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Migraciones, discriminación y campo de concentración de Fusagasugá

Enviado por   •  17 de Febrero de 2023  •  Ensayo  •  2.000 Palabras (8 Páginas)  •  271 Visitas

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Migraciones, discriminación y campo de concentración de Fusagasugá

1 Caicedo Juan Esteban; 2 Gomez Antonia; 3 Varela Jorge Andrés; 4 Montoya Juliana;

5 Arias Pablo

1 Ingeniería de Sistemas; 2 Economía; 3 Biología; 4 Mercadeo y Publicidad; 5 Diseño Industrial

Ética y diversidad, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.

Santiago de Cali, Valle del Cauca

30 de marzo de 2022

“Los procesos migratorios son inherentes a la especie humana y a muchas otras especies” (Capriles, 2009). Algunas de las razones por las cuales nace la necesidad de emigrar de un país son la percepción de un mejor bienestar en territorios extranjeros con mejores oportunidades; motivos económicos como mayores recursos que se obtienen en otro país; o hechos relacionados a la violencia, como guerras civiles o mundiales. En este texto se hará alusión al caso del campo de concentración de Fusagasugá, una etapa poco conocida de la historia colombiana relacionada con la Segunda Guerra Mundial, para ejemplificar la discriminación ligada a procesos migratorios, en donde se puede llegar a evidenciar un rechazo sistemático bajo determinados hechos sociopolíticos.
Podríamos entonces cuestionarnos: ¿en qué medida se evidencia la falta de tolerancia de las personas cuando se presentan procesos migratorios? Para responder a esta problemática, en primera instancia, veremos las formas de discriminación migratoria. Luego, en segunda instancia, analizaremos la integración del inmigrante a la dinámica local. Finalmente, concluiremos con nuestra reflexión personal.

En primer lugar, hay que anotar que existen diversas formas de discriminación migratoria, una de ellas es el prejuicio. Según Pereira (2018), un prejuicio, es una opinión preconcebida, por lo general negativa, hacia alguien o algo; es una actitud psicológica del inconsciente, por ende, es algo natural y tiende a justificar la exclusión social y mantener el statu quo. Este tipo de comportamiento suele ser muy común cuando se habla de migración, ya que se juzga al inmigrante por su presencia permanente en otro país, y en ciertas ocasiones, ocurre según la proveniencia del inmigrante. Es el caso de “El campo de concentración” de Fusagasugá, lugar destinado a la reclusión de inmigrantes alemanes y japoneses entre 1944 y 1945 en Colombia (Miranda, 2018b; Benitez, 2015), como medida preventiva a posibles brotes de nazismo en américa, sin que estas personas estuvieran necesariamente relacionadas con la guerra o tuvieran algún tipo de militancia política; simplemente por el hecho de ser naturales de países pertenecientes a la alianza del eje.  Con este hecho, podemos entender que la discriminación basada en el prejuicio puede tener un origen sistemático y no estrictamente individual, puesto que por medio de medidas tan drásticas como el castigo judicial, por demás irregular, basado en una idea preconcebida y no en una amenaza real, un estado puede instar a sus ciudadanos a ejercer un rechazo generalizado hacia cierto grupo social.
Otra forma de discriminación hacia el inmigrante, tiene origen económico y laboral. Adela Cortina (2019), catedrática emérita de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia (España), en una entrevista para el proyecto “Aprendemos Juntos” del banco BBVA, presenta una cuestión desde una perspectiva económica, que haría alusión al por qué se tiende a discriminar o a rechazar a los inmigrantes. Ella sostiene que no se discrimina al extranjero migrante como tal (internacional o nacional), sino al pobre, y ejemplifica de la siguiente manera “En Estados Unidos, se pone una valla para los mexicanos, [...] también para los nicaragüenses, y, sin embargo, no para los jeques árabes”. De esta manera, Cortina (2019) quiere mostrar la ironía por la que extranjeros y turistas con poder monetario son bienvenidos y bien recibidos en las sociedades, pero personas inmigrantes sin recursos, no. Se evidencia, entonces, una falta de tolerancia fuertemente justificada en el ámbito económico hacia ciertos inmigrantes. Según la misma Cortina (2019), tal rechazo surge a raíz de la naturaleza “recíproca” del humano, según la cuál un inmigrante en condición de pobreza, en el actual sistema económico occidental del intercambio de bienes, podría ser pensado por una población local como un sujeto que no puede ofrecer nada a cambio de la acogida en la comunidad. Un ejemplo cercano de este fenómeno puede ser el de la inmigración masiva de venezolanos hacia Colombia. Según Rafael Calles (2021), miembro del programa Fortalecimiento de Jóvenes y Líderes venezolanos para la Reconstrucción Democrática de Venezuela, auspiciado por la Universidad del Rosario de Colombia y la Asociación Ávila-Monserrate, “la aporofobia” o fobia a los pobres, es un mal que deben enfrentar los inmigrantes venezolanos en Colombia al llegar a un país sin garantías laborales ni sociales (José Ospina, 2021). De hecho, este caso puede tener también un componente sistemático y ser relacionado, con lo mencionado por Collo y Sessi (2001, p. 245, 247) en el apartado “El desafío a enfrentar”, sobre la falta de preparación de las instituciones tanto formales como informales para absorber, dentro de la sociedad, a los inmigrantes. Tal falta de preparación para ofrecer unas garantías humanitarias, que permitan la integración del inmigrante a la dinámica económica local, tiende a generar la percepción de la inmigración como una suerte de “invasión” en la población local. Este no es el caso de los inmigrantes japoneses y alemanes a mediados del siglo XX que fueron enclaustrados en predios del hotel Sabaneta, en Fusagasugá. El registro histórico dice que varias de las personas discriminadas estatalmente fueron comerciantes y empresarios como es el caso de Yuzo Takeshima, un diplomático y comerciante japonés que emigró a Colombia e influenció la migración de otros de sus nacionales, a principios de siglo XX (Miranda, 2018a) o el caso del músico alemán Karl L. Schweineberg quien se dedicaba a ser el organista de la catedral de Manizales (Revista SoHo, 2018). Por lo tanto, la discriminación sistemática en el caso del campo de concentración de Fusagasugá se inclina más hacia el tono prejuicioso que hacia el económico y laboral.

