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Características de la Crónica.

Enviado por   •  8 de Marzo de 2018  •  1.648 Palabras (7 Páginas)  •  267 Visitas

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Su caso iba a ser arquetípico en la historia forense argentina, y se buscarían explicaciones delirantes a su conducta, muy a la moda con la ciencia de entonces, influenciada por el médico italiano Cesare Lombroso. El criminalista sostenía que el delito era el resultado de factores como el clima, la densidad de población, la orografía o la religión, y que los delincuentes tenían tendencias innatas, genéticas, que se manifestaban en ciertos rasgos físicos: asimetrías craneales y formas específicas de mandíbulas, arcos superciliares y orejas.

[pic 1]“En realidad, para los criminales natos”, decía Lombroso, “no hay muchos remedios: es necesario o bien secuestrarlos para siempre, en los casos de los incorregibles, o suprimirlos, cuando su incorregibilidad los torna demasiado peligrosos”.

Visto a la luz de las teorías lombrosianas en boga a principios del siglo XX, Cayetano Santos Godino había empezado a jugar a la ruleta rusa con un revólver lleno de balas.

Después de su primer intento de asesinato, Godino repitió el modelo. Esta vez la víctima fue una nena de un año y medio, hija de sus vecinos, a quien también llevó a un baldío y empezó a golpear con una piedra. Un policía lo vio y alcanzó a detenerlo, y estuvo preso hasta la noche, cuando debieron soltarlo: apenas tenía ocho años. El tercer intento lo hizo en marzo de 1906, y fue peor: otra vez llevó a una nena a un descampado, donde intentó estrangularla y, como no pudo, la enterró viva. En ese momento nadie lo relacionó con el asesinato, y no hubiesen podido hacerlo si él mismo no lo confesara después.

Para entonces ya había cumplido diez años, y en el barrio le tenían miedo. Torturaba perros, gatos y pollos, y su padre lo llevó a la policía, donde lo mandaron dos meses a un correccional de menores. No mejoró: el 9 de septiembre de 1908 intentó ahogar a Severino González Caló, de veintidós meses, y una semana más tarde quemó con un cigarrillo los párpados y los ojos de Julio Botte, de un año y medio, y escapó.

Cuando lo capturaron lo mandaron a la Colonia de Menores de Marcos Paz, donde estuvo encerrado tres años. Al cabo, los padres pidieron por él, y para la Navidad de 1911 regresó a su casa. Le habían conseguido un trabajo, pero al poco tiempo ya estaba desempleado. Vagaba por las calles, no hacía nada, y estaba a punto de ingresar a su etapa más violenta: tenía 16 años, y el de 1912 sería el último que pasaría en libertad.

El raid comenzó el 26 de enero. Ese día mató a golpes a Arturo Laurona en el interior de una casa deshabitada, y el 7 de marzo incendió el vestido de Reyna Bonilla Vanicoff, de cinco años. La nena murió unos días después a consecuencia de las quemaduras.

Luego vino un cierto período de calma, que se cortó en septiembre. A fines de ese mes incendió una estación de tranvías, y el 8 de noviembre intentó estrangular a un nene, Roberto Russo, pero fue detenido. Aunque fue procesado por intento de homicidio, lo liberaron por falta de méritos. Una semana más tarde golpeó a la bebé Carmen Ghittoni, y dos días después incendió dos galpones donde había vacas y caballos. El 20 de noviembre raptó a otra nena, Catalina Neolener, quien comenzó a gritar y alertó a un vecino de la zona, que la rescató.

El 3 de diciembre de 1912, finalmente, Cayetano Santos Godino iba a cometer su último crimen, al que agregaría una dosis de sadismo que superaba a los anteriores. La víctima se llamaba Jesualdo Giordano, tenía tres años, y jugaba en la puerta de su casa de Buenos Aires cuando Godino lo encontró y le ofreció caramelos.

Siguiendo el modelo que repetía siempre, lo llevó a una quinta abandonada cercana y comenzó a estrangularlo con una soga que usaba de cinturón. Como el nene se resistía, lo ató de pies y manos y salió a la calle a buscar un clavo. El padre del chico, que lo estaba buscando, le preguntó si lo había visto y le dijo que no. Cuando el hombre se fue, volvió a la casa-quinta y, usando una piedra de martillo, mató a Jesualdo clavándole el clavo en la cabeza. El final de la historia mostraría a Godino en cuerpo y alma: esa noche fue al velorio, se acercó al ataúd y le acarició la cabeza donde había clavado el clavo. El gesto lo delató, y esa misma noche sería detenido.

Cayetano Santos Godino confesó enseguida los cuatro homicidios y las numerosas tentativas de asesinato que había cometido. Aún no había cumplido diecisiete años, y los peritos forenses iban a declararlo irresponsable de sus actos y recomendarían su internación en el pabellón para criminales del Hospicio de las Mercedes. Fue inútil: allí intentó asesinar a un inválido que estaba en una cama y a otro que se desplazaba en silla de ruedas, y lo trasladaron a la Penitenciaría de la calle Las Heras.

En 1923 sería enviado a la cárcel de Ushuaia, donde los médicos del penal, discípulos de Lombroso, le recortaron las orejas al mínimo esperando que disminuyera su agresividad.

De su vida en el penal se sabe poco. Apenas que en 1933 mató al gato mascota de los presos metiéndolo dentro de una salamandra encendida, y que tres años más tarde pidió su libertad, que le fue denegada. Se dice que nunca recibió visitas ni cartas y que hasta el día de su muerte, ocurrida el 15 de noviembre de 1944, no mostró ningún signo de arrepentimiento.

Oficialmente, la causa de su muerte fue una úlcera duodenal, pero viejos guardiacárceles contarían luego que los demás reclusos lo habían golpeado hasta matarlo. Haya sido una razón o la otra, lo cierto es que cuando la cárcel de Ushuaia fue finalmente cerrada en 1947 y se removieron las tumbas del cementerio, los restos de Cayetano Santos Godino, el Petiso Orejudo, habían desaparecido.

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