Cubietas y cielo razos
Enviado por monto2435 • 12 de Abril de 2018 • 23.665 Palabras (95 Páginas) • 243 Visitas
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- — Si durante nuestra infancia, nuestra niñez y nuestra juventud, trabajaron asiduamente para alimentarnos, vestirnos, educarnos y facilitarnos toda especie de goces inocentes, ellos no se desprenden en nuestra edad madura de la dulce tarea de hacemos bien.
Xlll. — Nuestros padres son al mismo tiempo nuestros primeros y más sinceros amigos, nuestros naturales consultores, nuestros leales confidentes. El egoísmo, la envidia, la hipocresía, y todas las demás pasiones tributarias del interés personal, están excluidas de sus relaciones con nosotros, así es que nos ofrecen los frutos de su experiencia y de sus luces sin reservamos nada, y sin que podamos Jamás recelamos de que sus consejos puedan tener otro fin que nuestro bien y nuestra felicidad.
- — Las lecciones que han recibido en la escuela de la vida, los descubrimientos que han hecho en las ciencias y en las artes, los secretos útiles que poseen, todo es para nosotros, todo nos lo transmiten, todo lo destinan siempre a la obra predilecta de nuestra felicidad. Y si los vemos, aun en edad avanzada, trabajar con actividad y con ahínco en la conservación y adelanto de sus propiedades, fácil es comprender que nada los mueve menos que su utilidad personal: ¡sus hijos!... si, el porvenir de sus queridos hijos, he aquí el estímulo que les da fuerza en la misma ancianidad.
- — Si, pues, son tantos los beneficios que recibimos de nuestros padres, si su misión es tan sublime y su amor tan grande, ¿cuál será la extensión de nuestros deberes para con ellos? ¡Desgraciado de aquel que al llegar al desarrollo de su razón, no lo haya medido ya con la noble y segura escala de la gratitud! Porque, a la verdad, el que no ha podido comprender para entonces todo lo que debe a sus padres, tampoco habrá comprendido lo que debe a Dios; y para las almas ruines y desconocidas no hay felicidad pasible ni en esta vida ni en XXX
- — Debemos, pues gozarnos en el cumplimiento de los débiles que nos han impuesto para con nuestros padres las leyes divinas y la misma naturaleza. Amarlos, honrarlos, respetarlos y obedecerlos; he aquí estos grandes y sagrados deberes, cuyo sentimiento se desarrolla en nosotros desde el momento en que llegamos al uso de la razón.
XVII- — En todas ocasiones debe sernos altamente satisfactorio testificarles nuestro amor con las demostraciones más córchales y expresivas; pero cuando se encuentran combatidos por la desgracia, cuando el peso de la vejez los abruma y los reduce a ese estado de impotencia en que tanto necesitan de nuestros cuidados, recordemos cuánto les debemos, consideremos cuanto no harían ellos por aliviarnos a nosotros y con cuánto bondad sobrellevarían nuestras miserias, y
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No le escaseemos nada en sus necesidades, ni creamos nunca que hemos empleado demasiado sufrimiento en las incomodidades que nos ocasionen sus cansados años.
- — Nuestro acendrado amor debe, naturalmente, conducirnos a cubrirlos siempre de honra, contribuyendo por cuantos medios estén a nuestro alcance a su estimación social, y ocultando cuidadosamente de los extraños las faltas a que como seres humanos pueden estar sujetos, porque, LA GLORIA DEL HIJO ES EL HONOR DEL PADRE.
- — Nuestro respeto debe ser profundo e inalterable, sin que podamos jamás permitirnos la más ligera falta que lo profane, aun cuando lleguemos a creerlos alguna vez apartados de la senda de la verdad y de la justicia, y aun cuando la desgracia los haya condenado a la demencia o a cualquiera otra situación lamentable que los despoje de la consideración de los demás. Siempre son nuestros padres y a nosotros no nos toca otra cosa que compadecerlos, llorar sus miserias y colmarlos de atenciones delicadas y de contemplaciones.
- — Respecto a nuestra obediencia, ella no debe reconocer otros límites que los de la razón y la moral, debiendo hacerles nuestras observaciones de una manera dulce y respetuosa, siempre que una dura necesidad nos obligue a separarnos de sus preceptos. Pero, guardémonos de constituirnos inconsiderada y abusivamente en jueces de estos preceptos, los cuales serán rara vez de tal naturaleza que puedan justificar nuestra oposición, sobre todo en nuestros primeros años, en que sería torpe desacato el creernos capaces de juzgar la conducta de nuestros padres.
- — Hallase comprendido en estos deberes el respetó a nuestros mayores, especialmente a aquellos a quienes la venerable senectud acerca ya al término de la vida y les da derecho a las más rendidas y obsequiosas atenciones.
- — También están aquí comprendidas nuestras obligaciones para con nuestros maestros, a quienes debemos amor, obediencia y respeto, como delega dos que son de nuestros padres en el augusto ministerio de ilustrar nuestro espíritu y formar nuestro corazón en el honor y la virtud.
- — ¡Cuan venturosos días debe esperar sobre la tierra el hijo amoroso y obediente, el que ha honrado a los autores de su existencia, el que los ha socorrido en el infortunio, el que los ha confortado en su ancianidad. Los placeres del mundo serán para él siempre puros, como en la mañana de la vida: en la adversidad encontrará los consuelos de la buena conciencia, y aquella fortaleza que desarma las iras de la fortuna; y nada habrá para él más sereno y tranquilo que la hora de la muerte, seguro como está de haber hecho el camino de la eternidad a la sombra de las bendiciones de sus padres.
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II. — Deberes para con la Patria
- — Nuestra patria, generalmente hablando, es toda aquella extensión de territorio gobernada por las mismas leyes que rigen en el lugar en que hemos nacido, donde formamos con nuestros conciudadanos una gran sociedad de intereses y sentimientos nacionales.
- — Cuanto hay de grande, cuánto hay de sublime, se encuentra compendiado en el dulce nombre de PATRIA; y nada nos ofrece .el suelo en que vimos la primera luz, que no esté para nosotros acompañado de patéticos recuerdos y de estímulos a la virtud, al heroísmo y a la gloria.
- — Las ciudades, los pueblos, los edificios, los campos cultivados y todos los demás signos y monumentos de la vida social, nos representan a nuestros antepasados y sus esfuerzos generosos por el bienestar y la dicha de su posteridad, la infancia de nuestros padres, los sucesos inocentes y sencillos que forman la pequeña y siempre querida historia de nuestros primeros años, los talentos de nuestras celebridades en las artes, los magnánimos
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