La muerte. En ocasión de diagnosticar una enfermedad grave, o de indicar un procedimiento a un paciente, éste o sus familiares suelen interrogarnos sobre los riesgos
Enviado por karlo • 14 de Enero de 2019 • 1.653 Palabras (7 Páginas) • 494 Visitas
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el temor a la muerte era menor que el miedo a la privación de sepultura. Cuenta el historiador que tras una victoria por mar, los generales atenienses habían descuidado enterrar a los cadáveres. Al llegar a Atenas, los padres de los muertos, pensando en el largo suplicio que aquellas almas sufrirían, se acercaron al tribunal vestidos de luto y exigieron el castigo de los culpables. Al no diferenciar entre alma y cuerpo, los griegos consideraban que la sepultura era necesaria para la felicidad y el reposo eterno. A pesar de haber salvado a Atenas con su victoria, los generales fueron acusados de impiedad y condenados a muerte. La misma desesperación es la que narró Sófocles en Antígona, ante la prohibición de darle sepultura a su hermano Polinices en la ciudad de Tebas. En continuidad con las ideas paganas, durante el primer milenio cristiano la muerte no se concebía como una separación del alma y el cuerpo, sino como un sueño misterioso del ser indivisible. Por eso era esencial elegir una morada, un lugar seguro para esperar in pace el día de la resurrección. En contraposición, desde el siglo XII se creyó que al morir el alma abandonaba el cuerpo e inmediatamente padecía un juicio individual sin esperar al fin de los tiempos. (3) La relación con la muerte parecía ser muy distinta en esa época. Los cementerios que rodeaban las iglesias muchas veces servían de lugar de reunión para comerciar, bailar y jugar, y a lo largo de los osarios podían hallarse tiendas de comercio. En 1231, el Concilio de Ruán prohibió bajo la pena de excomunión que se bailara en las iglesias o los cementerios. En otro concilio de 1405 se prohibía bailar o jugar en el cementerio, como también que juglares, músicos, titiriteros y charlatanes ejercieran sus sospechosos oficios. En textos posteriores se resalta cómo la cercanía entre las sepulturas y estas aglomeraciones de público resultaba molesta cuando debían inhumarse cadáveres. El espectáculo de los muertos cuyos huesos afloraban a la superficie, como el cráneo de Hamlet, demuestra cómo los vivos se sentían familiarizados con los muertos y con la muerte. (3) Esta familiaridad con la muerte se extendió entre los siglos XV y XVIII hasta el punto de generar toda una iconografía y literatura macabra, con representaciones de cadáveres en descomposición, disecados o momificados, quizás como la expresión de una experiencia particularmente fuerte con la muerte en una época de grandes crisis económicas y mortalidad.
Ahora están muertos, ¡Dios tenga sus almas! En cuanto a los cuerpos, están podridos. Hayan sido señores o damas, delicada y tiernamente alimentadas con crema, papilla o arroz; y sus huesos caen hechos polvo: no tienen ya preocupación de reír o divertirse, ¡que al dulce Jesús le plazca absolverlos! En esta misma época macabra, la práctica de obtener el molde de la cara del muerto con la conocida mascarilla mortuoria servía para representar sobre la tumba la última fotografía instantánea y realista del personaje. Durante el regreso de los cruzados a Francia, la reina Isabel de Aragón falleció luego de caer de un caballo en Calabria. Sobre su tumba aparece representada de rodillas orando a los pies de la Virgen, con una mejilla desgarrada por la caída, imagen ésta obtenida de su mascarilla mortuoria como si fuera un retrato natural y no con el propósito de generar temor en los sobrevivientes. (3) Finalmente, esta relación con la muerte del hombre occidental alcanza también en los siglos XVI a XVIII un vínculo más estrecho con la imaginación, al punto de asociarla con el sentimiento del amor: Tanatos y Eros. Baste para ello sólo recordar el amor y la muerte de Romeo y Julieta en la tumba de los Capuleto. El miedo a la muerte comienza hacia fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, momento en que se deja de representarla en la cultura de Occidente. En esta época, el miedo a la muerte parece emerger del temor a la muerte aparente y a ser enterrado vivo. La muerte aparente se entendía como una situación diferente de la del coma actual; se refería a un estado de insensibilidad que se confundía con la muerte y que podía llevar al entierro de un ser aún vivo. A la luz de los relatos de la época, la probabilidad de ocurrencia de estos accidentes era muy baja, pero real. El miedo a ser enterrado vivo fue magistralmente relatado en esa época por Edgar Allan Poe en el Entierro prematuro, en el que el protagonista describe los indecibles sufrimientos de su entierro imaginario cuando aún estaba vivo, de los que despertara en su estrecha litera que en sueños confundió con su ataúd. A la muerte y entierro de una niña, en el siglo XIX Gustavo A. Bécquer escribió estos versos que denotan ya el miedo a este proceso: La piqueta al hombro, El sepulturero Cantado entre dientes Se perdió a lo lejos. La noche se entraba, Reinaba el silencio; Perdido en la sombra, Medité un momento: ¡Dios mío, qué solos Se quedan
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