Albert Camus. El extranjero
Enviado por Rebecca • 27 de Diciembre de 2018 • 2.988 Palabras (12 Páginas) • 659 Visitas
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Un día Raymundo invita a nuestro personaje a pasar un día en la playa, ese mismo día, María le propone matrimonio a Mersault y el protagonista le contesta que si pero no porque la ame, sino porque le es indiferente y si ella quiere casarse, él lo hará cuando ella lo decida. También le dice que lo ama y Mersault le contesta que el a ella no. Aquí es cuando se confirma que nuestro personaje no tiene ningún tipo de aspiraciones ni siente ningún tipo de emoción.
Llega el día de ir a la playa y María, nuestro protagonista y Raymundo se reúnen para ir juntos a la cabaña del amigo de Raymundo. Al salir a la calle se encuentran con un grupo de árabes (Raymundo anteriormente ya tuvo un enfrentamiento a golpes con un árabe hermano de una de sus amantes). Así que nuestro grupo de amigos tiene la guardia alta. Los árabes permanecen inmutados hacia la presencia de Raymundo así que este continua su camino.
Al llegar a la playa es recibido por los amigos de Raymond, una pareja que parece que lo que más los une es el placer carnal, Raymond y su amigo se muestran contentos y aparentan llevarse ya desde hace un largo tiempo.
María y Mersault se zambullen en el mar y están un rato ahí hasta que Mersault se da cuenta de que no ha almorzado, entonces suben a tomar el almuerzo, después los tres hombres deciden tener un paseo por la playa y se encuentran con un grupo de árabes, entre ellos está el hermano de una de las amantes de Raymond. Comienza una pelea y Raymond resulta herido. Lo llevan a un doctor, cuando vuelve Raymond y Mersault deciden tener un paseo de nuevo y se encuentran con el árabe del pleito y un amigo suyo. Raymond desenfunda un revolver y Mersault le aconseja no disparar, Raymond obedece y se van, Mersault ya con el revolver en una de sus bolsas.
Vuelven a la cabaña y Mersault decide salir a caminar de nuevo, esta vez solo. Después de caminar bastante bajo el sol y el calor extenuante, llega a una especie de nacimiento de agua dulce con sombra, ahí se encuentra al árabe, Mersault no quiere dar media vuelta y volver a enfrentar el calor de los rayos de Sol. El árabe desenfunda un cuchillo que deslumbra a nuestro protagonista, entonces acto reflejo Mersault decide disparar. Se da cuenta que es el primer Domingo que es realmente feliz. Dispara 4 veces más. Entiende que es probablemente el final de su vida como la conoce.
Comienza el juicio de Mersault, el juez le da a elegir si quiere un abogado de su elección o prefiere un abogado asignado por el estado, Mersault deja la decisión en manos de la justicia así que decide el asignado por el estado.
El abogado busca ayudarle, Mersault admite que no es bueno en los interrogatorios, el abogado se desespera y da por perdido el caso, desde antes de iniciar.
Nos acomodamos ambos en los sillones. Comenzó el interrogatorio. Me dijo en primer término
Que se me describía como un carácter taciturno y reservado y quiso saber cuál era mi opinión.
Respondí: «Nunca tengo gran cosa que decir. Por eso me callo.» Sonrió como la primera vez;
Estuvo de acuerdo en que era la mejor de las razones, y agregó: «Por otra parte, esto no tiene
Importancia alguna.» Se calló, me miró y se irguió bruscamente, diciéndome con rapidez: «Quien
Me interesa es usted.» No comprendí bien qué quería decir con eso y no contesté nada. «Hay
Cosas», agregó, «que no entiendo en su acto. Estoy seguro de que usted me ayudará a
comprenderlas.» Dije que todo era muy simple. Me apremió para que describiese el día. Le relaté
lo que ya le había contado, resumido para él: Raimundo, la playa, el baño, la reyerta, otra vez la
playa, el pequeño manantial, el sol y los cinco disparos de revólver. A cada frase decía: «Bien,
bien.» Cuando llegué al cuerpo tendido, aprobó diciendo: «Bueno.» Me sentía cansado de tener
que repetir la misma historia y me parecía que nunca había hablado tanto.
Después de un silencio se levantó y me dijo que quería ayudarme, que yo le interesaba, y que,
con la ayuda de Dios, haría algo por mí. Pero antes quería hacerme aún algunas preguntas. Sin
transición me preguntó si quería a mamá. Dije: «Sí, como todo el mundo» y el escribiente, que
hasta aquí escribía con regularidad en la máquina, debió de equivocarse de tecla, pues quedó
confundido y tuvo que volver atrás. Siempre sin lógica aparente, el juez me preguntó entonces si
había disparado los cinco tiros de revólver uno tras otro. Reflexioné y precisé que había disparado
primero una sola vez y, después de algunos segundos, los otros cuatro disparos. «¿Por qué
esperó usted entre el primero y el segundo disparo?», dijo entonces. De nuevo revivió en mí la
playa roja y sentí en la frente el ardor del sol. Pero esta vez no contesté nada. Durante todo el
silencio que siguió, el juez pareció agitarse. Se sentó, se revolvió el pelo con las manos, apoyó los
codos en el escritorio, y con extraña expresión se inclinó hacia mí: «¿Por qué, por qué disparó
usted contra un cuerpo caído?» Tampoco a esto supe responder. El juez se pasó las manos por la
frente y repitió la pregunta con voz un poco alterada: «¿Por qué? Es preciso que usted me lo diga.
¿Por qué?» Yo seguía callado.
Bruscamente se levantó, se dirigió a grandes pasos hacia un extremo del despacho y abrió el
cajón de un archivo. Extrajo de él un crucifijo de plata que blandió volviendo hacia mí. Y con voz
enteramente cambiada, casi trémula, gritó: «¿Conoce usted a Este?» Dije: «Sí, naturalmente.»
Entonces
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