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Ensayo – Diego Rincón.

Enviado por   •  10 de Marzo de 2018  •  2.013 Palabras (9 Páginas)  •  286 Visitas

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Un poco ilógica nuestra historia, ¿cierto? Llena de ideas impensables y analogías incoherentes. Pero… solo pido un segundo para pensar en aquellos que estaban sometidos en el anterior relato; humanos sin derecho a protestar ni defender su naturaleza de vida. ¿Acaso los seres humanos tienen derecho a ejercer su derecho sobre los demás seres? Ésta es quizá una historia que una vez pasó en una realidad alterna y que existió como grito de protesta contra la plaga humana, historia que cuentan los árboles a las plantas y éstas a sus plántulas y estás a sus descendientes como muestra de liberación vegetal. Es una protesta en forma de historia que propongo ante un panorama, que es, lastimosamente, bastante inverso, en el cual el derecho que tengan todo ser vivo a coexistir, en este caso las plantas, no pasa de manifestaciones minoritarias ni alcanza los intereses globales y burocráticos.

Más que el derecho que tengan las plantas a ser cuidadas y gozar de nuestra protección, es un deber inherente del actuar humano el procurar la perpetuidad de toda especie y ser vivo que habita el planeta. Nos consideramos en la cima de la escala evolutiva por nuestra capacidad de razonar aquello que nos circunda pero gran parte de esa idea de racionalidad o superioridad se convierte en un vendaje que rebosa nuestra sensibilidad y cubre nuestro entendimiento, lo llena de egocentrismo y nubosidad. En ocasiones, pretendemos vemos demasiado al sol en busca de claridad pero llenamos nuestros ojos de tanta luz que impide nuestra visión. No creemos válido aquello que es imperceptible a nuestros sentidos, nuestro entendimiento se limita a lo que podamos percibir o a las ideas que podamos almacenar en nuestra mente.

Las ideologías que rigen nuestra manera de vivir actuales están plagadas de discursos económicos y ególatras en los que solo importa la superioridad del más fuerte, el pez gigante se come al pez chico y mucho más si de plantas se trata, aquellas no pueden defenderse, no hablan nuestro lenguaje, no se inscriben en nuestra escala de entendimiento. Si fuimos dotas de una capacidad insaciable por la creación y el descubrimiento debemos ser partidarios de cuidar aquello que hace parte de nuestra misma existencia, si tanto adulamos nuestras ideas deberíamos tomarnos el tiempo de ampliarlas mucho más.

La razón en inherente al ser humano, es el poder con el que fuimos dotados, pero todo gran poder trae consigo una gran responsabilidad. Y si es innegable nuestro derecho a la vida pues es únicamente del ser humano responder con el deber de proteger aquello que nos permite prolongarla.

Ahora más que nunca es oportuno dar el debate sobre la protección de la flora en épocas de sequías y desastres naturales puesto que han sido nuestros actos los que han generado los desórdenes climáticos mundiales puesto que los valores impuestos por la cultura priman sobre cualquier concepción ética de hacer lo correcto sin importar cuánto dinero esté de por medio. Las multinacionales taladran los suelos en busca de minerales, las carreteras del progreso devoran paisajes a su paso, cada miembro del aparataje industrial está en miras de un progreso que deteriora todo a su paso.

Por qué no parar un momento nuestro desaforado progreso y ¿qué tal si lográramos entender cuál es la función natural de las plantas? Es realmente hermoso darle la importancia y el sentido que merece, por ejemplo, el proceso de absorción de nutrientes del suelo y del sol, la fotosíntesis que termina en oxígeno, el florecimiento que termina en alimento, ya sea para el consumo animal o humano, los aromas que expiden las plantas, la sombra que reflejan, el color que adorna y embellece nuestro entorno, las propiedades químicas que sostienen los fundamentos de las pócimas, ungüentos y fármacos de la medicina o las respuestas que nos dan frente a los climas. Todas y cada una de estas funciones no son más que acciones desinteresadas que son propias de su naturaleza. Hemos extraído de ellas cuanto hemos podido pero pensamos que no es retribuible cada beneficio del que hemos gozado.

Todo el reino vegetal está lleno de formas y colores esporádicos que no obedecen a nuestra lógica, tienen la capacidad de crecer en los lugares más áridos o en los climas más adversos. Su pigmentación excede la gama de colores que pueda recrearse en la pintura. La perfección de su forma supera cualquier canon de belleza establecido por el hombre. Las plantas amplían su tamaño; desde formas diminutas hasta la magnitud de edificaciones impensadas. Nos superan por mucho en su capacidad de adaptación, se mimetizan y se unen en armonía con el lugar donde emergen. Inspiran formas en nuestra mente. Su existencia se remonta a millones de años antes de nuestra aparición y a pesar de ellos las seguimos pensando por debajo de nuestra escala evolutiva. Su perfección estriba en la composición de sus partes, cada una actúa como una unidad para estructurar un ciclo perfecto, absorbe, procesa, se alimenta, ofrece su fruto muere y se perpetua así misma en la semilla.

Está en la naturaleza de las hojas, de las raíces, de las flores procurar y mantener un equilibrio del ecosistema pero está en nuestra humanidad una razón que termina en una acción desequilibrante. Es una visión cerrada de superioridad pues tenemos una relación de dependencia con todo el ecosistema que habitamos; de él nos alimentamos, nos brinda refugio y prolonga nuestra supervivencia. Pero suena irónico que sean ellas autosuficientes, que no necesitan de nosotros para sobrevivir, que producen su propio alimento y extraen del medio lo que necesitan, y a pesar de ello, las destruimos. Es increíble que luego de tal devastación vegetal continuemos inmutables a tal masacre y con la justificación de que serían en vano los esfuerzos individuales. ¿En qué estamos pensando? ¿Hacia dónde están puestos nuestros ideales de progreso? ¿No sería mejor reformular nuestras prioridades y reevaluar mejor quién debería tener más derechos?

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