Una Guía para el Retiro Espiritual

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Y finalmente, me invita porque me llama a casa. A casa a la paz y serenidad y afirmación. A casa a la esperanza y la amistad y la apertura. A casa a la aceptación e intimidad y gozo. A casa, a casa con Dios. Es como si estuviera sepultado muy profundo en el corazón humano un sueño largamente olvidado del “país amado” y Tiempo de Desierto me llama a recordarlo de nuevo. Así que. . . lo hago.

Richard J. Foster

23 de octubre de 1996

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[pic 2] CAPÍTULO 1

Una Invitación

El tiempo viene cuando suspiramos queriendo más de Dios que lo que nuestros horarios nos permiten. Estamos cansados, estamos abrumados, nos sentimos invadidos por amigos y conocidos, compromisos y obligaciones. La vida de gracia es abundante, ¡pero nosotros estamos demasiados ocupados para ella! Aún las buenas obligaciones principian a cercarnos.

Madeline L’Engle escribe: “De vez en cuando necesito SALIR; algo me arrojará a una total desproporción, y tengo que salir de todos —alejada de toda aquella gente que amo más en el mundo— con el propósito de volver a ganar un sentido de proporción”.[1]

Seguido, dice ella, necesita alejarse por completo, a su lugar especial, a un pequeño arroyo en un claro verde.

Como ella, deseamos la clase de libertad que teníamos de niños, un espíritu libre, un corazón jubiloso. El refrigerio es lo que buscamos: para poder jugar, ser sencillos, un espacio claro, un tiempo de desierto. En Oseas leemos:

Por eso voy a seducirla;

la llevaré al desierto

y hablaré a su corazón.

Le daré sus viñas desde allí,

y haré del valle de Acor una puerta de esperanza.

Y allí cantará, como en los días de su juventud,

como en el día de su subida de la tierra de Egipto.

(Os. 2:14-15)

Un tiempo apartado con Dios tiene una apelación poderosa. Anhelamos el tiempo en el campo con flores silvestres floreciendo y el cielo azul que se abre sobre nuestras cabezas, con las aves llamando y mirando los verdes árboles. Nos preguntamos, ¿está apartado para nosotros en algún lugar un tiempo dotado?

En el país de los afectos de Dios, tal tiempo y espacio es nuestro con sólo pedirlo. Dios nos está esperando, con expectativa, ofreciéndonos un tiempo de restauración. Lo que estamos buscando tiene un nombre simple: retiro.

Pudiera haber, sin embargo, algo en nosotros que se resiste o nos detiene de la experiencia del retiro. Pudiéramos poner el retiro en nuestro calendario impedirlo o evadirlo de alguna manera. Estos impulsos de temor, auto engañadores, son los que en ocasiones no alejan de la oración; necesitamos romper de tales restricciones y principiar.

La formación espiritual implica un escogimiento fundamental. Escoger vivir para

Jesucristo pudiera significar el adoptar un cierto estilo de vida o, quizás más propiamente, una regla de vida. Tomamos una serie de prácticas espirituales que nos abrirán al trabajo de Dios en nuestras vidas.

Este escogimiento lleva al diálogo con Dios; calienta nuestros corazones para la amistad con él.[2] El retiro ofrece la oportunidad para un nuevo principio en la vida espiritual. Sin dudas, si estás listo para hacer un retiro, tú has hecho tal inicio antes, posiblemente más de una vez.

Esta necesidad de iniciar una y otra vez es universal; es básica a la vida disciplinada. En su sermón titulado, “El Arrepentimiento Cristiano”, John Henry Newman escribe: “El cristiano más perfecto es a sí mismo sólo un principiante, un pródigo penitente, que ha derrochado los dones de Dios...”[3]

Se necesita perseverancia para vivir nuestro compromiso más fundamental: servir a Dios, no de vez en cuando sino a la larga. No muy diferente al matrimonio o la vocación religiosa, este estilo de vida es transformador: nos cambiará. Una y otra vez tenemos que hacer rompimientos limpios, inicios frescos y nuevos principios.

El filósofo Søren Kierkegaard escribió un largo tratado titulado Pureza de corazón es desear una sola cosa. Su noción de un corazón sencillo es una clave a la naturaleza decisiva de la vida espiritual. Desear una sola cosa es desear una y otra vez, principiar una y otra vez, desatándonos de nuestros yos pasados y dar el paso al nuevo drama de la auto entrega que es la vida disciplinada. Más cercano a nuestro tiempo, el pastor y escritor Eugene Peterson ha escrito un libro con un título que es una espléndida metáfora de la vida espiritual: A Long Obedience in the Same Direction [Una larga obediencia en la misma dirección].

Como Pablo el Apóstol dice, estamos corriendo una carrera. Estamos siendo entrenados de alguna manera para que se nos forme a la imagen de Cristo. El retiro, que pudiera llamarse un momento decisivo extendido en el tiempo, nos ofrece una gran oportunidad de buscar esta clase de formación. Estamos escogiendo una específica oportunidad para la gracia, una manera disciplinada que nos dará dirección. Sin embargo, este escogimiento es realista, no tan descabellado y la burla de un héroe de tal manera que no podamos lograrlo. El retiro es un compromiso generoso a la amistad con Dios: uno que, a pesar de los falsos inicios, los tropiezos, y todos los aspectos diferentes de nuestra humanidad, sin embargo actuará, por gracia, para formarnos en Jesucristo.

El retiro es una oportunidad para la formación espiritual al estilo de Hebreos 12:

Y ya habéis olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo:

«Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor

ni desmayes cuando eres reprendido por él,

porque el Señor al que ama, disciplina,

y azota a todo el que recibe por hijo».

Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, no hijos. Por otra parte, tuvimos