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El Centro universitario de ciencias sociales y humanidades

Enviado por   •  21 de Febrero de 2018  •  3.228 Palabras (13 Páginas)  •  458 Visitas

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Donde a esa primera fundación “siguieron las de Tacámbaro (1538), Valladolid (1548), Yririapúndaro, Cuitzeo, Huango y Charo (1550), Copándaro (1556), Pátzcuaro (1571), Guadalajara (1572), Tonalá (1573), Zacatecas (1575), Chucándiro (1577), Tingambato (1581), San Felipe de los Herreros, Tzacán y Undameo (1595) y San Luis Potosí (1599)”.[4]

Los religiosos agustinos crecieron pronto en número y para finales del siglo XVI se contaba ya con cerca de 600 frailes, la mayoría de ellos criollos.

Los pocos agustinos españoles, minoría en la región, tomaron la iniciativa de fundar una nueva provincia, que nació en (…) 1602, bajo el nombre de San Nicolás de Tolentino de Michoacán.[5]

El primer trabajo apostólico de los agustinos fue la evangelización de los indígenas, que consistía en enseñarles el castellano, la doctrina cristiana y una “nueva manera de vivir como cristianos”. Los religiosos también les enseñaron diversos oficios y una diferente manera de cultivar la tierra. De manera especial se distinguieron por mostrar mayor confianza en la capacidad espiritual de los indígenas y fueron los primeros en administrarles la Eucaristía y en defender sus derechos humanos y su capacidad de autogobierno. Estos religiosos también jugaron un rol muy importante en la educación de niños y jóvenes, ya que esta orden religiosa está plenamente constituida y sustentada como ya lo había dicho anteriormente en San Agustín, donde entre algunas de sus preocupaciones principales se encuentran la del ser humano, la educación y los fines que ésta persigue. En este punto quiero resaltar brevemente ciertos aspectos de la filosofía educativa de San Agustín, ya que esto influirá decisivamente en el paradigma educativo que los religiosos agustinos implementarán en la Nueva España.

En primer lugar San Agustín concibe al ser humano como un sujeto capaz de ser educado como lo vemos en su obra Confesiones afirma “en mi corazón hay algo que me obliga a que manifestase sus interiores afectos”.[6] Donde la razón, (…) misma que hace posible que se aprenda, se entienda y se reflexione correctamente para tener acceso al conocimiento de la verdad (..) esta razón es una capacidad a la cual hay que ir llenando poco a poco, pues a menor razón, más ignorancia.[7]

Entonces como conclusión en los siglos XVI, XVII y XVIII los agustinos crecieron, ejercieron una gran labor educativa y tuvieron una gran fuerza moral en la nueva sociedad, sin embargo, este crecimiento se vio interrumpido en 1754 cuando, al igual que las otras órdenes religiosas, tuvieron que aceptar la ejecución del decreto real llamado la Secularización de las doctrinas, que los obligó a dejar sus conventos y parroquias en manos del clero secular.

Para hacer alusión a esto presento un mapa de la provincia agustina que marca los conventos urbanos y rurales, en el cual me puedo dar cuenta que era verdaderamente grande, el trabajo que estaban haciendo estos religiosos (Véase la Fig. 1)

Cambios en la identidad de las órdenes religiosas (1750-1821).

Para comenzar las órdenes que se encargaron de la evangelización en toda Mesoamérica tuvieron que hacer transformaciones a sus estatutos originales, así adaptándose al medio americano, a lo que en este caso mi objetivo es mostrar las adaptaciones y los cambios que generaron en sus identidades corporativas, a lo que doy por ejemplo los años de 1750 a 1821.

En 1749 y en 1753, Fernando VI emitió dos reales cédulas, dirigidas a los obispados novohispanos (la primera sólo a los de México, Lima y Santa Fe y la segunda a todos), que mandaban traspasar las parroquias de regulares al clero secular, dado que el número de sacerdotes de éste era ya suficiente para atenderlas. Los mayores conflictos se dieron alrededor de las rentas parroquiales, pues los conventos poseían cuantiosas entradas por el arriendo de casas y la explotación de tierras y de ganados; los frailes pretendían que tales bienes no estaban incluidos en las reservas parroquiales pues pertenecían al convento y no a la parroquia. En Yuririapúndaro, por ejemplo, los agustinos solicitaron que se les devolviera la importante hacienda de San Nicolás, que administraba ese convento desde el siglo XVI.

Con la llegada a Nueva España en 1766 del virrey marqués de Croix (enemigo de los religiosos que estaba apoyado por el visitador José de Gálvez y por el mismo Carlos III) se consumó el proceso de secularización de las parroquias regulares.

En 1754 Fernando VI prohibió a los clérigos que intervinieran en la redacción de testamentos y, desde que subió al trono de España en 1759, Carlos III impuso un rígido control sobre los conventos de los regulares. Este soberano envió desde 1771 a todas las provincias religiosas de América, les mandaron visitadores peninsulares con el fin de observarlas, para que estas vivieran al margen de los controles estatales.

Los conventos habían visto disminuir el número de novicios, quizás porque ya no se tenían los atractivos privilegios. La pérdida de sus parroquias, la disminución de sus propiedades y de su personal y la reforma de las costumbres habían finalmente obligado a las provincias a optar por la vida contemplativa y retirada y a convertir la labor pastoral en una actividad accesoria. Las visitas reformadoras que envió la Corona entre 1777 y 1779 arrojaban cifras alarmantes: los agustinos no pasaban de 500 en sus provincias.

También disminuyó la actividad educativa, artística y cultural de los mendicantes. Su presencia en los festejos y procesiones se volvió deslucida. A principios del siglo XIX las órdenes mendicantes sólo podían recordar con añoranza sus glorias pasadas.

La fundación Agustina en Guadalajara.

Guadalajara a fines de la época colonial, nos muestra cómo gran parte de su extensión estaba ocupada por los numerosos conventos que las principales órdenes religiosas tenían establecidos, tanto de monjas como de frailes o de clérigos regulares. Los primeros en llegar fueron los franciscanos, que fundaron su convento en Tetlán, antes del definitivo asiento de Guadalajara, donde lo trasladaron hasta 1542, primero en San Sebastián de Analco, luego al actual sitio de San Francisco, “(…) tenían enormes huertas divididas por el riachuelo de San Juan de Dios, en una margen hacia Analco y en la otra terminando en el bello atrio de San Francisco (…) por sus reglas, los franciscanos no podían poseer otras propiedades que su propio convento y huerto, que por cierto aquí fue espléndido”.[8] Las dos productivas huertas separaban sendos edificios conventuales y multitud de templos y capillas,

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