Paranormal colombia.

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Se mantenía solitario en la gran mayoría del tiempo. Sosteniéndome de las rejas que me separaban de esa gran casa abandonaba, podía detallar la pintura ya degradada, los colores cálidos que se contrastaban allí, todos los desperdicios que las personas arrojaban, las ventanas de sus alrededores que por cierto estaban fragmentadas, escombros en el suelo, solía llamar la atención que allí hubiera sucedido un incendio. A simple vista no parecía ser la gran cosa, puesto que daba la impresión de ser recientemente pintada por fuera, pero por dentro, era todo lo contrario, era como estar atrapado en un mundo inverso del cual no se podría salir.

Me resultaba inquietante pensar que alguien estuviera habitando en ese sitio y era cierto, dentro de la infraestructura más hacia el fondo, se podía detallar una sombra de una mujer mirando por el vitral hacia mí, parecía inquieta de que me hubiera quedado inmóvil ante lo que parecía su hogar durante tanto tiempo.

Por esa misma cuadra, se rumoraba que había un callejón por el cual un sujeto había desaparecido, me acerqué a distancia pues era un lugar desierto y que además estaba cubierto de grafitis y con un olor totalmente desagradable, recorrí rápidamente ese callejón hasta que me condujo al chorro de Quevedo. No era extraño que estuviera concurrido por estudiantes del Externado y la Salle, aunque para ser honestos, era la residencia de solo indigentes y miembros del equipo de millonarios fumando marihuana. Me acerqué a un vendedor de una tienda cercana a dicho callejón y le pregunté si conocía la historia que había sucedido en dicho lugar, a lo que respondió que allí transitaban básicamente drogadictos, pero que además de esto, contaban rumores que una mujer atemorizaba a esos hombres con anécdotas de su hijo, el cual había perdido ya hace tiempo, pero que sin embargo buscaba ropa y las necesidades básicas para ya aquel ser humano extraviado. Resultó curioso que en ese preciso momento una mujer pasara por ese lugar asomándose para mirar quien estaría irrumpiendo con lo que ella consideraría el último lugar donde vio por última vez a su hijo. El aspecto de esta mujer era anticuado y un tanto andrajoso, vestía una ruana indígena, una falda que ya hace tiempo no había visto, unos zapatos que por cierto vi en una distribuidora reconocida y por último, cargaba un morral que traía amarrado al frente. Siempre susurrando: “le debo llevar un cepillo a mi hijo, pero verdad que es niño, ya hoy en día no se puede encontrar nada”. Con una mirada penetrante y directa, la vi caminar hacia aquel sendero y se perdió entre la multitud.

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