Ética Aristotélica.
Enviado por Ledesma • 21 de Marzo de 2018 • 2.184 Palabras (9 Páginas) • 298 Visitas
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- Texto F: de acuerdo con Aristóteles, la felicidad, si ha de ver nuestro objetivo último, debe ser auto-suficiente. Esto no quiere decir que sea un bien cuya realización nos haga auto-suficientes, en el sentido de poder llevar una buena vida en forma solitaria. Más bien, Aristóteles introduce (“vamos a decir”) un sentido diferente de auto-suficiencia, a saber: un bien es auto-suficiente si hace de la vida algo digno de elección y sin carencias. Ambas características podrían entenderse del siguiente modo: lo primero quiere decir que la realización de la felicidad es suficiente para que, si pudiéramos elegir una vida en la que ese bien se realice, la eligiéramos. La segunda característica quiere decir, en mi opinión, que la felicidad comprende todo aquello que la persona que se traza este objetivo considera de valor para su vida (es decir, la felicidad no parece consistir en un solo bien, pues normalmente valoramos más de una cosa en nuestras vidas: tener ciertas amistades, ser parte de una buena familia, tener éxito en el trabajo, que nos respeten, etc.). Por ende, la felicidad debe ser un objetivo que le baste a esa persona.
- Texto G: luego de haber bosquejado los requisitos formales que debe cumplir la felicidad por ser el objetivo último de la totalidad de nuestra vida adulta, Aristóteles menciona nuevamente un problema que está pendiente: en qué consiste específicamente la verdadera felicidad, es decir, cuáles son las características que debe tener el objetivo último en torno al cual se organiza una vida humana, de tal modo que esta sea una buena vida humana (“que uno viva bien y que le vaya bien”).
Este no es un problema fácil de solucionar. Aristóteles, con todo, cree encontrar la clave para dar con la solución: la idea de que el ser humano tiene una función. Él cree que esta es una estrategia plausible debido a lo siguiente. Es común que digamos que algo está bien o es bueno si cumple con su función. Por ejemplo, decimos que tal o cual puerta es buena porque nos aísla del ruido exterior y del frío (cumple su función); que tal persona tiene buenos dientes porque son fuertes y le permiten cortar, desgarrar y moler la comida (cumplen su función); etc. Y al revés, parece que normalmente decimos que algo está mal o es malo si no cumple su función. Por ejemplo, decimos que el televisor está malo cuando no enciende o no nos permite ver todos los canales (no cumple su función); etc.
La idea de Aristóteles, entonces, es la siguiente: estamos investigando acerca de las características que tiene una buena vida humana, y que por tanto hacen de una persona una buena persona. Por tanto, si efectivamente el ser humano tiene una función, entonces, tal como sucede en los ejemplos anteriores, tendríamos que decir que un buen ser humano es aquel que cumple con su función; y que un mal, o no tan buen, ser humano es aquel que, por el contrario, no cumple tal función. En consecuencia, una buena vida humana será aquella que se organice en torno a la realización de la función que le corresponde al ser humano. Dicho con otras palabras: la realización de esa función deberá ser el objetivo último de toda buena vida humana; y, por ende, si organizamos nuestras vidas de esa manera, “viviremos bien y nos irá bien”, i.e. seremos genuinamente felices.[3]
- Texto H: en este pasaje, Aristóteles busca determinar cuál es la función del ser humano. Esta función no depende, según Aristóteles, de ciertas características que los seres humanos tienen en común con las demás cosas. Pues si su función dependiera de características que comparte con los demás animales y plantas, entonces o bien tendríamos que vivir como ellos (lo cual es obviamente absurdo), o ellos tendrían que vivir como nosotros (lo cual también es absurdo). Por tanto, Aristóteles comienza a enumerar algunas de nuestras características, para así saber cuáles podrían ser específicas de nosotros, es decir, no compartidas con las demás especies. El resultado de su indagación es el siguiente: lo específico de los seres humanos es su racionalidad. En consecuencia, su función debe consistir en ejercer correctamente su racionalidad. Para Aristóteles, esto quiere decir dos cosas: pensar bien, por una parte; y desear, emocionarse, y tener sentimientos acordes con ese buen pensar, por otra.[4] Es decir, un buen ser humano es aquel que piensa correctamente, tanto respecto de materias científicas, como respecto de cómo ha de vivir y qué es lo que debe hacer en tal o cual ocasión. Pero no basta con esto, pues además de pensar correctamente, debe desear, emocionarse y sentir de manera acorde con ese pensar. Por ejemplo, el que ejerce correctamente su racionalidad, es aquel que, entendiendo que ante el enemigo no debe retroceder, no tiene el deseo de retroceder, sino que, más bien, tiene los sentimientos adecuados para poder atacar con violencia al enemigo, y así derrotarlo. Otro ejemplo: si uno pierde un buen hijo, no basta con que entienda que ha perdido a un ser querido muy importante; uno debe emocionarse de acuerdo con la importancia que un buen hijo debe tener para un padre (debe sentir gran tristeza y pesar).
Ahora bien, ya que la felicidad es un objetivo último que debe realizarse durante toda una vida; debe ser estable; difícil de arrebatar; etc., se sigue que no basta con ejercer correctamente la racionalidad de vez en cuando, o sólo algunas veces, para llevar una buena vida (“una golondrina no hace verano, ni tampoco un día”). Se debe entrenar la inteligencia y el carácter de tal manera que siempre (o al menos las más de las veces) estemos preparados para reaccionar correctamente ante las circunstancias; planifiquemos nuestro futuro; etc. Este entrenamiento nos permitirá generar “excelencias del carácter” (e.g. valentía, justicia, templanza) y “excelencias intelectuales” (e.g. prudencia, sabiduría). Estas excelencias harán posible, por ejemplo, que no sólo actuemos con valentía en tal o cual ocasión, sino que seamos valientes, i.e. que tengamos un carácter tal, que siempre estemos bien dispuestos a enfrentar los peligros que debemos enfrentar, sin retroceder. De esta manera, las excelencias del carácter y las excelencias intelectuales nos permitirán realizar constantemente, a lo largo de nuestras vidas adultas, nuestra función: el correcto ejercicio de la racionalidad.
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