Apostoles de la palabra
Enviado por Rimma • 16 de Octubre de 2018 • 2.160 Palabras (9 Páginas) • 360 Visitas
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Lástima que también entre nosotros muchos no van más allá del aspecto material. No logran percibir el aspecto espiritual. Ni modo. Es cuestión de mentalidad y capacidad de ver las cosas más allá de lo inmediato.
Entrenarnos para entrenar
Alguien podría asustarse, pensando que toda su actividad va a consistir en repartir literatura y nada más. Evidentemente no es así. Se trata de alternar una actividad con otra, evitando el peligro de quedarse horas y días sin hacer nada, lo que representa lo peor para un apóstol de la Palabra.
Además, se trata de entrenarse en la distribución de nuestra literatura para entrenar a otros. Una vez logrado esto, tranquilamente uno puede dedicar más tiempo a la evangelización directa, mediante la impartición de cursos formativos, las visitas domiciliarias y el diálogo personal.
Emprendedores
Tenemos que aprender a manejar los asuntos de la fe como si se tratara de algo muy personal, que nos afecte en lo más íntimo de nuestro ser. No como algo exterior, cuya finalidad consiste en sacar lo necesario para vivir y nada más. Por lo tanto, todos nuestros pensamientos, deseos y aspiraciones tienen que estar encaminados a promover la misión, utilizando todos los medios posibles.
Teniendo esta actitud, fácilmente nos volveremos creativos y activos, inventando cualquier cosa, como verdaderos emprendedores, con tal de que la misión avance.
Promoción vocacional
Es un aspecto que no tenemos que descuidar, si queremos que la misión avance. En realidad, no puede haber misión sin misioneros. Misioneros a tiemplo completo y a tiempo limitado, por un tiempo y por toda la vida. Gracias a Dios, en este aspecto poco a poco estamos encontrando el hilo, que consiste en aprovechar a lo máximo el contacto personal con la gente que encontramos en nuestro camino. En este sentido todos tenemos que considerarnos promotores vocacionales.
Para algunos, la manera más sencilla de promover las vocaciones es hablando con los vecinos de casa, los del mismo pueblo o parientes. Lo importante es no tener miedo a comunicar a otros la propia ansia misionera, tratando de encender en otros la llama de la misión. Después interviene Dios, que hace su parte, y surgen las vocaciones.
Casos especiales
Por lo que se refiere a la Fraternidad, aparte de los presbíteros y los hermanos consagrados, con relativos aspirantes, estamos contemplando la posibilidad de algún caso especial con miembros que poco a poco van definiendo su posición como simples hermanos, diáconos permanentes o presbíteros. Todo depende de las circunstancias concretas en que se encuentran.
En realidad, a veces hay hermanos de aprendizaje lento, por motivo de cultura, edad o aptitudes personales. Pues bien, se les dará la oportunidad de madurar siguiendo su ritmo, sin presiones de ningún tipo. Lo importante es que cada uno dé a la Iglesia lo que pueda y no se desperdicie ningún don recibido de Dios.
Atención sicológica
Sin duda, hay casos en que se necesita ayuda profesional para resolver algún problema de tipo sicológico. Sin embargo, la experiencia dice que esta ayuda sirve en la medida en que uno sea sincero y trate de aprovecharla. En realidad, todo depende de lo que uno exprese al sicólogo, puesto que éste no conoce personalmente al paciente y por lo tanto se atiene a lo que éste le diga.
Pues bien, a estas alturas me doy cuenta de que hay casos en que alguien ha recibido atención sicológica sin ganas y ha hecho todo lo posible para despistar al sicólogo y a los superiores. ¿Qué hacer entonces? No dejarse tomar el pelo. Tenemos que estar convencidos de que nosotros los superiores, con la ayuda de la comunidad, nos encontramos en las mejores condiciones para volvernos en los verdaderos sicólogos de los hermanos y las hermanas, que necesitan alguna ayuda, la pidan o no. Todo es cuestión de experiencia y deseo de ayudar.
El santuario de la conciencia
De todos modos, en este plan de ayuda, nadie tiene el derecho a entrar a la fuerza en el santuario de la conciencia ajena, exigiendo que alguien le entregue su libreta de vida espiritual, escuchando conversaciones telefónicas o leyendo su correspondencia.
Todo se tiene que basar en el trato externo y lo que uno libremente exprese. Si hay situaciones que perjudiquen notablemente la vida comunitaria o pongan en serio riesgo el honor de la institución (problemas relacionados con adiciones o fuertes desequilibrios sicológicos o sexuales), es conveniente cortar por lo sano, alejando a la persona afectada. En realidad, no es correcto echar a perder a muchos con tal de salvar a uno.
En caso de duda, los invito a pedir consejo a gente prudente, que sepa guardar el secreto, y de una manera especial a un servidor, que por el momento detiene la autoridad suprema en toda la Familia Misionera.
Cambiar o morir
Es el título del folleto que acaba salir. Con éste, quiero cerrar el ciclo de reflexiones acerca de la realidad eclesial y los relativos cambios que se tienen que aportar para que la Iglesia pueda enfrentar el futuro con confianza.
Teniendo en cuenta la importancia de su contenido y el tamaño del mismo, quiero que se imprima y se difunda lo máximo que se pueda. Será una manera eficaz de “concientizar la Iglesia” desde la base. En realidad, tengo la impresión que los de arriba siguen viviendo en el quinto piso y no parece que estén dispuestos a bajar a la calle, para tomar conciencia del estado de abandono en que vive nuestra gente y mucho menos para aportar los cambios necesarios para que se supere esta situación.
Avances lentos
Ante esta realidad, no hay que desanimarse. Es evidente que, para un cambio global, se necesita mucho tiempo, por lo menos unos cincuenta – cien años, siempre que hagamos algo para que estas ideas se den a conocer y hagamos algo para ponerlas en práctica. De otra manera, podrán pasar siglos y siglos haciendo siempre lo mismo, mientras nuestra gente se va dispersando cada día más.A trabajar todos, entonces, como hormiguitas, dando cada quien lo mejor de sí para que la Iglesia despierte y avance, aunque nos demos cuenta de todo esto nos puede acarrear más problemas. Ni modo. Será el precio que tenemos que pagar por nuestra vocación profética. Un riesgo más que tenemos que correr, si queremos ser coherentes con el llamado que Dios nos ha hecho.
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