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El Final Comunicacion y Cultura.

Enviado por   •  9 de Marzo de 2018  •  6.318 Palabras (26 Páginas)  •  346 Visitas

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En un trabajo reciente, Davidson intenta socavar el fundamento de la idea del lenguaje como entidad, desarrollando el concepto de lo que él llama “una teoría momentánea” acerca de los sonidos y las inscripciones producidos por un miembro del género humano. La cuestión más importante es que todo lo que “dos personas necesitan para entenderse recíprocamente por medio del habla, es la aptitud de coincidir en teorías momentáneas de una expresión a otra”. La explicación prescinde de la imagen del lenguaje como una tercera cosa que se sitúa entre el yo y la realidad, y de los diversos lenguajes como barreras interpuestas entre las personas o las culturas.

No existe cosa semejante a un lenguaje. No hay, por tanto, una cosa que pueda ser enseñada o dominada. Debemos renunciar al intento de aclarar el modo en que nos comunicamos recurriendo a convenciones. Davidson es, con respecto al lenguaje, un conductista no reduccionista. Decir que un organismo es el usuario de un lenguaje, no es sino decir que, el emparejar las marcas y los sonidos que produce con lo que nosotros producimos, resultara ser una táctica útil para predecir y controlar su conducta futura. Dedicare el resto de este capítulo a dar cuenta del progreso intelectual y moral de acuerdo con la concepción davidsoniana del lenguaje.

Concebir la historia del lenguaje y, por tanto, la de las artes, las ciencias y el sentido moral, como la historia de la metáfora, es excluir de la imagen de la mente humana, o de los lenguajes humanos, como cosas que se tornan cada vez más aptas para los propósitos a los que Dios o la Naturaleza los ha destinado. La idea de que el lenguaje tiene un propósito vale, en la misma medida que la idea del lenguaje como medio. La cultura que renuncie a esas dos ideas representara el triunfo de las tendencias del pensamiento moderno que se iniciaron hace dos siglos: las tendencias comunes al idealismo alemán, a la poesía romántica y a los políticos utopistas.

Nuestro lenguaje y nuestra cultura no son sino una contingencia, resultado de miles de pequeñas mutaciones que hallaron un casillero. Para aceptar esta analogía debemos resistir a la tentación de pensar que las redescripciones de la realidad que ofrece la ciencia se aproximan de algún modo a “las cosas mismas” y son menos “dependientes de la mente” que la redescripciones de la historia que nos ofrece la critica contemporánea de la cultura.

Esta explicación de la historia intelectual sintoniza con la definición nietzscheana de “verdad” como “un móvil ejercito de metáforas”. Sintoniza también con la versión de personas como Galileo, Hegel o Yeats, personas en cuyas mentes se desarrollaron nuevos léxicos, o dotándose así de herramientas para hacer cosas que no había sido posible proponerse antes de que se dispusiese de esas herramientas. Pero para aceptar esa imagen hace falta que concibamos la distinción entre lo literal y lo metafórico como una distinción ente un uso habitual y un uso inhabitual de sonidos y de marcas. Esto no quiere decir que las expresiones metafóricas tengan significados distintos de sus significados literales. Tener un significado es tener un lugar en un juego del lenguaje. Expresar un enunciado que no tiene un lugar establecido en un juego del lenguaje, expresar algo que no es ni verdadero ni falso, algo que no es “candidato al valor de la verdad”.

La afirmación davidsoniana de que las metáforas no tienen significado forma parte del intento de hacer que dejemos de concebir el lenguaje como un medio. Los platónicos y los positivistas comparten una concepción reduccionista de la metáfora: piensan que la metáfora o es parafraseable o es inservible para el único propósito serio que el lenguaje posee, a saber, el de representar la realidad. En cambio, el romántico tiene una concepción expansionista: piensa que la metáfora es extraña, maravillosa, y la atribuyen a una facultad misteriosa llamada “imaginación”.

La historia nietzscheana de la cultura y la filosofía davidsoniana del lenguaje, conciben el lenguaje tal como nosotros vemos ahora la evolución: como algo compuesto por nuevas formas de vida que constantemente eliminan a las formas antiguas, y no para cumplir un propósito más elevado, sino ciegamente. En una perspectiva nietzscheana, que excluye la distinción entre realidad y apariencia, modificar la forma de hablar es modificar lo que, para nuestros propósitos, somos. Decir, con Nietzsche, que Dios ha muerto, es decir que no servimos a propósitos más elevados. La sustitución nietzscheana del descubrimiento por la creación de si equivale al reemplazo de la imagen de generaciones hambrientas que se pisotean unas a las otras por la imagen de una humanidad que se aproxima cada vez más a la luz. Una percepción de la historia humana como la historia de metáforas sucesivas nos permitiría concebir al poeta, en el sentido genérico de hacedor de nuevas palabras, como el formador de nuevos lenguajes, como la vanguardia de la especie.

La afirmación central es que el mundo no nos proporciona un criterio para elegir entre metáforas alternativas, que lo único que podemos hacer es comparar lenguajes o metáforas entre sí, y no con algo situado más allá del lenguaje y llamado “hecho”.

Excluir la idea del lenguaje como representación y ser wittgensteiniano en el enfoque del lenguaje, equivaldría a desdivinizar el mundo. Solo si lo hacemos podemos aceptar plenamente el argumento de que hay verdades porque la verdad es una propiedad de los enunciados, porque la existencia de los enunciados depende de los léxicos, y porque los léxicos son hechos por los seres humanos. La afirmación de que una doctrina filosófica adecuada debe contemplar también nuestras intuiciones, se refiere a cierta consciencia prelinguistica que simplemente es una disposición a usar el lenguaje de nuestros ancestros. A no ser que padezcamos de lo Derrida llama “nostalgia heideggeriana”, no creeremos que nuestras intuiciones son más que trivialidades, más que el uso habitual de cierto repertorio de términos, más que viejas herramientas que aun no tienen sustituto.

La línea de pensamiento común, Nietzsche, Freud y Davidson, sugiere que intentamos llegar al punto en el que ya no veneramos nada, en el que a nada tratamos como una cuasidivinidad, en el que tratamos a todo como producto del tiempo y del azar.

Rorty. La contingencia del lenguaje

Hace 200 años, comenzó a adueñarse de la imaginación de Europa la idea de que la verdad es algo que se construye en vez de algo que se halla. La Revolución Francesa había mostrado que la totalidad del léxico de las relaciones sociales, y la totalidad del espectro de las

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