En segundo lugar, debemos tener en cuenta las características que tiene el proceso de integración de un inmigrante a un nuevo lugar. Según Collo & Sessi (2001), dicho proceso se da a través de tres características principales: la tolerancia pasiva, la asimilación a la sociedad que lo recibe y la mediación entre la integración social y el respeto de la pluralidad cultural.  La tolerancia pasiva puede ser entendida como la indiferencia hacia aquellas ideas o formas que son contrarias o diferentes a lo que conforma la ideología del individuo o del grupo social (Adelman et al., 2021). En este sentido, la tolerancia pasiva es la forma menos demandante en términos sociales y políticos para una sociedad residente a la que llega un inmigrante. Incluso la intolerancia o el rechazo hacia el foráneo pueden generar un gasto público mucho más alto, tanto a nivel financiero, como a nivel energético si se evalúa al individuo en concreto; tanto el rechazo como la aceptación implica dirigir la atención hacia un punto en concreto, contrario a lo que ocurre con la tolerancia pasiva. Como lo mencionan Collo & Sessi (2001), la tolerancia pasiva no garantiza una convivencia justa, pues los derechos de los diferentes, de los inmigrantes, pasan a un segundo o tercer plano; mientras estos no hagan ningún acto que atente contra la moral del público receptor, podrán cohabitar con residentes sin que exista necesariamente un desencuentro ideológico. En muchos casos, la tolerancia pasiva es el primer paso antes de tomar medidas tanto sociales como políticas respecto a las migraciones. Luego, el proceso de adaptación a un nuevo país requiere que el individuo modifique su identidad y se ajuste a una nueva cultura. Este proceso está tan condicionado por las necesidades del inmigrante en el nuevo contexto, que la dificultad de lograrlo dependerá del grado de diferencia cultural entre el país de acogida y el de origen. Puede darse el caso en el cual el inmigrante conserva las características de su cultura y comparte al mismo tiempo la cultura del grupo mayoritario, esto a raíz de choques culturales con los nativos de la zona, como expresa el texto, “los conflictos surgen sobre todo donde los inmigrados conviven con los autóctonos: escuelas, fábricas, oficinas, etc” (Collo & Sessi, 2001, p. 246). También puede darse una segregación, es decir, cuando el inmigrante no trata de establecer relaciones con la sociedad del país que lo acoge y busca, más bien, reforzar su identidad étnica autóctona oponiéndose a toda mezcla con el grupo dominante o los otros grupos étnicos de la sociedad, tal como expresa el texto “los inmigrados, en sus comunidades, de acuerdo al país o área de procedencia, tienden a conservar sus propias normas tradicionales en todos los ámbitos, normas que también pueden ser muy distintas respecto de la población o el Estado que los acoge” (Collo & Sessi, 2001, p. 247). Finalmente, el respeto por la pluralidad cultural se centra en la aceptación y tolerancia de los diferentes pensamientos, costumbres y comportamientos. Esto es un punto crítico para que sociedades receptoras de migraciones comprendan y reconozcan pacíficamente la convivencia armónica entre costumbres desiguales entre miembros de la comunidad. Según la Comisión Institucional de Ética y Valores, en un sistema de respeto pluralista, se debe convivir sin problemas, posturas diferentes y contrapuestas, donde se acepta, se reconoce y se tolera la heterogeneidad de creencias, ideologías, perspectivas religiosas, políticas o de cualquier otra naturaleza para aspirar a vivir en sana convivencia y contribuir a un sistema social diverso e íntegro (Roman, 2005).

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