo de rabo. Los sábados era segurita serenata, no importaba a cual o a quien, solo teníamos que conseguir para comprar un litro de guaro que valía L.3.70 y a media noche ahí estábamos berreando en cualquier ventana.

Ese año 64 ya venía el once de junio, día del estudiante y era la mejor fiesta del año. Yo estaba muy preocupado porque el saco con que iba a bailar, ya me quedaba “tres cuartas” hacia cuatro años que piqueteaba con el mismo y por más que luche por ponérmelo, ya no me quedaba. A mi compa del alma Marco Calix le pasaba lo mismo, pero el, pronto se consiguió una leva con uno de sus tíos. Era un saco color café a cuadros que de larguito lo hacía ver muy elegante. Pero ya de cerca cualquier opinión cambiaba.

Yo tuve que recurrir a mi paño de lágrimas. Y le dije: -Quincho, mira que no tengo saco con que ir al baile ¿tenes por ahí un saco negro que me prestes? Se quedó unos segundos pensativo y dijo. –Creo que hay uno, más tarde te lo traigo.

Era el mero once de junio, el mero día del baile y yo estaba a la una de la tarde bajo un picante sol sentado en una banca del parque viendo a que horas venia Quincho con mi mandadito, no despegaba la vista hacia la calle donde él vivía y ni siquiera parpadeaba, esperando la llegada del malvado.

Por fin ya pasadas las cinco apareció y termino mi angustia. Traía mi encargo en una bolsa de papel y empezó a darme recomendaciones sobre la tan esperada prenda…-cuidalo que es del licenciado… yo ni

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