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El velo de Antigona

Enviado por   •  24 de Diciembre de 2018  •  16.389 Palabras (66 Páginas)  •  381 Visitas

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Hemos presentado brevemente algunos de los muchos temas que invitan a la reflexión en la obra de Ost. Sin darnos respuestas, nos generan dudas respecto de la situación actual que se está viviendo cuando culturas confrontadas llegan a momentos clímax en donde ninguna de las partes se proyecta hacia las otras. Momentos en donde los valores, los intereses, la historia, rompen el diálogo y generan un entramado de conflictos que acaban recayendo en dos personas que podían haber compartido una cotidianeidad en común, y que de un momento a otro se vuelven extraños, enemigos.

Como de costumbre, François Ost nos presenta un texto profundo e inspirado, lleno de referencias literarias, que ofrece a los lectores varios niveles de lectura. Por lo anterior, la traducción fue un reto importante, pero indudablemente apasionante, gracias a los generosos consejos del autor y a la gran confianza y libertad que nos otorgó para este proyecto. En particular, la vocación dramática del texto exigió la búsqueda de la eficacia oral propia a las artes escénicas, la cual esperamos haber logrado en español. Otro dilema que surgió fue en relación con el propio idioma castellano. Como se sabe, el español es un idioma hablado por casi 560 millones de personas en el mundo, en más de 20 países, con lo que implica en términos de regionalismos, ya sea en la gramática, sintaxis, conjugación, vocabulario y expresiones populares. Fieles al pensamiento del autor, el cual ha podido, en otra ocasión, llevar a cabo una defensa apasionada del multilingüismo y de la traducción creativa, decidimos asumir cabalmente el español mexicano, cuidando sin embargo que la obra pudiera ser perfectamente entendible en otras variaciones del español. No creemos traicionar al autor al afirmar que el texto es abierto a ajustes semánticos de ser montado como obra de teatro.

Finalmente, nos queda por agradecer al profesor François Ost por su generosidad y entusiasmo, y por haber aceptado la publicación de esta traducción en el marco de las actividades de la Cátedra Extraordinaria “Benito Juárez” de la UNAM sobre laicidad. Queremos también manifestar nuestra gratitud a la Editorial Bruyllant por facilitar la firma del convenio de traducción, así como al Instituto de Investigación Jurídicas de la UNAM y en particular a su director el Dr. Pedro Salazar Ugarte por su interés y apoyo al proyecto. Agradecemos igualmente a Lorena Garza, becaria adscrita a la Cátedra, quien con su mirada fresca sobre el texto, ha dado los últimos toques a la traducción.

Enero de 2017

Pauline Capdevielle

Eva Marina Valencia Lereño

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PREFACIO

Nos creíamos modernos –incluso postmodernos-, racionales, eficaces, y de repente lo arcaico resurge: no al lado o en otra parte, sino aquí mismo, en nuestra casa. Habíamos clasificado y ordenado todo: los valores consensuales en la esfera pública, y las eventuales convicciones religiosas en el fuero interno y la esfera privada. Y ahora todo se vuelve a confundir.

Habíamos hecho de nuestro pluralismo nuestro credo mismo, seguros de lograr hacer justicia a los demás y respetar sus diferencias. Y ahora, el otro – ¿un otro verdaderamente diferente?- se muestra de nuevo, asustándonos y marcando estas diferencias. Nuestras certidumbres se estremecen; nuestras referencias vacilan: ¿cómo repartir, en este nuevo marco, la libertad, la igualdad y la solidaridad?

Tal vez sea el momento de recordar a Atenas, que hace veinticinco siglos hizo la increíble experiencia histórica de la democracia, y que, en sus tragedias, se daba a sí misma el espectáculo de sus perplejidades políticas. ¿Por dónde pasa, en un régimen de autonomía e igualdad, el límite entre lo permitido y lo prohibido? ¿Dónde poner a los dioses en este arreglo de lo colectivo? ¿Dónde termina la competencia de lo público y dónde empieza el dominio de lo privado?

George Steiner escribió que cada época produce su Antígona. Hoy, Antígona se llama Aicha y se presenta a nosotros con un velo: enigmática y rebelde.

Por supuesto, nadie tiene la pretensión descabellada de imitar a Sófocles, ni mucho menos de igualarlo. Sófocles inventó el lenguaje en el cual se empezó a pensar la oposición de la razón (de Estado) y de la conciencia. Este lenguaje estructura nuestra visión del mundo. No se trata de reinventarlo, sino de transponerlo. O mejor aún, de traducirlo –en el contexto de nuestras perplejidades- y que haga eco frente al enigma del velo del islam.

¿Y sí Antígona se llamara Aicha? ¿Y si su objeción de conciencia tomara la forma del hiyab? Intentémoslo: el texto resiste sorprendentemente bien al ejercicio. Los personajes no perdieron su juventud, ni los diálogos su actualidad. Sigue siendo, como la primera vez, la confrontación de la juventud y la madurez, de la feminidad y la masculinidad, de lo privado y de lo público, del reino de los muertos y del imperio de los vivos.

Lo único que no resiste al ejercicio de traducción es el maravilloso canto del coro, poético y mitológico. Sin duda porque ahora no somos capaces de poesía y también porque ya nocompartimos una misma mitología. Lo cambiamos por secuencias televisivas: noticias, entrevistas, debates. Pues es cierto que la pantalla, como antes el antiguo coro, es reflejo de la opinión pública, de sus dudas y de sus inconsistencias. También, se ha modificado a profundidad la escena final de Sófocles, en la cual las desgracias domésticas caen sobre Creonte (la muerte de su mujer Euridice y de su hijo Hemón). Preferimos el regreso de Ismene, que da más fuerza a su personaje y anuncia la catarsis.

Lo cierto es que el teatro es un arte en dos tiempos, y la escritura de una obra representa, a lo mucho, sólo la mitad del trabajo. El texto accede a la vida cuando se pone en escena, y cuando los actores de carne y hueso prestan su voz y su imagen a los personajes, los cuales, mientras tanto, se contentan con la semivida de los espectros literarios. Con que un grupo de estudiantes, por ejemplo, la haga suya y la debata, el autor habrá logrado su objetivo. De hecho, las secuencias “televisivas” fueron concebidas para adaptarse sin daño en función del tiempo y del espacio. Que cada uno se las apropie y ponga de su parte –inclusive, para interpelar al público- y el texto de Sófocles habrá de nuevo cumplido su papel: nutrir el debate de la sociedad mediante una contribución literaria.

Hay que enfatizar el adjetivo “literario”

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