Ethos en Iquique Chile
Enviado por poland6525 • 9 de Marzo de 2018 • 2.432 Palabras (10 Páginas) • 549 Visitas
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La cultura pampina fue, desde un comienzo, heterogénea y mestiza: mineros, cateadores y peones del Norte Chico, campesinos del sur, campesinos indígenas del Perú y Bolivia, pobladores de los puertos aledaños, pequeños comerciantes, funcionarios públicos, maestros, policías, administradores, aventureros, jefes, casi siempre europeos. Aunque era una sociedad mayoritariamente masculina, las mujeres cumplieron importantes roles no sólo como amas de casa: realizaron trabajos en las calicheras, en las ‘cantinas’ o pensiones, en los grupos artísticos, en las escuelas y también, como prostitutas.
Hoy en día, observamos pues, la construcción de una identidad propia, cerrada e idealizada, de lo que es ser Pampino. Esta subcultura, es en esencia el relato de los que en esos años fueron los niños de la pampa, aquellos que crecieron en este entorno duro, agresivo, carente de derechos y medidas de protección, pero que lo normalizaron y validaron al punto de oír en nuestros días, letanías románticas de lo que vivenciaron ellos y sus padres. Esta idealización es también la esencia de este ethos.
Una muestra de lo que ser pampino significa o significó para aquellos que vivieron la Era dorada del Salitre, queda latente en este relato que se extrae de la página www.pampinos.cl
“¡Avísale!
La expresión ¡Avísale! en la pampa salitrera era todo un saludo. Unía el típico ¡Hola! y el ¿Cómo estás? de la gran ciudad. Muchos podrían pensar que se usaba sólo en las oficinas María Elena, José Francisco Vergara, Coya Sur o Pedro de Valdivia. Pero no. Es más antiguo. Mi padre conocía el saludo en Luissis (Cantón Central o Bolivia, detrás de Chacabuco) y, otros amigos, en las oficinas del Cantón Nebraska y en Victoria, en la Primera Región.
Se agregaba a ese singular saludo la famosa frase-pregunta: ¿Y, cómo estai? Ni siquiera se vislumbraba la frase tan manida hoy ¿Cómo voy ahí? Es que eran otros tiempos, donde la amistad primaba embadurnada de inocencia. Tanta que muchos pampinos que llegaban a Santiago en el legendario “Longino” perdían sus maletas en manos de “acomedidos” que se ofrecían para acarrear las valijas y apretaban cachete hasta perderse en la Gran Metrópoli. Los pampinos juraban que los santiaguinos eran paleteados y solícitos. ¡Vaya ingenuidad!
Muchos pampinos murieron de “pensión”, así llamaban a la nostalgia (saudade, le dicen los brasileños) cuando partieron y dejaron sus oficinas después de trabajar años y años en la pampa salitrera. Aunque “pensión” podría considerarse hoy como depresión.
Sólo me remitiré a contarles un caso. Se los cuento porque siempre que lo recuerdo me da una pena inmensa por un gran amigo que partió al cielo, añorando los días felices vividos y soñados colmados de caliche.
Como muchos pampinos, él partió a Santiago. Nunca comprendió por qué se compró la casa tan lejos de María Elena. Podría haberse radicado en Antofagasta, se repeló una y mil veces. La casa, muy bien construida, como hacían las casas en el pasado, la había conseguido con su aporte en la Caja de Empleados del Salitre, en un buen barrio de Santiago, pero allí no tenía un solo amigo y, lo peor, Santiago estaba plagado de “santiaguinos” que no confiaban ni confían ni en ellos mismos. La “pensión” que lo atacó llegó al límite. Partía de lunes a viernes a pararse en la puerta de Teatinos 220, donde funcionaban las oficinas centrales de la Compañía Salitrera Anglo Lautaro, que como todos sabemos fue absorbida por la Sociedad Química y Minera de Chile (SOQUIMICH, hoy SQM) .
Allí esperaba pacientemente que apareciera algún conocido que anduviera haciendo algún trámite y él los acompañaba. Se sentía así en María Elena, su tierra. Así comenzó a matar su nostalgia, pero rápidamente los amigos pampinos debían regresar a la pampa a trabajar y nuevamente quedaba solo, añorando la “pega”, los pitos, el ruido de los “patos” y “los gansos”; el Quillota, el Rancho 6, los partidos de fútbol, su equipo el Cóndor; a los amigos del “banco de la puñalada” , la Pulpería, las ricas marraquetas de la Panadería, las películas diarias del Cine Metro, los desfiles y, por sobre todas las cosas, los amigos.
Se levantaba y partía a Teatinos 220. Llegaba a la puerta y esperaba para enviar su saludo pampino: ¡Avísale! Y un día, nunca más tuvo respuesta.
No llegó nadie conocido. Y la pena, la nostalgia, la “pensión lo mató.
Fuiste un gran amigo y pampino de buena ley. ¡Avísale, Colo Colo!”
Sergio A. Montivero Bruna, pampino oriundo de la Oficina Salitrera María Elena.
Este relato, demuestra como la identidad pampina, a quienes son miembros de este ethos, los ha marcado a fuego. Podemos investigar, opinar, desde nuestra perspectiva moderna, de igualdad social, de derechos de los trabajadores y nunca entender las añoranzas que los pampinos hacen de sus vidas en las ex oficinas.
Esta es una de las principales características de este ethos. La impermeabilidad ante la crítica. Por ende, solo pueden pertenecer aquellos que de manera directa vivieron, trabajaron o perdieron a un ser querido en las ex oficinas y campamentos o sus descendientes, que casi por derecho, deben continuar con la tradición.
Tradiciones desconocidas para nosotros y que tuvieron sus orígenes en el pasado pampino. Tradiciones como el carnaval de finales de Verano, que ahora es reclamado por el Barrio El Colorado.
Términos como la Yapa, pulpería entre otros, también legado de esa época.
Sociológicamente nos referimos al fenómeno del ethos pampino y su manera de ver sus vidas pasadas, que calza con el análisis conocido como la “Jaula de Oro”.
Es importante reconocer que la idealización, y la normalización, como también la mantención de esta identidad, es realizada hoy en día por aquellos que en aquellos días añorados, eran niños. Niños que jugaban, que no conocían otra realidad, niños trabajadores, que formaron lazos eternos con sus pares. Amistades que el tiempo no borró. Que la camanchaca no pudo ocultar. Estos niños, aunque resulte difícil de creer, vivían con carencias, pero felices. Al no tener acceso al conocimiento de otra realidad, o no tener las esperanzas puestas en salir de su “Jaula” si no, en seguir con el trabajo de sus padres, o trabajar en un puesto mejor dentro de su campamento u oficina, crecían bien. No sabían de derechos y protección a la infancia. Es
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