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Las tres religiones abrahánicas

Enviado por   •  31 de Mayo de 2018  •  4.815 Palabras (20 Páginas)  •  299 Visitas

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1. ¿Qué debe ser conservado, pues, en el cristianismo, para que no pierda su «alma»?

Respuesta: La crítica bíblica histórica, literaria o sociológica criticará, interpretará y reducirá muchas cosas. Pero, desde el punto de vista de los documentos primitivos de la fe que han llegado a ser canónicos y determinantes de la historia, esto es, desde el Nuevo Testamento (entendido en el contexto de la Biblia hebrea), el contenido central de la fe es, sin lugar a duda, Jesucristo: el Mesías y el hijo del Dios de Abrahán que sigue presente y activo merced al mismo Espíritu divino. Sin la confesión: «¡Jesús es el Mesías, el Señor, el Hijo de Dios!», no hay fe cristiana, no existe la religión cristiana. El nombre «Jesucristo» designa el «centro del Nuevo Testamento», que en ningún caso ha de ser entendido de forma estática.

2. ¿Qué debe ser conservado en el judaísmo, para que no pierda su «esencia»?

Respuesta: La crítica bíblica histórica, literaria o sociológica criticará, interpretará y reducirá muchas cosas. Pero, desde el punto de vista de los documentos primitivos de la fe que han llegado a ser canónicos y determinantes de la historia, esto es, desde la Biblia hebrea, el contenido central de la fe está constituido, sin lugar a duda, por el Dios uno y el pueblo de Israel. Sin la confesión: «¡Yahvé (Adonai) es el Dios de Israel e Israel es su pueblo (y su tierra)!», no hay fe judía, no hay Biblia hebrea, no existe la religión judía.

3. Y, por último, ¿qué debe ser conservado en el islam, para que siga siendo «islam» en sentido literal de «entrega», de «sometimiento a Dios»?

Respuesta: El proceso de recopilación, ordenación y edición de las distintas aleyas del Corán se prolongó en el tiempo. Pero todos los musulmanes creyentes tiene claro que el Corán es la Palabra de Dios, el Libro de Dios. Y aunque los propios musulmanes han de reconocer sin ambages la diferencia existente entre las aleyas de La Meca y las de Medina; aunque también ellos, de cara a la interpretación, han de tener en cuenta en todo momento el trasfondo de la revelación, el mensaje central del Corán es inequívoco: «No hay dios sino el Dios, y Mahoma es su profeta».

Con lo anterior, ya se ha hecho evidente qué es lo que las tres religiones tienen en común y qué es lo que las diferencia (a veces, uno se enfada de que precisamente quienes menos han estudiado las religiones reprochen a otros no ser conscientes de las diferencias entre ellas).

En resumen: lo específico de las tres religiones monoteístas que pide ser conservado es algo común a la vez que diferenciador.

— Lo común del judaísmo, el cristianismo y el islam: la fe en el Dios uno de Abrahán, Creador benévolo y misericordioso, Conservador y Juez de todos los hombres.

— Lo diferenciador:

Del judaísmo: Israel como pueblo y tierra de Dios.

Del cristianismo: Jesucristo como Mesías e Hijo de Dios.

Del islam: el Corán como Palabra y Libro de Dios.

A partir del centro permanente de las tres religiones se explica, tanto en el caso del judaísmo como en el del cristianismo y, por último, en el del islam,

— la originalidad desde las respectivas épocas primigenias,

— la continuidad en su dilatada historia a lo largo de los siglos,

— la identidad a pesar de todas las diferencias de lenguas, pueblos, culturas y naciones.

Pero ahora hay que señalar un aspecto que complica todo el asunto:

Este centro, este fundamento, esta sustancia de fe, nunca se ha dado de forma abstracta y aislada, sino que, obedeciendo a los cambiantes requisitos de cada época, ha sido reinterpretada y llevada a la práctica una y otra vez. En ese sentido, se hace necesario combinar la presentación sistemático-teológica y la histórico-cronológica, sin la cual la primera no puede ser fundada de manera convincente.

II. Transformaciones y retos que hacen época

Este centro único y siempre el mismo es reinterpretado y concretado una y otra vez por nuevas constelaciones memorables de la época: de la sociedad en general, de la comunidad de fe, del anuncio y la reflexión de la fe. Tanto en el judaísmo como en el cristianismo y el islam, esta historia posee un grado extraordinario de dramatismo: en respuesta a grandes y siempre nuevos retos de la historia universal, la comunidad de fe, al principio pequeña, pero luego —justo en el caso del cristianismo y el islam— vertiginosamente acrecentada, ha experimentado toda una serie de fundamentales transformaciones religiosas; es más, de cambios de paradigma que vistos en perspectiva han resultado revolucionarios.

¡No quiero cansarles e importunarles con consideraciones de filosofía de la ciencia! La teoría de los paradigmas —tal y como Thomas S. Kuhn la formuló en el libro La estructura de las revoluciones científicas y como yo la he aplicado a la historia de las religiones— se entiende bastante bien con sólo tener claras las implicaciones y consecuencias del giro copernicano: el Sol, la Luna y las estrellas siguen siendo los mismos, pero nuestra visión de ellos se transforma por entero. Se trata de dos imágenes distintas de la realidad, de dos paradigmas diversos. Por «paradigma» se entiende «una constelación global de convicciones, valores, modos de proceder, etc. compartidos por los miembros de una comunidad determinada» (Th. S. Kuhn). Tampoco en las tres religiones abrahánicas se transforman el centro y las constantes, sino la visión que se tiene de ellos y cómo son valorados.

Así pues, para nosotros, la teoría de los paradigmas no es más que un marco hermenéutico y sólo su aplicación histórico-material al análisis del presente pone de manifiesto toda su fuerza iluminadora, como he mostrado en mis abarcadores estudios sobre el cristianismo, el judaísmo y el islam y, de modo más embrionario, en las reflexiones sobre el hinduismo, el budismo y la religión china contenidas en la obra En busca de nuestras huellas. El análisis estrictamente histórico de los paradigmas de una religión, de aquellos macro-paradigmas o constelaciones globales que hacen época se halla al servicio del saber orientativo. Brinda la posibilidad de hacer una elección lo más abarcadora posible, pero no por ello menos precisa, con objeto

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