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Amor en la Antigua Roma

Enviado por   •  16 de Marzo de 2018  •  4.678 Palabras (19 Páginas)  •  603 Visitas

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Existían mujeres de nacimiento libre, siendo mujeres a las que se desposaba sin necesidad de amarlas pero estaban otras que tan sólo estaban destinadas al placer como las cortesanas y las esclavas. En éstas últimas la feminidad quedaba profanada.

A mediados del siglo II a. C. gracias a la influencia del helenismo, el sentimiento amoroso adquirió mayores matices, como si el respeto hacia la mujer se hubiera ido extendiendo a toda una nueva categoría de muchachas.

Para los romanos el sentimiento amoroso deviene de una realidad espiritual, separándose de un instinto puro y simple, lo que fue posible solamente a medida que las propias mujeres conquistaron su dignidad. Todo un amor verdadero supone un respeto recíproco, pero en especial el respeto de la mujer en sí misma y hacia los otros. Como ningún pueblo los romanos parecían estar predestinados a realizar la feliz empresa de descubrir el amor.

De todas las divinidades asociadas al amor, Venus ocupa el primer lugar como si el amor fuera un “asunto de mujeres”. El dios Amor era un desconocido entre las divinidades romanas. El Amor desarma a los héroes. En este combate es la mujer la que domina y la que alcanza siempre la victoria. El Eros griego, enérgico e inquieto, se despreocupa por el día siguiente a su triunfo. Pero la Venus romana aspira de modo más o menos confeso, a la maternidad.

En la antigüedad, las costumbres imponían a la mujer que permaneciera univira, que no conociera más que a un único marido, tiempo después con el principio del Imperio, se advierte que una exigencia parecida comienza a aplicarse al hombre, lo que habría resultado inconcebible tan sólo dos o tres generaciones antes.

Hacia al final de la República y durante los primeros años del Imperio, Roma está en camino a “divinizar” a la mujer, y el amor adquiere el carácter de verdadera adoración que el amante rinde a su compañera. Así para los antiguos romanos las mujeres pasaron de ser “madonas” a demonios.

Campania sería el país síntesis entre Occidente y Oriente que tanto contribuiría a “pervertir” la moral romana. En tiempos de Plauto los lugares públicos y las calles de Roma estaban llenas de jóvenes y hombres maduros también que no tenían más ocupación que la de ver pasar a las mujeres e intentar avances.

El amor para los pompeyanos fue considerado como la potencia en excelencia que confiere a las almas y a los seres su verdadera belleza. Venus será una diosa protectora a quien los amantes dirigen sus plegarias, injuriándolas cuando no le es propicia. Así aparecerán también inscripciones amorosas en las que se observa que fueron escritas por gente humilde: esclavos que arden de deseos por alguna sirvienta, artesanos, a menudo libertos cuyos nombres revelan un origen oriental, o lugareños de poblaciones vecinas que irían de juerga a Pompeya.

Roma intentó conciliar las exigencias morales y sociales, con las que el amor entra tan a menudo en conflicto y las aspiraciones más profundas del alma humana que tan peligroso resulta coartar.

El Matrimonio

El matrimonio fue una de las instituciones más sólidas y respetadas por la sociedad romana y garantía de su grandeza. El mismo reivindicaba la pureza de las viejas costumbres. Como por ejemplo una viuda no volvía a casarse jamás, o que jamás había motivo para divorcio… Pero estas costumbres vendrán a relajarse con el paso del tiempo y más con el Imperio.

El matrimonio era el acto mediante el cual dependía la supervivencia y la estabilidad del estado, los textos así lo demuestran, por ejemplo en las recopilaciones jurídicas.

La Esposa

Se le critica a la sociedad romana que su concepto del matrimonio posicionaba a la mujer en un estado de dependencia, sin autonomía, que no podía administrar de su fortuna personal, y que solo se ocupaba de las tareas domésticas. Pero esto no fue así porque el matrimonio fue una de las instituciones más flexibles y humanas, plena de matices, según Pierre Grimal (en El amor en la antigua Roma).

In manu es la condición jurídica referida al estado de dependencia legal y la incapacidad para disponer de personalidad civil propia, no solo abarcaba a las mujeres casadas, sino también a los hijos. En la Roma “clásica”, la autoridad era ejercida por varios cabezas de familia, llamado “Consejo de los padres”. Gracias a la opinión pública y a las costumbres la mujer fue penetrando en ese clan.

En las leyendas la mujer era respetada e incluso reverenciada, en esta se pretendía liberarla de todos los trabajos serviles, gobernando como dueña y señora casi absoluta de su hogar. Los romanos procuraron poner siempre a sus compañeras a resguardo de las pasiones y la protegían contra los demonios que amenazaban con atacar la estabilidad de la unión conyugal, le repugnaba la idea de reducir la relación a la sola satisfacción del deseo.

La Diosa

Existía en Roma cierta divinidad protectora del matrimonio, de las “bodas conforme a derecho”, Juno, Juno Juga una Diosa, elegida por los romanos porque entre los dos esposos se consideraba que el papel fundamental correspondía a la mujer quien se comprometía a dar lo mejor de sí misma, el éxito o el fracaso de la unión dependían de ella.

El Término

El término matrimonio deriva del que designaba a la madre, mater: desposar a una mujer suponía llamarla a ser “madre”. Título que le pertenecía incluso antes de haber tenido hijos.

La definición

En los digesta modestino[1], a principios del siglo III d. C.: “El matrimonio es el lugar de confluencia del derecho divino y humano” y luego añade “El matrimonio es la total unión durante toda la vida”.

Para los juristas el matrimonio era la íntima asociación convenida entre dos seres, abarcando al mismo tiempo su realidad divina y humana. Tanto el esposo como la esposa debían disponer del mismo estatuto, valor. Las relaciones carnales no bastaban para construir la unión matrimonial y la procreación será solo el corolario de esta unión total entre los esposos: la esencia profunda del matrimonio hay que buscarla en otra parte.

La novia en el momento de celebrarse la boda pronunciaba la frase “Que tú seas Gayo, que yo sea Gaya”, fórmula de la que tenía el convencimiento de quedar vinculada al marido, ambos esposos conformarían las dos mitades de un mismo ser, así también se daba el comienzo de una societas. Este matrimonio se hacía efectivo en presencia

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