¿Qué define a un buen texto literario?.
Enviado por karlo • 29 de Abril de 2018 • 5.881 Palabras (24 Páginas) • 626 Visitas
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En este tipo de textos, que insisten en una propuesta de transmisión de valores a través de la literatura, el enunciador posee un proyecto sobre el destinatario y sus decisiones. Se busca que el enunciatario se dirija a la significación propuesta por el enunciador, dejando de lado el aspecto más rico de la literatura, que es la plurisignificación de los textos y la libertad del lector de encontrar otros significados más allá del “oficialmente válido”.
Se refiere al otro como al niño depositario de un programa a realizar, la formación de seres más nobles y sensibles, a través de un conjunto de valores que se suponen en riesgo, en peligro de extinción en la sociedad actual. Se construye esta lógica con la base común de un “nosotros”, como aquellos adultos bien intencionados, comprometidos con la causa de los niños y del humanismo, frente a otro, el niño, a quien se lo considera un sujeto incompleto y pasivo, al que se le debe guiar (por la mediación de un docente u otro adulto) en la comprensión unívoca de este tipo de textos.
La autora propone rescatar la verdadera lectura literaria, aquella que “nos habla del mundo y nos transforma”. Se propone leer los textos en libertad, para prepararse a leer la realidad (compleja, ambigua, inabarcable) que nos rodea. Una modalidad de lectura que otorgue libre albedrío a sus lectores en sus “innumerables posibilidades de recorrido del texto” en sus plurales posibles significados.
La autora, Marcela Carranza, cuestiona como los adultos, en busca de una mejor sociedad futura, ven en la literatura un medio para transmitir una “educación en valores” que creen necesaria para cambiar aquello que “está mal” en el mundo. Lo que se discute, es el querer pensar a los niños como arcilla, que se puede modelar a nuestro antojo, para esta “utopía colectiva”. También se objeta el creer que sobre la infancia se posee una certeza total, reduciendo de esta manera al niño a la idea que formamos de ellos, a la norma de lo que es o debe ser un niño, dejando de lado su “inquietante llamada”, sus reales necesidades.
Lo que se busca recuperar, es la lectura libre, plurisignificante. Aquella literatura sin censuras, que es “búsqueda y descubrimiento de significados, y no reproducción pasiva de verdades digeridas por otros”.
Cuando la literatura se utiliza para transmitir valores morales, se la asemeja a la publicidad, la propaganda, el panfleto o el sermón. Se critica que se utiliza un instrumento sofisticado para convencer al lector acerca de una verdad dada, y se lo exhorta a actuar de una manera determinada.
Según la autora, los textos literarios deben ser de libre interpretación, ambiguos. Se infiere que su principal función es la estética, de transmitir belleza a través de las palabras, y también movilizarnos para la búsqueda de “personales, impredecibles recorridos para la comprensión del mundo y de nosotros mismos”.
Se dice que la literatura es peligrosa porque perturba las formas cristalizadas que nos damos y nos dan para interpretar la realidad, es decir, que de las múltiples significaciones que posee un texto, como lectores podemos elegir aquella que no es la que “debe ser” moralmente. La literatura es indomesticable, de aquí su “peligrosidad”.
Aportes de María Teresa ADRUETTO:
- Los lectores vamos a la ficción para intentar comprendernos, para conocer algo más acerca de nuestras contradicciones, miserias y grandezas, es decir acerca de lo más profundamente humano. Es por esa razón, creo yo, que el relato de ficción sigue existiendo como producto de la cultura, porque viene a decirnos acerca de nosotros de un modo que aún no pueden decir las ciencias ni las estadísticas.
Así, las ficciones que leemos son construcción de mundos, instalación de “otro tiempo” y de “otro espacio” en “este tiempo y este espacio” en que vivimos. Un relato de ficción es por lo tanto un artificio, algo por su misma esencia liberado de su condición utilitaria, un texto en el que las palabras hacen otra cosa, han dejado de ser funcionales.
La ficción, cuya virtualidad es la vida, es un artificio cuya lectura o escucha interrumpe nuestras vidas y nos obliga a percibir otras vidas que ya han sido, que son pasado, puesto que se narran.
un buen escritor es un escritor diferente a otros escritores.
La creación nace entonces de lo particular, cualquiera sea la particularidad que como ser humano le quepa a quien escribe, y es la focalización de lo pequeño lo que permite por la vía de lo metafórico inferir el ancho mundo, mirando mucho de poco, como quiere el precepto clásico.
el trabajo de un escritor no puede definirse de antemano, porque el pensamiento se modifica en el proceso mismo de escritura que es siempre incierto, hecho de sucesivas decisiones que se toman a medida que se escribe. De modo entonces que para escribir hace falta tener una gran disponibilidad para la incertidumbre y para el cuestionamiento de los propios atributos y condiciones.
Se le atribuye a la literatura infantil la inocencia, la capacidad de adecuarse, de adaptarse, de divertir, de jugar, de enseñar y sobre todo la condición central de no incomodar ni desacomodar, y así es como están muy poco presentes otros aspectos y tratamientos y cuando lo están aparecen con demasiada frecuencia teñidos de deber ser y obediencia temática o de sospechosa adaptabilidad curricular.
se sabe que correcto no es un adjetivo que le venga bien a la literatura, pues la literatura es un arte en el cual el lenguaje se resiste y manifiesta su voluntad de desvío de la norma.
Si la obra de un escritor no coincide con la imagen de lo infantil o lo juvenil que tienen el mercado, las editoriales, los medios audiovisuales, la escuela o quien fuere, se deduce (inmediatamente) de esta divergencia la inutilidad del escritor para ser ofrecido en ese campo de lectores potenciales. Así la literatura para adultos se reserva los temas y las formas que considera de su pertenencia y la literatura infantil/juvenil se asimila con demasiada frecuencia a lo funcional y lo utilitario, convirtiendo a lo infantil/juvenil y lo funcional en dos aspectos de un mismo fenómeno.
El gran peligro que acecha a la literatura infantil y a la juvenil en lo que respecta a su categorización como literatura, es justamente el de presentarse a priori como infantil o como juvenil. Lo que puede haber de “para niños” o “para jóvenes” en una obra debe ser secundario y venir por añadidura, porque el hueso de un texto capaz de gustar a lectores niños o jóvenes no proviene
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