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El regimen político feudal

Enviado por   •  29 de Mayo de 2018  •  3.177 Palabras (13 Páginas)  •  416 Visitas

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Pero una vez muerto Carlomagno en el 814, las deficiencias de las leyes francas sobre herencias y sucesiones, dispersaron el patrimonio territorial entre sus numerosos hijos y nietos. Si bien se decretó que la dignidad imperial recayese únicamente sobre uno de ellos (Ordenatio Imperii, 817), quedando los demás reyes subordinados a su autoridad, a la postre el frágil Imperio carolingio acabó dividido en varios reinos independientes, tras diversas guerras entre los sucesores de Carlomagno. Incluso el rol del emperador quedaría relegado a una mera dignidad simbólica, un poder nominal, sin apenas validez fuera de los dominios estrictamente imperiales.

La germánica dinastía de los Otónidas (912-1024), también llamada Casa Real de Sajonia o Liudolfinos a secas, fundada por Enrique I el Pajarero (919-936) en lo que entonces se denominaba Francia Oriental (Alemania), es el siguiente gran episodio fundamental de aquellas tentativas de renovación del Imperio Romano occidental en la Europa altomedieval.

La Renovatio Imperii ("Renovación del Imperio") fue la base ideológica de la política otónida. El principal teórico e impulsor de este proyecto político fue Gerberto de Aurillac, futuro Papa Silvestre II: el emperador, en su rol de vicario de Cristo, debía hacer de Roma la sede de un imperio cristiano universal equivalente en sus dimensiones y poderío al Imperio Romano en tiempos de Constantino el Grande.

Desde que Otón I fue coronado Emperador en el año 961, los miembros de su dinastía buscarían constantemente identificar el viejo Imperio Romano con sus propios dominios, y a ellos mismos con los Césares de la Antigüedad.

Por ejemplo, la coronación imperial de Otón I (996) en sí misma, sintetiza a la perfección por su terminología empleada y su simbolismo estas ideas. Durante la ceremonia, Gerberto de Aurillac se dirigió a él, públicamente, como "Nuestro Augusto, Emperador de los Romanos". Efectivamente, Otón I recibió, por aclamación, el título de Imperator Augusto Romanorum.

Asimismo el sello imperial de los otónidas llevaría inscrito el no menos evocador lema latino Renovatio Imperii Romanorum ("Renovación del Imperio de los Romanos").

f) La lucha contra los poderes temporal y espiritual

En las relaciones entre los dos grandes poderes, dice Leopold Genicot, entraron en juego dos teorías. Una con sentido fuertemente jurídico y otra con acusadas tendencias teológicas. La primera, apoyada en los textos del canonista Graciano, hablaba de un poder religioso y otro civil. Este, ostentado en ultimo término por el emperador, tenía su autonomía propia. El soberano no tenía que rendir cuentas al Papa ni podía ser despojado por él. El Pontífice sólo podía intervenir en casos (ratione pecati) en los que los actos políticos chocasen con la moral, momento en el cual podía ejercer aquellos poderes que Cristo había concedido a Pedro y a sus sucesores. La tendencia teológica insistía, por el contrario, en la unidad de la Creación y en la superioridad incuestionada de lo espiritual. Teoría que quedó expresada en la "Summa Coloniensis" (en torno a 1170) en la que se presentaba al Papa como "verus imperator" y al emperador como "vicarius eius". El ejercicio del poder por los Papas del siglo XIII (Inocencio III y sus sucesores) condujo a un radicalismo de las posiciones teocráticas y, como contrapartida, a despertar numerosos recelos. De ahí que fueran surgiendo voces que, o bien abogaban crispadamente por la independencia del poder universal del Imperio o, de forma más templada, defendían un dualismo de poderes mitigado. La relación de autores es muy amplia pero bastaría remitirse a unos cuantos ejemplos. El polifacético Santo Tomas de Aquino, en su "De regimine principum" defendía la existencia de un Estado con finalidades propias, aunque éstas se vieran reducidas a la mera potestad administrativa. Los dos poderes procedían de Dios. Al secular hay que obedecerle en las materias civiles; pero dada la finalidad última de la humanidad -la salvación- el príncipe y su pueblo están subordinados al Papa, que puede castigar a un gobernante "ratione peccati". De la misma generación que Santo Tomas fue el también dominico Vicente de Beauvais, autor de una magna obra enciclopédica titulada "Speculum maius". En una de sus partes, el "Speculum doctrinale", defendió la diferencia entre "cuerpo místico del Estado y cuerpo místico de la Iglesia". Continuador de la obra del Aquinatense a su vez, será Tolomeo de Luca. En su opinión, a los cuatro imperios bíblicos había sucedido un quinto: el de Cristo, verdadero señor y monarca del mundo cuyos primeros vicarios (aunque ellos lo ignoraban) fueron los propios emperadores romanos. Sin embargo, en otros pasajes, Tolomeo se sitúa en una línea más acorde con las ideas teocráticas: el dominio del Papa sobrepasa a todos los demás ya que es a la vez sacerdotal y real. El emperador sólo ejerce su jurisdicción por intermedio de la Iglesia. En los años del Gran Interregno alemán, Jordan de Osnabrück redactó su "De praerrogativa Romani imperii" en la que defendía a éste como poder universal encargado de hacer reinar la paz en el mundo. La espada espiritual del Pontífice en absoluto, decía, podía considerarse superior a la temporal. En los años ochenta del siglo XIII, y con motivo de la elección como papa de Martín IV, el canónigo de Colonia Alejandro de Roes defendió una interesante síntesis entre imperialismo, nacionalismo y ejercicio del poder espiritual. En su "Memorando" habló de cómo la voluntad divina había hecho a los germanos dirigentes de derecho del mundo; es decir, les había otorgado el poder político en virtud de su mayor fortaleza militar. Pero, a su vez, había otorgado a los italianos el liderazgo espiritual en función de que el Papado había estado incardinado tradicionalmente en la península itálica; y había concedido a los franceses la rectoría intelectual, en virtud de la enorme autoridad cultural que por esas fechas tenía la Universidad de París. Esta última observación de Alejandro de Roes revelaba la nueva relación de fuerzas a la que se había llegado en los siglos del Pleno Medievo. La pugna -a la postre estéril- entre Pontificado e Imperio jugó a favor de unas monarquías occidentales que supieron utilizar todos los intersticios ideológicos y materiales del sistema político europeo.

g) Las herejías

Los movimientos heréticos de la Edad Media eran substancialmente movimientos laicales. Sus herejías no son intelectuales, sus doctrinas son en general simples, muchas veces

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