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CONTRATO SOCIAL (JUAN JACOBO ROUSSEAU).

Enviado por   •  7 de Junio de 2018  •  2.644 Palabras (11 Páginas)  •  504 Visitas

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No hay manera de expresar cuánta oscuridad ha lanzado esta falta de precisión sobre las divisiones de los escritores de esta materia de derecho político cuando han querido juzgar de los derechos que eran responsabilidad de los jefes y de los pueblos sobre los principios que habían determinado.

Por la propia razón que la soberanía es indivisible, porque las acción es general o no lo es. Es la del cuerpo del pueblo o solamente de una parte de él, En el primer caso esta voluntad expresada es un acto de soberanía y hace ley en el segundo no es sino una voluntad particular o un acto de poder. Para que una voluntad sea general, no siempre es necesario que sea colectiva; pero es necesaria que todas las voces sean tomadas en cuenta, una condición formal rompe la generalidad.

El contrato social tiene como finalidad la conservación de los ciudadanos. Quien quiere el fin quiere también los medios, y estos son naturales de algunos problemas y también de algunas pérdidas, quien desea mantener su vida a servicio de los demás debe darla también cuando sea necesario. Ahora bien, el ciudadano no es juez del peligro al que lo quiere la ley exponer, y cuando el jefe le haya dicho, es primordial para el Estado que mueras, debes morir, puesto que sólo con esta condición, ha vivido hasta entonces seguro, y ya que su vida no es tan sólo una condición de la Naturaleza, sino un don temporal del Estado.

Por razón del contrato social, hemos dado vida al cuerpo político, se conoce ahora para darle movimiento a la razón mediante la ley. Porque el acto originario por el cual este cuerpo se forma y se une, no dice nada de lo que debe hacer para conservarse.

Lo que es bueno y está conforme con el orden lo es por la naturaleza de las cosas y libremente de los convenios de los ciudadanos. Toda justicia viene de Dios. Sólo Él es la fuente de ella, mas si nosotros superamos tomarla, no tendríamos necesidad ni de gobierno ni de leyes, sin tener alguna duda, existe una justicia colectiva que procede sólo de la razón, pero esta igualdad, para ser admitida entre nosotros, debe ser equitativa. Las ordenes de la justicia son vacías entre los hombres, si consideramos humanamente las cosas, a falta de sanción natural, no logran sino el bien al malo y el mal al justo, cuando éste las observa con las demás sin que nadie las observe para él. Son necesarias pues acuerdos y leyes para unir los derechos a los deberes y llevar la justicia a su centro. En el estado de naturaleza, en que todo es normal, nada debo a quien nada he prometido, no conozco que sea de otro sino lo que para la sociedad es inservible. No ocurre lo propio en el estado civil, en que todos los derechos están fijados por la ley.

En este modelo tenemos a dos personas morales muy distintas. A saber el gobierno y el soberano y, por resultado, dos opiniones generales, una con relación a todos los ciudadanos, y otra solamente con respecto a los miembros de la estado así, aunque el gobierno pueda pautar su política interior como le parezca, no puede nunca hablar al pueblo sino en nombre del ciudadano, es decir, en nombre del pueblo mismo, no hay que olvidar nunca esto.

Las primeras sociedades originarias se gobernaron aristocráticamente. Los jefes de las familias consideraban entre sí sobre los asuntos públicos. Los jóvenes aprobaban sin trabajo a la autoridad de la experiencia.

Hasta ahora hemos calificado al príncipe como una persona moral y colectiva, pegada por la fuerza de las leyes y encargaría al Estado del poder ejecutivo, ahora tenemos que tomar en cuenta este poder en manos de una persona natural, de un hombre real, que sólo tiene derecho a disponer de él según las leyes. Es lo que se llama un monarca o un rey.

Maquiavelo era un hombre honesto y un buen ciudadano, pero unido a la casa de los médicis, se veía obligado, en la opresión de su patria, a disfrazar su amor por la libertad. Sólo la elección de su héroe César Borgia, manifiesta bastante su intención escondida, y la oposición de las máximas de su libro del príncipe a las de sus discursos sobre Tito Livio y de su historia de florencia demuestran que este profundo político no ha tenido hasta aquí sino lectores superficiales o corrompidos. La corte de Roma ha prohibido su libro severamente lo comprendo a ella es a la que retrata más claramente.

También como la voluntad personal obra sin acabar contra la voluntad general, así el gobierno hace un esfuerzo continuo contra la soberanía. Mientras más aumente ese esfuerzo, más se altera la constitución; y como no hay aquí otra voluntad de cuerpo que, resistiendo al príncipe, se equilibre con ella, debe suceder, antes o después, que el príncipe domine al soberano y cancele el contrato social. Éste es el vicio nativo e inevitable que. Desde el nacimiento del cuerpo político, tiende sin descanso a destruirlo, lo mismo que la vejez y la muerte destruyen al fin el cuerpo del hombre. En caso de la suspensión del estado puede ocurrir de dos maneras.

En primera parte, cuando el príncipe no administra el estado según las leyes y usurpa el poder soberano. Entonces se realiza un cambio importante, y es que no el gobierno sino el estado, se limita, quiere decir que el gran estado se disuelve y se forma otro, compuesto solamente por miembros del gobierno, el cual ya no es para el resto del pueblo, desde este instante, sino el amo y el tirano. De suerte que en el momento en que el gobierno usurpa la soberanía, el pacto social se rompe, y todos los ciudadanos, al recobrar su derecho su Libertad natural, se ven forzados pero no obligados a obedecer.

Cuando el Estado se disuelve, el abuso del gobierno, cualquiera, toma el nombre común de anarquía. Diferenciando, la democracia degenera en oclocracia, la aristocracia. En oligarquía, yo añadiría que la realeza degenera en tiranía, pero esta última palabra es equívoca y exige explicación.

Los individuos no tuvieron al principio más reyes que los dioses ni más gobierno que el teocrático. Hicieron el razonamiento de Calígula, y entonces razonaron con justicia. Se necesita un largo cambio de sentimientos e ideas para poder resolver y a tomar a un semejante por señor y a alabarse de que de este modo se vive a gusto.

El solo hecho de que el factor más influyente de esta sociedad política se pusiese a dios implicó que hubo tantos dioses como pueblos. Dos pueblos extraños uno a otro, y casi siempre enemigos, no pudieron reconocer durante mucho tiempo un mismo amo; dos ejércitos que se pelean, no pueden obedecer al mismo jefe. Así, de las divisiones nacionales resultó el politeísmo, y de aquí la intolerancia teológica y civil, que naturalmente, es la misma, como se dirá a continuación.

La

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