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Resumen La iliada.El poema de la Ilíada abarca los pocos días de batallas en la guerra contra Troya

Enviado por   •  24 de Julio de 2018  •  3.162 Palabras (13 Páginas)  •  626 Visitas

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Cubrió la cabeza con el fornido yelmo que brillaba como un astro y sobre él ondeaban las áureas y espesas crines de caballo que Hefesto colocara en la cimera. Sacó de su estuche la poderosa lanza que solo él podía manejar y alzándola y rugiendo como un león la agitó amenazante en el aire sobre su cabeza.

El auriga Automedonte saltó al carro con el magnífico látigo y Aquiles, cuya armadura refulgía como el mismo Sol, subió tras él y con horribles gritos jaleó a los corceles

El combate (canto XX y siguientes)

Zeus ordenó a Temis que convocara una asamblea de los dioses. Todos acudieron y se acomodaron expectantes en rededor del dios. Zeus les indicó que la intervención de Aquiles podía suponer el fin de los troyanos: "Pues si Aquiles, el de los pies ligeros, combatiese solo contra los teucros, estos no resistirían ni un instante su acometida". Después les pidió que se dividieran en dos bandos y que intervinieran en el combate para equilibrar las fuerzas.

En auxilio de los aqueos se encaminaron: Hera (Juno), Palas Atenea (Minerva), Poseidón (Neptuno), Hermes (Mercurio) y Hefesto (Vulcano), y hacia las tropas troyanas acudieron: Ares (Marte), Febo Apolo (Apolo), Artemisa (Diana), Leto (Latona), Janto (un dios menor del río del mismo nombre, cercano a Ilión) y Afrodita (Venus). (Conviene recordaros que Hera era la madre e Eneas y Afrodita la vencedora del juicio de París, en que éste la había elegido como la más bella entre las diosas).

Aquiles da muerte a Héctor

Aquiles, enfurecido con el dios, exclamó: "¡Oh flechador, el más funesto de los dioses!. Me engañaste, alejándome de la muralla, cuando todavía habrían mordido la tierra muchos teucros, antes de llegar a Ilión. Me has privado de alcanzar una gloria no pequeña, y has salvado con facilidad a los teucros, ya que no temes mi venganza. Y, ciertamente, me vengaría de ti si mis fuerzas lo permitieran". Dicho esto, sin esperar contestación del dios, regresó corriendo a las murallas de la ciudad; como el corcel vencedor en la carrera de carros, trotaba el veloz Aquiles, tan ligeramente movía los pies y rodillas.

Príamo fue el primero, desde su torre, en verle venir por la llanura, tan resplandeciente como el astro que en otoño se distingue entre otras muchas estrellas, por sus vivos rayos, durante la noche oscura y recibe el nombre del perro de Orión (Cannis Minor), el cual, con ser brillantísimo, constituye una señal funesta, porque trae excesivo calor a los míseros mortales; de igual manera centelleaba el bronce sobre el pecho del héroe, mientras corría.

Príamo, viendo que su hijo amado permanecía inmóvil junto a las puertas, le pidió a gritos que no continuara, allí, solo y le urgió a que entrara en la ciudad. Príamo ya echaba en falta, entre los muros de la ciudad a sus otros dos hijos, Polidoro y Licaón, que habían sido muertos por Aquiles, y le dijo a Héctor: "Ven adentro del muro, hijo querido, para que salves a los troyanos y las troyanas; no quieras proporcionar inmensa gloria al pelida y perder tú mismo la existencia. ¡Compadécete de mí! De este infeliz y desgraciado que aún conserva la razón, después de contemplar tantas desventuras: muertos mis hijos, esclavizadas mis hijas, destruidos los tálamos, arrojados los niños por el suelo en el terrible combate y las nueras arrastradas por las fuertes manos de los Aqueos...".

Príamo y Hécuba siguieron con sus ruegos a Héctor para que entrara en la ciudad, pero Héctor se consideraba responsable del desastre sobrevenido sobre su ejército por haberse empeñado en mantenerlo fuera del recinto de la ciudad, plantando cara a los aqueos en campo abierto.

Por unos instantes, pensó en dejar las armas contra las murallas y tratar de negociar con Aquiles una rendición honrosa de Ilión, devolviendo a Helena y los tesoros que Alejandro (Paris) trajera con ella a Troya. Además, le propondría entregar la mitad de los tesoros de la ciudad contenía, pero se dijo: "No, no iré a suplicarle; que sin tenerme consideración ni respeto, me matará inerme, como a una mujer, tan pronto como deje las armas. Imposible es conversar con él desde lo alto de una encina o de una roca, como un mancebo con una doncella: sí, como un mancebo y una doncella suelen conversar. Mejor será comenzar el combate, para que veamos a quién concede Zeus la victoria. Cuando vio que Aquiles se le acercaba, cual si de Ares se tratara, con su armadura y su escudo brillando como el resplandor del fuego del sol naciente, se echó a temblar y huyó espantado.

Troya caballo

Llegados al foso, torres y empalizadas que protegían el campamento y las naves, Hermes adormeció con su vara a los centinelas, atravesaron la barrera y llegaron a la alta cerca que los mirmidones habían construido, para proteger la tienda de su rey, con troncos de abeto y cañas.

Hermes regresó, entonces, al Olimpo, pues no resultaba decoroso que un dios inmortal se tomara, públicamente, tanto interés por un mortal.

Ante la sorpresa de los reunidos en la tienda con Aquiles, Príamo hizo su repentina aparición, entre ellos, como si de un dios se tratara. Se abrazó a las piernas de Aquiles, llorando, e imploró suplicante: "¡Oh, Aquiles! Apiádate de mí que he perdido a casi todos mis cincuenta hijos, incluido aquel que era único para mí, Héctor. Respeta a los dioses y recuerda el amor que te tiene tu padre, que espera ansioso volver a estrecharte junto a su pecho, en la lejana Argos. Yo soy más digno de compasión que él, puesto que me he atrevido a lo que ningún otro mortal en la tierra: a llevar a mis labios la mano del hombre matador de mis hijos".

Aquiles rompió a llorar por el recuerdo de su padre y de Patroclo y cogió la mano de Príamo mientras le alzaba con suavidad. Ambos lloraban y los gemidos resonaban en la tienda.

Cuando Aquiles hubo saciado sus deseos de llanto, miró compasivo al encanecido anciano e invitándole a tomar asiento, le dijo: "¡Desdichado, cuantas desgracias ha soportado tu corazón! Aunque los dos estemos afligidos, dejemos reposar en el alma el dolor, el gélido llanto para nada aprovecha, pues lo que los dioses han hilado para los míseros mortales es vivir entre congojos, mientras ellos están exentos de cuitas. En los umbrales del Olimpo hay dos toneles con dones que el dios reparte: en uno, están los pesares y en el otro las alegrías. Aquel a quién Zeus los da mezclados, unas veces topa con la desdicha y otras con la ventura, pero el que solo recibe pesares, vive con afrenta y

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