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La permanente inquietud del ser humano, especialmente hoy en la actualidad me ha motivado ha profundizar sobre el tema de los ángeles; es así, que para tener una idea de lo que trataré, necesitamos saber; ¿Qué son los ángeles?.

Enviado por   •  2 de Abril de 2018  •  9.091 Palabras (37 Páginas)  •  436 Visitas

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Hoy, igual que en tiempo pasados, se discute con mayor o menor sabiduría acerca de estos seres espirituales. Es preciso reconocer que, a veces, la confusión es grande, con el consiguiente riesgo de hacer pasar como fe de la Iglesia respecto a los ángeles cosas que no pertenecen a la fe, o viceversa, de dejar de lado algún aspecto importante de la verdad revelada. La existencia de los seres espirituales que la Sagrada Escritura, habitualmente, llama “ángeles”, era negada ya en tiempos de Cristo por los saduceos (cf Hch 23,8). La niegan también los materialistas y racionalistas de todos los tiempos. Y sin embargo, como agudamente observa un teólogo moderno, “si quisiéramos desembarazarnos de los ángeles, se debería revisar radicalmente la misma Sagrada Escritura y con ella toda la historia de la salvación”.[5] Toda la Tradición es unánime sobre esta cuestión. El Credo de la Iglesia, en el fondo, es un eco de cuanto Pablo escribe a los colosenses: “Porque en Él (Cristo) fueron creadas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades; todo fue creado por Él y para Él” (Col 1, 16). O sea, Cristo que, como Hijo, Verbo eterno y consubstancial al Padre, es “primogénito de toda criatura” (Col 1, 15), está en el centro del universo como razón y quicio de toda la creación.

La referencia al “primado” de Cristo nos ayuda a comprender que la verdad acerca de la existencia y la acción de los ángeles (buenos y malos) no constituye el contenido central de la Palabra de Dios. En la Revelación, Dios habla en primer lugar “a los hombres… y pasa con ellos el tiempo para invitarlos y admitirlos a la comunión con Él”[6]. De este modo la profunda verdad, tanto de Dios como de la Salvación de los hombres, es el contenido central de la Revelación que resplandece más plenamente en la persona de Cristo. La verdad sobre los ángeles es, en cierto sentido, “colateral” y, no obstante, inseparable de la Revelación central que es la existencia, la majestad y la gloria del Creador que brillan en toda la creación (“visible” e “invisible”) y en la acción salvífica de Dios en la historia del hombre. Los ángeles no son, por tanto, criaturas de primer plano en la realidad de la Revelación y sin embargo, pertenecen a ella plenamente, tanto que en algunos momentos les vemos cumplir misiones fundamentales en nombre del mismo Dios.

Todo esto que pertenece a la creación eterna, según la Revelación, en el misterio de la Providencia Divina, lo afirma de modo ejemplarmente conciso el Vaticano I: “Todo lo creado Dios lo conserva y lo dirige con su Providencia ‘extendiéndose de un confín al otro con fuerza y gobernando con bondad todas las cosas’ (cf Sab 8, 1). ‘Todas las cosas están desnudas y manifiestas a sus ojos’ (Heb 4, 13), ‘hasta aquello que tendrá lugar por libre iniciativa de las criaturas’” (DS 3003). La Providencia abraza, por tanto, también el mundo de los espíritus puros, que aun más plenamente que los hombres son seres racionales y libres. En la Sagrada Escritura encontramos preciosas indicaciones que les conciernen. Hay la revelación de un drama misterioso, pero real, que afectó a estas criaturas angélicas, sin que nada escapase de la eterna Sabiduría, la cual con fuerza (fortiter) y al mismo tiempo con bondad (suaviter) todo lo lleva a cumplimiento en el reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Reconozcamos ante todo que la Providencia, como amorosa Sabiduría de Dios, se ha manifestado preciosamente al crear seres puramente espirituales, por los cuales se expresa mejor la semejanza de Dios en ellos, que superan en mucho todo lo que ha sido creado en el mundo visible junto con el hombre, también él, imborrable imagen de Dios. Dios, que es Espíritu absolutamente perfecto, se refleja sobre todo en los seres espirituales que, por naturaleza, esto es, a causa de su espiritualidad, están mucho más cerca de Él que las criaturas materiales y que constituyen casi el “ambiente” más cercano al Creador. La Sagrada Escritura ofrece un testimonio bastante explícito de esta máxima cercanía a Dios de los ángeles, de los cuales habla, con lenguaje figurado, como del “trono” de Dios, de su “ejército”, de su “cielo”. Ella ha inspirado la poesía y el arte de los siglos cristianos que nos presentan a los ángeles como la “corte de Dios

2. - Los hombres, ¿están o no están custodiados por los ángeles?

a.- Creador de los ángeles, seres libres (12 de diciembre 99)[7]

En la perfección de su naturaleza espiritual, los ángeles están llamados desde el principio, en virtud de su inteligencia, a conocer la verdad y amar el bien que conocen en la verdad de modo mucho más pleno y perfecto que cuando le es posible al hombre. Este amor es el acto de una voluntad libre, por lo cual también para los ángeles la libertada significa la posibilidad de hacer una elección en favor o en contra del Bien que ellos conocen, esto es, Dios mismo. Hay que repetir aquí lo que ya hemos recordado a su debido tiempo a propósito del hombre: creando a los seres libres, Dios quiere que en el mundo se realice aquel amor verdadero que sólo es posible sobre la base de la libertad. Él quiso, pues, que la criatura, constituida a imagen y semejanza de su Creador, pudiera, de la forma más plena posible, volverse semejante a Él: Dios, que “es amor” (1Jn 4, 16). Creando a los espíritus puros, como seres libres, Dios, en su Providencia, no podía prever también la posibilidad del pecado de los ángeles. Pero precisamente porque la Providencia es eterna sabiduría que ama, Dios supo sacar de la historia de este pecado, incomparablemente más radical, en cuando pecado de un espíritu puro, el definitivo bien de todo el cosmos creado.

De hecho, como dice claramente la Revelación, el mundo de los espíritus puros aparece dividido en buenos y malos. Pues bien, esta división no se obró por creación de Dios, sino en base a la propia libertad de la naturaleza espiritual de cada uno de ellos. Se realizó mediante la elección que para los seres puramente espirituales posee un carácter incomparablemente más radical que la del hombre y es irreversible, dado el grado de intuición y de penetración del bien, del que está dotada su inteligencia. A este respecto se debe decir también que los espíritus puros han sido sometidos a una prueba de carácter moral. Fue una opción decisiva, concerniente ante todo a Dios mismo, un Dios conocido de modo más esencial y directo que lo que es posible al hombre, un Dios que había hecho a estos seres espirituales el don, antes que al hombre, de participar en su naturaleza divina.

Cómo

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