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Recuerdos de una travesura

Enviado por   •  23 de Mayo de 2018  •  Exámen  •  2.749 Palabras (11 Páginas)  •  283 Visitas

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Aquella lúgubre tarde, fui despertado por el revolotear de alguna solitaria ave, que quedó atrapada en mi terrado. El terrado era como una de esas azoteas limeñas, a diferencia que, sobre la primera, descansa el característico techo a dos aguas propias de la amazonia. El terrado, era como un almacén, donde encontrabas los mas extraños e impensables objetos, todos muy antiguos. Yo bromeaba con mi progenitor que si acaso esas cosas se las regaló alguno de los 12 incas, Mi padre seriamente seguía mi broma: “No hijo, esas cosas están desde el principio del universo”. ¿Principio del universo? No quería pensar en el, cada vez que lo hacía mi cabeza se convertía en una sopa que tenía todas las verduras descubiertas, por descubrir y las que en algún momento se habrían de inventar. Cada vez que subía a mi terrado me ponía a pensar en “Por las azoteas”, de Ribeyro, uno de mis escritores favoritos, y comparaba aquellos techos y sus objetos con los míos.[pic 1]

Bueno, era mi rutina y trabajo de todos los días el subir a mi terrado y bajar la hierba que se almacenaba para alimentar a los cuyes de mi madre. No era la mejor tarea, pero supongo que para algo servía en casa. Gracias a ello, me aprendí las horas más importantes del día, por ejemplo, a las 8 de la mañana, el cerro ubicado a la espalda de mi casa comenzaba una sesión de parto: el sol estaba naciendo; a las 2 de la tarde, la sombra que se proyectaba del árbol de un viejo palto caía exactamente sobre la ventana de mi habitación y a las 5 de la tarde, yo podía observar desde la misma, la agonía y posteriormente, la muerte de aquel ser que nos irradiaba la luz, cual hombre que nace, luego va atravesando diversas etapas, mientras su mirada, cada día más perdida, nos muestra el efecto del paso de los años  hasta que alguna inesperada campanada de la iglesia nos indique que alguien ha muerto.

Hacía dos horas que me había quedado dormido y ese revolotear, hiso que, como un tigre (mejor digamos que como un gato, puesto que nunca he conocido al otro felino) y con los ojos entreabiertos, en pocos segundos me encuentre en mi terrado para llevar a cabo la labor diaria. Aunque mi madre no me pedía una hora exacta para hacer los mandados, yo había acabado por tener la costumbre de hacerlo a las cinco de la tarde, y exactamente, al mirar por un huequito escondido que había construido para espiar la llegada de familiares que no conocía y que venían a visitarnos, bueno al mirar hacia el fondo del paisaje que mis ojos apreciaban, pude notar cómo agonizaba el sol.

Una vez arriba agarré un manojo de hierbas, y al quitarlas, un objeto me llamó la atención: era una vasija de barro, que tenía una extraña forma. Mi primera impresión fue que tenía forma de algún raro pez, localicé las aletas, la cola; pero al girarlo para ver sus ojos, pude descubrir la forma de otro animal. Renegué por un instante por esta imperdonable equivocación, pero terminé por alabarme al ver que era una ballena. “Que va, la ballena solo es un pez muy malvado que se comió a sus hermanos y por eso es grandota y tiene esa forma”. Coloqué la ballena en su lugar y mis manos se dirigieron al manojo de hierba que había dejado, pero cuando lo dejé, note que verdaderamente estaba equivocado, no era ni pez, ni ballena, era algún extraño loro. Molesto me desconcerté y traté de excusar mi error: Bueno no es pes ni ballena, pero acerté al decir que era un animal.

A decir verdad, ya no sé si era un loro o talvez sea algún dios representado en esa vasija. Y es que los niños somos así, tenemos una mente tan genial y con tanta imaginación que podemos tener una ciudad dentro de una habitación, podemos sentir torrenciales lluvias y fuertes vientos, aunque no existieran; podemos tener amigos, muchos amigos; podemos ver un bosque en un árbol, un zoológico en un gallinero; podemos volar por sobre los maizales, los cafetales, los papales; podemos hablar con el perro, con el gato, con un insecto; podemos hablar con nadie. Somos muy imaginativos.

Al alimentar a los cuyes, salí y cerré bien la puerta, no vaya a ser que los animales del bosque entren y se los lleven, entonces yo sería el único responsable y acreedor del algún castigo. Me dirigí hacia el terrado, pero entré por la parte posterior de mi casa para quitar la escalera que daba acceso a que alguien subiera por ahí. Siempre que hacia travesuras hacia lo mismo. Si quitaba y escondía la escalera, nadie podría subir puesto que por dentro yo era el único que lo hacía, nadie más que yo y que mi gato lo podían hacer: el espacio era pequeño y tenían que ser muy ágiles para lograrlo. Papá, mamá y mis hermanos ya era grandes y no cabrían por esa entrada. Cada momento al subir competía en rapidez con Bigote, así se llamaba mi gato. Siempre le ganaba, aún tengo dudas de mis victorias, yo creo que el lo hacía por respeto hacia mí; sabía que yo era su amo y que le era superior, y pues como sucede en el mundo, nadie es mejor que su amo. Creo que también era por su estado físico, era un gato escuálido, todos los ratones se burlaban del triste gatito, un poco más y hasta le mordían la cola al pobre. Creo que nadie desearía tener un gato así, bueno nadie excepto yo, para mí era el más lindo de todos los gatos.

En esta ocasión Bigote se quedó atrás y no hubo con quien competir, así que subí con calma para volver a examinar el objeto que había descubierto. Cómo era posible que no conociera mi reino, había hurgado cada libro, cada caja, cada aguja que había en ese lugar; conocía tan perfectamente todo, que hasta era capaz de saber si algún bicho o si el viento desordenó o movió algún objeto, por más pequeño que sea. Me desconcerté nuevamente y como siempre busqué alguna excusa para contentarme a mí mismo. Bigote, apoyado sobre unos polvorientos libros, como aquel estudiante que se queda dormido sobre sus cuadernos, me observaba detenidamente y giraba ese par de ojos más grandes que su cabeza, al compás de mis movimientos. Se estará burlando de mí, pensé, pero era imposible, yo era su amo y no podía faltarme el respeto de esa humillante forma.

Recogí la artesanía y la examiné más detenidamente, como aquel mecánico que examina un carro desvalijando hasta los neumáticos, para buscar algún desperfecto que no tiene y poder cobrar más dinero por su trabajo. Quería saber si también tenía alguna pieza por desarmar, la voltee, la volví a voltear, la pare de cabeza y nada, concluí que solo era un material de barro que serviría como algún adorno. Por un momento pasó por mi cabeza, el hurtar el objeto por algunos días para poder llevarlo a la escuela y enseñarle a mi profesor y mentirle un montón de cosas a mis amigos, por ejemplo, les podía decir que lo obtuve luego de subir hasta la cima del tenebroso cerro Benja que era un lugar del cual se contaban las más aterrantes, espeluznantes y escalofriantes historias de ultratumba que pueden existir en el mundo. Vacilé un momento. Imaginé la tanda de nalgadas o hasta correazos que me podía caer si me atrapaban es esta hazaña. Finalmente, luego de algunos minutos, volteé hacia mi gato mostrándole mi nuevo objeto, el asintió con la cabeza como si entendiera mi pregunta. Para acabar, eché un vistazo a todas las cosas y comencé a bajar.

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