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Novela grafica.

Enviado por   •  2 de Abril de 2018  •  7.986 Palabras (32 Páginas)  •  304 Visitas

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— ¿La puerta exterior ha sido abierta? —El capitan corría por los pasillos, precipitado. —

¡No me interesan tus excusas, imbécil! ¡Preparen a un francotirador!

Séptimo sintió el aire frío en la piel y avanzó a ciegas. Si saltaba por aquel acantilado, lo esperaba el agua. No podría hacerse daño, de eso estaba bien seguro. Ya había intentado suicidarse con métodos comunes y nada había funcionado. Lo único que podría destruirlo era un ser igual que él.

—Una sola bala. —murmuró el capitán, aconsejando al hombre arrodillado junto a él. El francotirador fijó en la mirilla la cabeza de Séptimo. —Conociéndolo, no btendrás oportunidad para un segundo disparo.

—Éste es un rifle creado expresamente para atravesar su piel, señor. No podrá repeler la bala.

—Apunta a la nuca.

—Sí, señor.

Volvió a ubicar el blanco, justo debajo de la máscara de hierro. Preparó el gatillo. Cuando lo jaló, Séptimo había volteado, pero fue demasiado tarde.

Sintió frío en la sien y cómo su prisión de metal se rompía en miles de pedazos. Una cascada de cabellos rojos flotó al viento antes de caer como peso muerto por el acantilado. No. No lo habían matado.

Capítulo 1

Cascada Roja

—Casualidad—

—Recuerdo que antes veníamos aquí a recoger conchas. —murmuro, en cuclillas, mirando el mar. La playa ya está deteriorada, no es como la última vez. Steve se para junto a mí, encogiéndos de hombros. —Lástima que a este sitio también se lo haya cargado la mierda, ¿no, Steve? —dejo de mover los dedos sobre la arena cuando él no me responde. —¿Qué te pasa?

—Mira. —señala al frente. Lo observo y después sigo la dirección de su mano.

Las olas pequeñas siguen rompiendo en la orilla, creando el sonido relajante que usaba para dormir cuando era más pequeño. Hay alguien parado frente a nosotros. No lleva nada puesto y el cabello le cubre el rostro.

Jamás he visto cabello así. Rojo, rojo escarlata. Un poco de brisa lo alborota y parece fuego.

— ¿Qué demonios pasa? —Steve da un paso atrás.

— ¿Y yo cómo voy a saberlo?

Nos quedamos paralizados, observando. A juzgar por todo, es un chico. Pálido. Desnudo. Mernudo botellón se ha de haber metido, de eso estoy seguro. Se mira las manos y se las lleva al rostro un momento. Parece que va a llorar. Steve y yo nos miramos, sin saber si correr o acercarnos. Entonces él alza la cabeza.

— ¿Dónde...? —dice, con la voz quebrada. Steve carraspea.

—Esto... —Nos voltea a ver, asustado. Y echa a correr. Mala idea, lo vemos tropezar y caer de cara en la arena. Se queda ahí unos cinco segundo antes de hincarse y ponerse a llorar como un bebé.

— ¡Oye! —Steve me empuja.

—Richard, quítate la camisa —me dice.

— ¿Qué?

—No importa, sólo hazlo.

—Mira esto, está malherdido. —Steve le aparta el cabello rojo con cuidado de la cara. El chico pelirrojo ya se ha calmado y se ve un poco más decente. No me atrevo a acercarme mucho, por temor a asustarlo. De todos modos, doy un par de pasos hacia ellos. Steve señala la cabeza del chico, donde hay un pequeño río de sangre que le corre por la sien hasta la barbilla. Él voltea y nos miramos a los ojos un buen rato. Nunca he visto ojos así. El iris es de un color tornasolado, mezcla de rojos, naranjas y marrones. Y no tiene pupila. Pero nos ve, así que no es ciego. Hay algo en ellos que... Me parece conocido. Muy conocido.

—Richard... ¡te esty hablando! —Steve me golpea en la cabeza y regreso a la realidad. Parpadeo mientras lo miro fruncirme el ceño. —Creo que deberíamos llevarlo a casa por ahora.

— ¿A casa?

—Sí, idiota. El lugar donde vamos a vivir de ahora en adelante. —suspira y vuelve a mirar al chico pelirrojo, que parece perdido en sus pensamientos. —No podemos dejarlo aquí. —asiento, dándole la razón, como siempre.

Mientras Steve le dice palabras de aliento al chico, me dedico a observarlo. No puedo evitar pensar que ya lo he visto antes, que nos conocemos. No recuerdo de qué o de dónde.

Él observa todo como si fuera la primera vez. Las calles, los árboles, las bardas y las rejas. Sube las escaleras con inseguridad, hasta llegar al sitio que los padres de Steve accedieron a prestarnos.

Es una casa gigantesca, con un jardín kilométrico y una barda rodeándolo todo.

—Solía ser un hostal. —explicó Steve, sacando las llaves. —Pero desafortunadamente ya no está en servicio. Mamá dice que si limpiamos todo, no habrá necesidad de pagar renta.

— ¿Significa que debo limpiar las doce habitaciones yo solo?

—Y también el jardín.

— ¿Qué? ¿O sea que debemos hacernos cargo de una casa abandonada?

Steve solo se ríe y entra. Trae al pelirrojo pegado en la espalda, aferrado al borde de su playera. Mientras mi primo me dice dónde debo instalarme, el chico mira todo con curiosidad, caminando de aquí para allá, tocando todo. Entonces se detiene y empieza a mover las rodillas, en un baile muy raro.

—Yo... Yo... —repite, haciendo gestos. Steve lo mira y alza una ceja.

— ¿Qué hacemos con él? Ni si quiera sabemos cómo se llama.

— ¿Y por qué no le preguntas? —alzo los hombros, señalándolo. El pelirrojo se deja caer de rodillas al suelo, suspirando. — ¿Ves? Puede que nos diga.

— ¿Tú crees? —Steve de arrodilla frente a él. — ¿Qué te pasa? —pregunta al verlo sonrojarse. El chico ladea la cabeza.

—Me hice encima. —Steve frunce el ceño y mira el suelo, donde un charquito crece alrededor del pelirrojo.

¿Adivinas quién

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