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La religiosidad de San Martin

Enviado por   •  1 de Enero de 2018  •  3.311 Palabras (14 Páginas)  •  483 Visitas

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Entrecruzamiento de intereses temporales y espirituales

Los monarcas europeos comenzaron tempranamente a perseguir a las sociedades secretas que crecían como reacción natural contra los regímenes absolutistas, en medio del sigilo y el ocultamiento a que las obligaba operar en medio del enemigo. Movía a los primeros la cuestión política de la “razón de Estado”. Sucesivos Pontífices se sumaron a la condena de las logias en la medida en que también amenazaban debilitar su poder en tanto jefes de los Estados Pontificios, sin que la cuestión trascendiera al orden espiritual porque por el momento no era el dogma católico el blanco de los ataques.

En cuanto a las sociedades secretas actuantes en Hispanoamérica su finalidad fue claramente política (San Martín reorganizó la Logia Lautaro de Buenos Aires en 1816, la homónima mendocina, la Logia del Ejército de los Andes, la Logia Lautarina de Chile y la Logia Paz y Perpetua Unión de Lima) y, a pesar que la revolución produjo la incomunicación con Roma, no pasó ni por un instante por la mente de los dirigentes patriotas un enfrentamiento con la Santa Sede; ni siquiera cuando Fernando VII obtuvo en 1816 el apoyo de Pío VII para restituir a su obediencia a sus súbditos insurrectos. Su sucesor León XII persistió en esa posición adversa a la causa americana aún hasta 1824 y 1825, cuando ya había concluido la guerra en Ayacucho. Tal vez fuera el resentimiento dejado por la tenacidad con que fue combatida la revolución americana por la Iglesia Católica o la nueva reciente condena de Pío VIII en 1829 a las sociedades secretas, lo que causó la indignación de San Martín en 1830, ya durante su ostracismo en Europa, al enterarse de la política de apertura hacia la Santa Sede intentada por el gobierno de Buenos Aires: “¡Están en su sana razón los representantes de la provincia para mandar entablar relaciones con la Corte de Roma en las actuales circunstancias! Yo creía que mi malhadado país no tenía que lidiar más que con los partidos, pero desgraciadamente veo que existe el del fanatismo que no es un mal pequeño.” y al respecto le manifiesta a su amigo Guido con aguzada socarronería anticlerical, para entonces ya bastante habitual en sus cartas de carácter privado: “esta ocasión me vendría de perilla para calzarme el obispado de Buenos Aires”.

Por otra parte, tampoco faltaron entre los revolucionarios quienes hicieran gala de una gratuita y contraproducente conducta impiadosa, tal el caso de los excesos sacrílegos cometidos por Monteagudo y consentidos por Castelli en la Primera Expedición Auxiliadora al Alto Perú. Resultan de interés al respecto las reflexiones que le merecerían al íntimo confidente del general San Martín, don Tomás Guido la prolongación de esas tendencias incrédulas en su hermano Rufino: “Aquellas nacen de haber bebido a copa llena, sin pensar en antídoto, el veneno de los sofismas que más en boga estaban al principio de la revolución, cuando su educación no se había aun completado; sofismas que conmovieron los tronos y los pueblos y que privando a sucesivas generaciones del poderoso auxilio de la fe no dejaron en los espíritus contagiados sino la duda y el vacío desesperante de un torpe ateísmo”, de todo lo cual responsabilizaba a “las máximas corruptoras de la filosofía del siglo XVIII”.

Aquellos actos de impiedad fueron aprovechados por los realistas para dar a la guerra un cariz religioso contra los “herejes porteños”. Precisamente para contrarrestar esa prédica fue que Belgrano implantó una serie de prácticas religiosas en el Ejército del Norte. Y al recomendárselas a San Martín (imploraciones a la Virgen, uso de los escapularios por la tropa, etc.) le advertía sobre la burla de escépticos: “deje V. que se rían; los efectos le resarcirán a V. de la risa de los mentecatos que ven las cosas por encima”.

La conducta religiosa del Libertador

La actitud que adoptó San Martín en el plano religioso desde su retorno al Río de la Plata en 1812 se atuvo a las pautas que regían en una sociedad creyente y piadosa, sinceramente adicta a la Iglesia Católica. Algunos acusaron ese escrupuloso miramiento por las prácticas en uso como gestos de hipocresía de su parte; cuando en realidad no era más que una sensata muestra de su respeto al ritual vigente y a la religiosidad popular. Suelen citarse una larga lista de hechos protagonizados por el general presentados como pruebas de su adhesión a la religión católica. Citamos algunos a modo de ejemplo: 1) contrajo matrimonio en la Catedral porteña con Remedios de Escalada, con misa de velaciones comulgando durante la misma; 2) dispuso que se rezaran las oraciones de la mañana y el rosario todas las noches en el Regimiento de Granaderos a Caballo, cuyos integrantes asistían a misa en la Iglesia del Socorro todos los domingos y días festivos; prácticas religiosas observadas aún estando en campaña; 3) estando al frente del Ejército del Norte en 1814 atendió los consejos de su amigo Belgrano de no descuidar la práctica oportuna de actos religiosos por parte de la tropa, para acompañar el sentir devoto del pueblo y mantener la disciplina moral; 4) se ocupó de solicitar al gobierno la designación de un vicario castrense con destino al Ejército de los Andes, para iniciar el cuerpo de capellanes, recayendo aquel cargo a su pedido en el Pbro. Dr. José Lorenzo Güiraldes, mendocino y patriota decidido. El general asistía dominicalmente a misa acompañando a su tropa, junto a su Estado Mayor; 5) hizo donación expresa de su bastón de mando a la Virgen del Carmen, Patrona y general del Ejército de los Andes, el 5 de enero de 1817, es decir pocos días antes de iniciar el cruce de la cordillera; 6) el 12 de febrero de 1818 se proclamó la independencia de Chile con Te Deum y misa y el 14 de marzo se realiza en la capital de Santiago una ceremonia religiosa de consagración a la Virgen del Carmen comprometiéndose a erigirle una capilla en el mismo lugar en que se verificase la victoria sobre el enemigo, sitio que quedó decidido por la batalla de Maipú; 7) San Martín obsequió su rosario de madera del Monte de los Olivos que le había regalado la hermana de caridad que cuidó de sus ligeras heridas después de la batalla de Bailén en 1808 al coronel Manuel de Olazábal cuando se presentó aún convaleciente a la revista de Rancagua; celebró la proclamación y jura de la independencia del Perú con una misa solemne en acción de gracias. Al día siguiente hubo Te Deum en la catedral, donde pontificó el arzobispo de Lima; 9) como Protector del Perú estableció en el Estatuto Provisional de 1821 la religión católica apostólica romana como religión del Estado, comprometiéndose

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