Introducción General al Planteo de la Experiencia como Fenómeno Humano.
Enviado por Kate • 28 de Enero de 2018 • 1.780 Palabras (8 Páginas) • 402 Visitas
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La experiencia como posibilidad de crecimiento integral, más que un “acto” (esto correspondería a la “sensación”) es ante todo un “proceso”. Esto constituye propiamente el crecimiento: El proceso armónico del ritmo interior. El crecimiento se da cuando pasa por la libertad personal un acontecimiento que cualifica la vida mejorándola existencialmente. Esto fundamenta la diferencia que existe entre “hechos” y “acontecimientos” entre “historias” y “vida”. Los hechos son los sucesos objetivos y ordinarios que se dan en la cronología de un cierto tiempo determinado (por ejemplo, las cosas triviales y rutinarias que ocurren en un día). La historia personal es la concatenación de los sucesos cronológicamente considerados. Los acontecimientos, en cambio, son los “ejes o claves existenciales” que han determinado las opciones y valores de la vida. En este sentido, la vida – distinta de la historia como mera biografía – es lo que se centra en los núcleos de estos “ejes existenciales” de sentido. Se puede tener, por lo tanto, una historia conformada con hechos muy monótonos o aparentemente vulgares y, sin embargo, poseer una vida de “núcleos personales y existenciales” muy rica y profunda.
La experiencia, por la significación y la cualificación que produce a la existencia, posibilita la creación o el descubrimiento de valores o criterios éticos. Por ejemplo, una experiencia de “compasión” posibilita descubrir el sentido de la solidaridad, el servicio, la entrega por el otro. Cuando se descubren criterios y de conducta implica que el valor, a través de alguna experiencia, se ha incorporado como actitud personal.
El “valor” es el nivel objetivo-ético. La “actitud” es el nivel subjetivo de la disposición interior en el proceso de crecimiento. El “criterio” es el nivel práctico de la acción en orden a la conducta.
Toda la experiencia integral requiere de todos estos niveles, de lo contrario, no existe experiencia. De aquí se deduce que la experiencia tiene una estructura “compleja” por sus distintos niveles: “objetivo” (valor), “subjetivo” (actitud y significado) y “práctico” (criterio).
La experiencia, en esta estructura compleja que la define, se nos otorga como una “clave hermenéutica” para leer la realidad interior y existencialmente considerada. El hombre a partir de su propias experiencias va teniendo su “cosmovisión” y su “filosofía de vida”, va accediendo y viviendo la realidad de una determinada manera. Para conocer una persona hay que interpretar sus experiencias.
La experiencia, a pesar de ser una clave interpretativa de la realidad en su integralidad; no obstante, tiene una comunicabilidad relativa. Cuando se quiere compartir a otro una experiencia vital profunda, se percibe que el lenguaje objetivo y funcional encuentra sus propios límites para la transmisión experiencial. El lenguaje descubre así su “fundamento estético original”: La inexpresabilidad de la realidad. Los hombres contemplativos en general –los teólogos, los filósofos, los místicos y los poetas- sienten muy a menudo, el límite y la incapacidad terminológico-conceptual del lenguaje como mediación instrumental de toda experiencia compartida. La realidad y nuestra captación de la realidad constituyen un misterio que nunca lograremos abarcar totalmente. En este sentido, nuestras experiencias -como acceso a la realidad- y nuestra transmisión de las experiencias son siempre de una comunicabilidad relativa. No agotamos la realidad al experimentarla y no transmitimos al compartirla todo lo que hemos experimentado. Tanto objetiva como subjetivamente la experiencia es relativa.
3. A modo de síntesis conclusiva.
Podemos sintetizar todo lo expuesto afirmando que la fenomenología existencial ha descripto la experiencia, en sus términos generales, como el “hacerse” humano, el devenir de aquello que, de alguna manera, se es, en esa “incorporación” de todo lo real en nosotros y de nosotros en todo lo real, en esa mutua configuración que va desde adentro hacia fuera y de afuera hacia adentro en una mutua y simultánea interacción, produciendo esa “integración” armónica llamada “crecimiento”.
Lo genuinamente humano de la experiencia es que el hombre, en toda la creación, es el que tiene el λόγος (“logos”) y, por lo tanto, es el único que puede interpretar valorativa y existencialmente toda experiencia. De aquí se deduce que lo específicamente humano de toda experiencia es la “significación”, la “hermenéutica” que le demos. Esa “asimilación significativa” que hacemos de múltiples experiencias es lo que convierte el “hacer” en “saber”, lo que transforma un simple “hecho” en “acontecimiento”. Esta significación que es lo propio de la experiencia humana, a menudo surge de las mediaciones, ya que el hombre realiza la experiencia a partir de sí mismo como sujeto encarnado en el mundo en la combinación de todas sus relaciones. Cuando estas mediaciones son interpretadas existencialmente, nace la significación que cada realidad o acontecimiento tiene en el universo de cada persona. Si estas mediaciones se vuelven “simbólicas”, entonces, pueden ser interpretadas. Se percibe así que la experiencia fundamental es la experiencia estética, tomada esta en su sentido más amplio. Capacidad interpretativa de todas las mediaciones del mundo a partir de las impresiones más personales.
A partir de esta experiencia estética fundamental se originan los valores o antivalores que determinan la conducta: de la “estética” se pasa a la “ética”. Además, si en este orden de valores se registra lo trascendente, de la dimensión ética se pasa a la dimensión religiosa.
Por consiguiente, “experiencia estética”, “experiencia ética” y “experiencia religiosa” parecen ser como las clave de las experiencias simbólicas de todo fenómeno humano, o sea de las experiencias más “significativas”.
Bibliografía
OLIVO, Hugo, “La experiencia como fenómeno humano”, Apuntes de cátedra de Seminario Teológico I, Facultad de Educación, UCC, 2008.
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