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Dedico este libro al Maestro Espiritual José Marcelli Nolli. Gracias por ayudarme a conseguir la libertad con sus enseñanzas y su ejemplo. A Lourdes Silva por su dedicación y trabajo.

Enviado por   •  25 de Diciembre de 2017  •  18.915 Palabras (76 Páginas)  •  459 Visitas

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deslicen por el cielo como flechas con el mínimo esfuerzo y sean precisos en su caza. Casiopea se imaginaba las escenas que describía su compañero y compartía la ilusión de ver a sus hijos a cazar como su padre. -¡Les enseñaré a cazar! –continuó Perseo lleno de orgullo- en la tierra, en el río y en el aire para que puedan tener su propio territorio; para cazar, sobrevivir en él y jamás les falte su alimento, y de esa forma puedan continuar con nuestra estirpe. La noche comenzó a caer y poco a poco los dos fueron quedándose sumidos en un profundo sueño; Casiopea y Perseo pasaron la mejor noche de su vida. Llenos de ilusión y de entusiasmo, esperando el nacimiento de sus futuras crías.

Perseo sale de caza

Todo había transcurrido en perfecta calma, hasta una mañana en la que el aire arreció en lo más alto de la montaña, al punto que el árbol donde se encontraba el nido se balanceaba de un lado a otro y daba la sensación de que iba a salir volando. Casiopea se aferró a sus huevos recién

puestos, tratando por todos los medios de que no cayeran rodando montaña abajo. Perseo, sin preocuparse del mal tiempo y al igual que cada mañana se despidió y salió en busca de alimento para él y para su pareja. Casiopea le seguía con la mirada como si ella tratara de recorrer el valle junto a él al igual que lo había hecho desde que se encontraban juntos. En lo alto del valle, Perseo aprovechaba cada corriente de aire para subir y bajar una gran velocidad. El águila macho presumía de su capacidad y parecía en cada una de sus movimientos abriendo al máximo cada una de sus plumas. Desde lejos Casiopea veía cómo, con un ligero movimiento su compañero comenzó a recorrer cada rincón del valle, quien con su potente vista observaba todo el territorio en busca de una presa para llevar a su nido. A lo lejos, Perseo observó un conejo que se movía con dificultad y sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre él, lo aprehendió en un instante con sus fuertes garras y lo elevó sin ningún esfuerzo a cierta altura y lo dejó caer nuevamente. Una vez muerta su presa, despegó para regresar al nido donde le esperaba su compañera; pero en el momento en que tomaba altura, se escuchó un disparo ensordecedor producido por

un cazador furtivo que enmudeció a todo el valle. El tiro dio de lleno en el pecho de Perseo, quien sólo alcanzó a emitir un fuerte graznido antes de estrellarse contra el suelo y acabar así con todos sus sueños. En ese momento, Casiopea ajena a todo lo que había pasado, se encontraba feliz e ilusionada acariciando los huevos que crecían con normalidad y pensando en los proyectos que ella y su pareja tenía para el futuro de sus hijos. El tiempo transcurría y Casiopea al ver que su compañero no regresaba; comenzó a emitir chillidos de desesperación llamando a Perseo una y otra vez. Exasperada, el águila se hacía escuchar en toda la montaña. Ella sabía que su compañero jamás faltaría a su responsabilidad como padre ni como pareja, pues desde que se conocieron siempre había volado juntos y se habían jurado hacerlo durante el resto de sus vidas. Casiopea triste y desesperada, tuvo miedo de que todos sus sueños e ilusiones comenzaran a resquebrarse. El sol se ocultó tras la montaña y empezó a obscurecer. Cansada y hambrienta por fin puedo conciliar el sueño, con la esperanza de que su compañero llegara de un momento a otro.

Llego la mañana siguiente y Casiopea con tristeza pudo ver que Perseo aún no había regresado. -¡Eso jamás lo haría! –pensó en silencio mientras le escurría una lágrima por su poderoso pico; e intuyó lo peor. Por un lado, miraba tristemente los huevos que había puesto y sentía el calor y el movimiento que había dentro y por otro lado, sabía que si seguía ahí finalmente moriría de hambre y con ella también sus polluelos. Casiopea emitió un chillido de desesperación e impaciencia y luego salió en busca de su compañero, así como de alguna presa con la cual pudiera alimentarse. Al principio miraba una y otra vez su nido sin alejarse demasiado de el. Ella sabía, por intuición que si dejaba demasiado tiempo a sus polluelos solos morirían de frío o algún depredador acabaría con ellos. En el cielo se podía ver a Casiopea volando como una verdadera águila real, llamando con desesperación constantemente a Perseo, sin obtener ningún resultado. Cansada de buscar y de llamar a su compañero, Casiopea hizo caso a su instinto de supervivencia y empezó a recorrer su territorio en busca de una presa para alimentarse.

Fue así como Casiopea aceptó con tristeza que había perdido a Perseo y a sus hijos; sin embargo, su poderoso instinto animal le hizo pensar de inmediato que la próxima temporada debía de encontrar otra pareja para poder procrear y garantizar así su descendencia. Con un fuerte suspiro volvió a mirar una vez más hacia atrás y continuó volando por el valle; con la esperanza perdida de encontrar a su compañero dejó atrás todo lo sucedido sin perder la ilusión de tener más suerte en la próxima temporada.

José, el montañero

Acababa de amanecer y el viento soplaba con fuerza en la cima de la montaña. Unos metros más abajo, las nubes comenzaban a agolparse y presagiaban en inicio de una fuerte temporal. Un montañero recorría la escarpada montaña, y mientras intentaba distinguir el valle, entre las nubes, pudo ver cómo las ramas del árbol, donde se encontraba el nido de las águilas, se tambaleaban de un lado para otro. Parecía

que el árbol se iba a romper en cualquier instante y los huevos se movían en el nido sin control alguno; el montañero se dio cuenta de que necesitaba rescatar esos huevos pues en cualquier momento saldrían volando montaña abajo. Con dificultad, el montañero llegó hasta el árbol, apoyó un pie sobre la roca y el otro sobre el tronco y alargó su mano con cuidado para tomar los dos huevos que acababa de encontrar. Una vez que los tuvo entre sus manos, dejó escapar un fuerte suspiro y los introdujo dentro de su ropa para darles todo el color posible. Sin perder un momento José, el montañero, se apresuró a seguir el camino montaña abajo para dejar en algún lugar seguro los dos huevos. Él sabía, como hombre experto de la montaña y muy habituado a convivir con la naturaleza, que algo grave debía haberle ocurrido a sus padres, pues las águilas jamás abandonan a sus crías, a no ser que hubieran muero o hubiera sido del todo necesario. José se emocionó ante la posibilidad de salvar a las futuras águilas que se encontraban en aquellos dos huevos. Caminaba, unas veces a paso ligero, y otras corría sujetándolos con sumo cuidado como si se tratara de delicados trofeos, José sabía que desgraciadamente,

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