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La esposa de la noche se llama Cristina...

Enviado por   •  7 de Septiembre de 2017  •  1.395 Palabras (6 Páginas)  •  544 Visitas

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A lo lejos se logran ver esos pasos que pareciera no tener dirección, puede verse a esa mujer recibir las pequeñas gotas que aún quedan, pero a lo lejos puede vérsele también con frio, y es que el agua de la lluvia puede congelarle cada uno de sus huesos, para ella es como haberse metido a una tina llena de hielos, el frío tal vez, carcomiéndole el alma, sino es que se la hubiera congelado antes.

Después de quince minutos caminando, únicamente ha logrado vender los diez tamalitos del pequeño y 5 que vendió 3 cuadras después, en una casa amarrilla y elegante, en donde una señora con voz alegre y dicharacha la saluda como si tuvieran años de conocerse.

Al parecer esta noche, la venta estará baja, o tal vez estará comenzando, lo único es que la noche aun es larga, aún tiene mucho camino que recorrer, tiene mucho que vender y también mucho que platicar.

Sus pasos comienzan a ser mas despacito y con más dificultades, de repente se ha detenido, se quita la cachucha que siempre va con ella, y nuevamente voltea al cielo, esperando consuelo, no se alcanza a escuchar lo que habla, simplemente se escuchan murmullos.

El tiempo ha pasado apresuradamente, el silencio de la noche es aún más notorio, las luces de las demás casas, se encuentran apagadas, pero los pasos de doña Cristina aún están encendidos, encendidos de ganas de poder vender más y más.

El tiempo se ha terminado, la noche ha acabado, ya no se escuchan mas chiflidos, ya no se escucha esa voz chillante y temblorosa, ya esa mirada se ha perdido, en la oscuridad de su casa, esperando salir a la mañana siguiente como siempre, tal vez mañana le vaya mejor, tal vez su suerte cambie y logre vender todo.

Los rayos del sol han salido ya, el cielo está despejado y tan azul como siempre, a lo lejos se escucha venir nuevamente ella, la esposa de la noche y amante del sol. Puede verse con mucho cansancio, gotas de sudor pasan por su frente, ahora el grito es diferente, ahora solo se oye, ¡Empandas de carne y queso!

Después de un buen rato de caminar, y vendiendo ya varias empanadas, doña Cristina se sienta en la esquina de una banca del parque, donde deberían estar niños jugando, solo hay hojas y silencio, y es que aún son las siete de la mañana.

Con una mirada perdida, pero a la vez llena de luz, de alegría, resplandeciendo frescura, vuelve a mirar ese cielo ya despejado, con ese azul que lo caracteriza, con ese color de siempre, el color alegre, tan iluminado como la cara de un pequeño cuando recibe un regalo.

Al parecer hoy fue una buena mañana para doña Cristina, pues ha vendido muy rápido su mercancía, siempre saludando a quien se encuentre a su paso, deseando los buenos días, y entregando bendiciones, siempre deseándole el bien a los que están a su alrededor. Al parecer regresa a casa. Y tal vez allí, se siente a esperar a la noche tan fría y oscura.

Y ahí en las calles y a lo lejos, siendo las nueve de la noche, vuelve a escuchase ese chiflido, esperando verla una vez más mirar el cielo y secretearse como si la noche le respondiera, como si obtuviera fuerzas para seguir ese largo camino que aún tiene por recorrer y es que allá arriba, en el cielo oscuro y tan azul en las mañanas, se encuentra el amor de su vida, don Román…

Ya a lo lejos, puede verse a doña Cristina, caminar despacio, llena de vida, llena de amor y sin dejar de gritar: ¡Tamalitos de masa colada!....

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