Como crear una novela

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El arranque de El sueño eterno es aburridísimo pero se salva por la última línea. Philip Marlowe, el detective de sus siete novelas, dice que el día le parece maravilloso, describe un cielo azul radiante, lo cual ya es aburrido para el lector, luego explica cómo se afeita y viste con elegancia, y luego de describir hasta la tela de la que están hechos sus calcetines, explica porque lo motiva tanto optimismo: “Tenía una cita con cuatro millones de dólares”. Algunos novelistas trabajan como si esa primera frase estuviese obligada a tomar de las solapas al lector y no soltarlo hasta haber contado la historia. Menos dramáticas, la historia y la geografía también han sido usadas para construir puertas verbales hechas a la medida del proyecto.

Mientras Jack Kerouac escribió las 320 páginas de On the road en tres semanas, mecanografiando 15 paginas diarias. Marcel Proust genero los más de un millón y medio de palabras de Á la recherche du temps perdu a lo largo de 14 años, avanzando al cómodo ritmo de 300 palabras o media cuartilla al día. Si bien se acepta que un narrador con experiencia requiere en promedio dos años para terminar una novela publicable, algunas de las representantes más renovadoras de este género requirieron lapsos más grandes.

Nadie se pregunta si las novelas piensan, y sin embargo ellas nos vigilan y sacan conclusiones. Acostumbradas a ser escurridizas a ser escurridizas, adoptan distintas formas y técnicas, de manera que hacen difícil su definición y rastreo. De entrada hay que aceptar que no poseen una forma, sino muchas; que no observan uno sino distintos procedimientos para contar sus historias, y que el realismo es solo uno de ellos.

La novela no solo es el lugar donde mejor se enfrentan algunas ideas, sino uno de los pocos espacios que cuentan con una geometría indiscutible. Siguiendo a Pavel, habría que realizar una taxonomía de las distintas formas de la novela. Quien se propusiera esto descubriría que a pesar de su asombrosa diversidad las novelas comparten un gran interés por emocionarnos. Si un buen cuento nos sumerge una sola vez en el asombreo, la novela nos aficiona a dosis constantes de sorpresa; a las formas que adoptan sus relatos y a su peculiar manera de avanzar.

Si uno dibujara una línea recta de izquierda a derecha de la pagina, que reflejara la trayectoria del héroe, tendría una novela fallida y nula tensión. Si uno dispusiera diversos obstáculos en el camino del personaje principal, de manera que este se viese obligado a sortearlos, tal como ocurre en La odisea, o en ciertos cuentos de Las mil y una noches, la novela ganaría interés y un cierto ritmo; se leería con mayor felicidad. Tendría la forma de una montaña rusa. Hay que cuidar que estos retos o murallas para el protagonista sean de naturaleza diversa, de manera que cada uno de ellos ponga a prueba distintos aspectos de ese personaje. Cada giro de la montaña rusa es completamente diferente, y sin embargo, podríamos decir que todos dibujan la misma figura. Al terminar cada uno de estas aventuras regresamos a la situación principal. Si la novela fuese un animal y se desplazara, se desplazaría por digresiones.

Ahora bien: si todas las novelas realizan digresiones, no todas comparten la misma extensión o estrategia. Algunas