Como se da el Ensayo Maquiavelo
Enviado por Albert • 28 de Diciembre de 2018 • 7.673 Palabras (31 Páginas) • 523 Visitas
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CAPÍTULO IV: POR QUÉ EL REINO DE DARÍO, OCUPADO POR ALEJANDRO, NO SE SUBLEVÓ CONTRA LOS SUCESORES DE ÉSTE DESPUÉS DE SU MUERTE.
Todos los principados han sido gobernados de dos modos distintos: uno por un príncipe que elige de entre sus siervos, los ministros que lo ayudarán a gobernar, y el otro por un príncipe asistido por nobles que a la antigüedad de su linaje, deben la posición que ocupan. Estos tienen Estados y súbditos propios. En los Estados gobernados por un príncipe asistido por siervos, el príncipe goza de mayor autoridad: porque en toda la provincia no se reconoce soberano sino a él.
En los reinos organizados, si se atrae a alguno de los nobles, que siempre existen descontentos y amigos de las mudanzas, fácil le será entrar. No bastará que extermine a la raza del príncipe: quedarán los nobles, que se harán cabecillas de los nuevos movimientos, perderá el Estado en la primera oportunidad que se le presente.
Después de la victoria, y Darío muerto, Alejandro quedó dueño tranquilo del Estado. Si los sucesores hubiesen permanecido unidos, habrían podido gozar en paz la conquista, ya que en el reino no hubo otros tumultos que los que ellos mismos suscitaron. No depende de la poca o mucha virtud del conquistador, sino de la naturaleza de lo conquistado.
CAPÍTULO V: DE QUÉ MODO HAY QUE GOBERNAR LAS CIUDADES O PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS, SE REGÍAN POR SUS PROPIAS LEYES.
Hay tres modos de conservar un Estado que, antes estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero destruirlo; después radicarse en él; por último dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas. Nada hay mejor para conservar una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos.
Quien se haga dueño de una ciudad así y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella. Sus rebeliones siempre tendrán por baluarte el nombre de libertad. Las ciudades o provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe, y por la extinción de éste y su linaje queda vacante el gobierno, y si no se ponen de acuerdo para elegir a uno de entre ellos, un príncipe puede fácilmente conquistarlas y retenerlas. En las repúblicas, hay más vida, más odio, más ansias de venganza.
CAPÍTULO VI: DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON LAS ARMAS PROPIAS Y EL TALENTO PERSONAL.
Todo hombre prudente debe entrar en el camino seguido por los grandes e imitar a los que han sido excelsos.
Los principados de nueva creación, donde hay un príncipe nuevo, son más o menos difíciles de conservar según que sea más o menos hábil el príncipe que los adquiere. Aquellos que no se convirtieron en príncipes por el azar, sino por sus virtudes, ellos no deben a la fortuna sino el haberles proporcionado la ocasión propicia, que fue el material al que ellos dieron la forma conveniente. Sin esa ocasión, sus méritos de nada hubieran valido, pero sin sus méritos, era inútil que la ocasión se presentara.
Los que, por caminos semejantes a los de aquéllos, se convierten en príncipes adquieren el principado con dificultades, pero lo conservan sin sobresaltos. Las dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y proveer a su seguridad. El innovador se transforma en enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas. Es preciso ver si esos innovadores, necesitan recurrir a la súplica para realizar su obra, o si pueden imponerla por la fuerza. En el primer caso, fracasan siempre; pero cuando sólo dependen de sí mismos rara vez dejan de conseguir sus propósitos.
CAPÍTULO VII: DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON ARMAS Y FORTUNA DE OTROS
Los que sólo por la suerte se convierten en príncipes poco esfuerzo necesitan para llegar a serlo, no se sostienen sino por la voluntad y la fortuna de quienes los elevaron. Los Estados que nacen de pronto, no pueden tener raíces ni sostenes que los defiendan del tiempo adverso; salvo que quienes se han convertido en forma tan súbdita en príncipes se pongan a la altura de lo que la fortuna ha depositado en sus manos, y echen los cimientos que cualquier otro echa antes de llegar al principado.
CAPÍTULO VII: DE LOS QUE LLEGARON AL PRINCIPADO MEDIANTE CRÍMENES
Hay otros dos modos de llegar a ser príncipe. Primero, al caso en que se asciende al principado por un camino de perversidades y delitos; y después, al caso en que se llega a ser príncipe por el favor de los conciudadanos.
En el primer caso, no se adquiere la soberanía por el favor de nadie, sino merced a sus grados militares, que se ganaron a costa de mil sacrificios y peligros; y que se mantiene en mérito a sus enérgicas y temerarias medidas.
Mientras que Agátocles y otros de su calaña, a pesar de sus traiciones y rigores sin número, pudieron vivir durante mucho tiempo y a cubierto de su patria, y pudieron a la vez defenderse de los enemigos, otros, en cambio, no lograron conservar a su Estado en épocas dudosas de guerra, sino tampoco en tiempos de paz. Depende del bueno o mal uso que se hace de la crueldad. Mal empleada son las que, aunque poco graves al principio, con el tiempo antes crecen que se extinguen. Al apoderarse de un Estado todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que renovarlos día a día. Quien procede de otra manera, se ve obligado a estar con el cuchillo en la mano. Las ofensas deben inferirse de una sola vez para que, durando menos, hicieran menos; los beneficios deben proporcionarse poco a poco, a fin de que se saboreen mejor.
CAPÍTULO IX: DEL PRINCIPADO CIVIL
Se llama así al Estado que es constituido de forma en que un ciudadano, gracias al favor de sus compatriotas, se convierte en príncipe. El llegar depende de una cierta habilidad propiciada por la fortuna, y necesita, o bien del apoyo del pueblo, o bien de los nobles. En toda ciudad se encuentran estas dos fuerzas, una de las cuales lucha por mandar y oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del choque de las dos corrientes surge uno de estos tres efectos: o principado, o libertad, o licencia.
Pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles. Los nobles, cuando comprueban que no pueden resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos
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