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El reloj de las estrellas

Enviado por   •  6 de Abril de 2025  •  Trabajo  •  958 Palabras (4 Páginas)  •  15 Visitas

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El reloj de las estrellas

Mateo siempre había sentido que el tiempo no funcionaba igual en su pueblo. Los días eran lentos, las tardes eternas, y las noches parecían susurrarle cosas que nadie más escuchaba. Vivía en un lugar pequeño, escondido entre montañas y ríos, donde las estrellas parecían más cercanas que las personas.

Un día, caminando por un sendero polvoriento detrás de la escuela, encontró algo extraño enterrado a medias entre piedras y raíces: un reloj antiguo, de bolsillo, con la tapa dorada desgastada y las manecillas detenidas a las 3:33. Lo limpió con el borde de su camiseta y, sin pensarlo mucho, se lo guardó.

Esa noche, algo cambió.

Al acostarse, como siempre, miró por la ventana las constelaciones que conocía de memoria. Pero esa vez, brillaban diferente. Parecían moverse, como si lo estuvieran guiando. Mateo no era de los que se dejaban llevar por tonterías, pero algo dentro de él sentía que el reloj tenía que ver con eso. Se levantó en silencio, con el reloj en la mano, y salió al campo, guiado por el parpadeo de las estrellas.

No tuvo que caminar mucho. Justo al borde del bosque, en un claro donde nunca antes había estado, encontró un círculo de piedra. No había luces, ni ruido, solo la respiración del viento y el pulso acelerado en su pecho. Se sentó en el centro, abrió el reloj y lo sostuvo frente a él.

Entonces, sin aviso, el tiempo se detuvo.

No como cuando uno dice “el tiempo se detuvo” en sentido poético. No. Las hojas que caían quedaron suspendidas en el aire. El ulular de un búho quedó atrapado en su garganta. Hasta su aliento pareció quedarse congelado frente a su rostro. Mateo no podía moverse, pero no tenía miedo. Era como si algo —o alguien— lo estuviera observando.

Una voz, sin cuerpo ni boca, resonó en su mente:

—Has abierto el reloj de las estrellas. ¿Estás listo para ver lo que los demás no ven?

Mateo quiso responder, pero las palabras no salieron. Aun así, la voz entendió.

—Este reloj guarda los segundos que el mundo olvida. Cada vez que alguien pierde un minuto buscando las llaves, cada hora desperdiciada mirando al vacío, cada noche en la que nadie sueña... ese tiempo no desaparece. Se guarda. Y tú ahora puedes usarlo.

Las manecillas del reloj empezaron a moverse, girando hacia atrás, a una velocidad imposible. Mateo sintió como si flotara en un río de momentos ajenos. Vio escenas que no le pertenecían: una anciana leyendo bajo la lluvia, un niño soltando un globo en una playa desierta, un gato esperando en una ventana. Todo era hermoso, pero ajeno.

—Cada vez que uses este reloj —dijo la voz—, vivirás momentos robados del olvido. Pero cuidado: si abusas de ellos, podrías olvidar los tuyos.

Y, sin más, el tiempo volvió.

Mateo despertó en su cama, el reloj todavía en su mano. Pensó que lo había soñado... hasta

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