La noche de Tlatelolco.
Enviado por monto2435 • 5 de Julio de 2018 • 4.348 Palabras (18 Páginas) • 338 Visitas
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Miércoles 2. Noche de Tlatelolco. A las cinco y media del miércoles 2 de octubre de 1968, aproximadamente diez mil personas se congregaron en la explanada de la Plaza de las Tres Culturas para escuchar a los oradores estudiantiles del Consejo Nacional de Huelga, los que desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua se dirigían a la multitud compuesta en su gran mayoría por estudiantes, hombres y mujeres, niños y ancianos sentados en el suelo, vendedores ambulantes, amas de casa con niños en brazos, habitantes de la Unidad, transeúntes que se detuvieron a curiosear, los habituales mirones y muchas personas que vinieron a darse una "asomadita". El ambiente era tranquilo a pesar de que la policía, el ejército y los granaderos habían hecho un gran despliegue de fuerza.
Jueves 31. Primer mitin en la UNAM. La madre de un estudiante muerto habla delante de 7 mil personas.
La tónica de la vida económica, social y cultural de México entre 1940 y 1968 fue el cambio, la transformación acelerada e incluso caótica del entorno material y mental de los mexicanos. Frente a tal cambio contrastó la permanencia de las estructuras y formas del quehacer político. La transformación de todo, menos del sistema político, puso de manifiesto sus rigideces e inadecuaciones frente a una sociedad cuyas manifestaciones centrales habían empezado a desbordar a sus tutores.
El 2 de Octubre de 1968 es la fecha de arranque de la nueva crisis de México; ahí se abre el paréntesis de un país que perdió la confianza en la bondad de su presente, que dejó de celebrar y consolidar sus logros y milagros para empezar a toparse todos los días, durante más de una década, con insuficientes silenciadas, sus fracasos y sus miserias. La del 68 no fue una crisis estructural, sino política, moral y psicológica, de convicciones y valores que sacudió los esquemas triunfales de la capa gobernante; fue el anuncio sangriento de que los tiempos habían cambiado sin que cambiarán las recetas para enfrentarlos.
La rebelión del 68 fue la primera del México urbano y moderno que el modelo de desarrollo elegido en los años cuarenta quiso construir y privilegio a costa de todo lo demás. Sus correas de transmisión fueron las elites juveniles de las ciudades, los estudiantes y profesionales recién egresados que eran en sí mismos la prueba masiva de que el México agrario, provinciano, priista y tradicional iban quedando atrás, los rebeldes del 68 fueron los hijos de la clase media gestad en las tres últimas décadas, la generación destinada a culminar el tránsito y a asumir las riendas del México industrial y cosmopolita del que era el embrión.
En ese sentido puede decirse que Tlatelolco mato un proyecto de continuidad en la modernización de México, una alternativa de relevo generacional. Representó el choque de una sensibilidad política y social inmovilista y monolítica hecha a los moldes vacios de la unidad nacional y a la veneración aldeana de los símbolos patrios con los testigos frescos e irreductibles de una realidad desnacionalizada y de dependiente, en rápida transculturación neocolonial, extraordinariamente sensible a las causas y los símbolos que le eran contemporáneos.
Las marchas, movilizaciones y manifestaciones comenzaron a realizarse con más frecuencia y mayor concurrencia. Los estudiantes indignados lanzaron un manifiesto de seis puntos y formaron el Consejo Nacional de Huelga (CNH), que estaba integrado por 250 representantes de la Universidad Autónoma, el Politécnico y un centenar de facultades.
A los esfuerzos oficiales del régimen por apropiarse las vestiduras de Juárez y Morelos, los jóvenes del 68 opusieron, en sus manifestaciones de agosto y septiembre de ese año, las efigies del Che Guevara y las consignas del mayo francés. A la unidad callista que fue la reacción de la pirámide política en torno a la “autoridad desafiada” del presidente Díaz Ordaz, la huelga estudiantil opuso su demanda de pluralidad y disidencia bajo la forma de un organismo rectos, el Consejo Nacional de Huelga, con que era en sí mismo la presencia embrionaria de otro país y otra sociedad cuyos vaivenes centrales serian cada vez más difíciles de manejar desde entonces con los viejos expedientes de manipulación y control.
Sobre las cicatrices impuestas por ese anacronismo y de acuerdo a las clases, nació en los años setenta el intento del régimen de la Revolución por actualizar su equipaje ideológico, abrir las puertas al reconocimiento de las iniquidades y deformaciones acumuladas y reagrupar desde arriba una nueva legitimidad, un nuevo consenso que revitalizará las instituciones y el discurso de la Revolución Mexicana.
La crisis política posterior fortaleció al presidente, quien recibió el respaldo de connotados intelectuales, que plantearon la disyuntiva: "Echeverría o el fascismo". El presidente, poco a poco, fue desarrollando una política de deslinde radical con su antecesor, así como su estilo personal de gobernar. En la política interior renació el populismo. Pronto dio la amnistía a los presos políticos de 1968 y a algunos de ellos los llamó a colaborar en su gobierno.
Fue el sexenio de las autocriticas, el discurso populista, la estimulación de la inconformidad y la critica a las oligarquías engordadas en el pacto del desarrollo estabilizador. A mediados de los setenta, sin embargo, el país se encontró con la segunda rebelión de los sectores modernos que su modelo de desarrollo había quedado prohijado.
Los beneficiarios mayores de ese modelo banqueros, empresarios y comerciantes, irritados con el populismo echeverrista. Ms verbal que real, fraguaron y dieron durante 1976 un “golpe de estado financiero” retracción de la inversión y fuga de capitales cuyo desenlace fue, en agosto, la devaluación del peso y en los años siguientes un largo periodo de relativa hegemonía política y de negociación favorable de sus intereses ante el estado y la sociedad.
En el sexenio de Díaz Ordaz golpes y negativas se van sucediendo desapasionadamente, no hay conciencia nacional y lo rencores locales o querellas estatales no molestan demasiado. Díaz Ordaz no les debe nada a los políticos concretos ni al PRI. Su deuda es con el Sistema, pero el sistema es abstracción que solo viviéndole y la crisis económicas y políticas. Así Díaz Ordaz se lo debe todo a la ilusión del poder absoluto, el otro nombre de la Teoría de la Conjura. Por si fuera poco, a punto de alcanzar a Díaz Ordaz otro status, Premio Nobel de la Paz digamos, el Movimiento Estudiantil se empecina y grita que este país, hospedero del mundo en los Juegos Olímpicos, no es perfecto. Para la ilusión
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