POLÍTICA Y ECONOMÍA EN LAS REFORMAS BORBÓNICAS COMO CAUSANTES DE LAS REVOLUCIONES INDEPENDENTISTAS EN EL RIO DE LA PLATA.
Enviado por Ledesma • 13 de Abril de 2018 • 4.794 Palabras (20 Páginas) • 528 Visitas
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El fracaso de la nueva dinastía para solucionar los problemas económicos de España ha suscitado infinidad de debates; no obstante, el éxito incuestionable radicó en la creación de un estado absolutista, burocrático y abocado al engrandecimiento territorial. España llegó a tener una crecida en los ingresos públicos y en la creación de una armada considerable con la que buscar el engrandecimiento de los dominios tan deseados por Felipe V. Pero donde sí se pudo ver el éxito de estas reformas fue, una vez perdidos los territorios europeos por la paz de Utrecht, fue en las colonias. Este éxito se tradujo sobre todo a la hora de salvaguardar las fronteras de su vasto imperio en américa y en la explotación de los recursos, lo que le supuso, mantenerse incluido en el concierto de potencias europeas. Este renacimiento del poder durante el reinado de Carlos III fue la consecuencia de las del florecimiento comercial con las Indias y del aumento de las rentas que el mismo producía.
Este interés en la fuerza militar produjo frutos sustanciosos. En 1776 una expedición de 8.500 hombres atravesó el Río de la Plata, recobró Sacramento por tercera y última vez y expulsó a los portugueses de toda la Provincia Oriental, victoria ratificada por el tratado de San Ildefonso (1778). Del mismo modo, en Centroamérica se recobró el fuerte de Omoa y se eliminaron por fin los asentamientos ingleses en la costa de los Mosquitos. Por la misma época se efectuaron expediciones en Nueva España para asegurar la posesión efectiva de las provincias norteñas de Sonora, Texas y California. En esta decisión de afianzar las fronteras de su imperio americano desplegó la monarquía borbónica, por fin, una operación expansionista propia de una verdadera potencia colonial[2].
Por lo demás, en Buenos Aires fue la milicia la que rechazó con éxito las invasiones inglesas de 1806-1807. Además, la existencia de la milicia facilitaba al estado colonial sanciones armadas contra los disturbios populares. Igualmente importante era el hecho de que la distribución de cargos militares y privilegios legales se consideraba un medio definitivo para despertar la lealtad de la élite criolla.
La monarquía reivindicó su poder sobre la Iglesia de forma dramática cuando, en 1767, Carlos III siguió el ejemplo de Portugal y decretó la expulsión de todos los jesuitas de sus dominios. Era una medida que avisaba a la Iglesia de la necesidad de obediencia absoluta, dado que los jesuitas eran conocidos por su independencia de la autoridad episcopal, su intolerancia acerca del pago de diezmos eclesiásticos, su devoción al papado, su extraordinaria riqueza y su habilidad a la hora de litigar contra la burocracia real. En Paraguay habían establecido un virtual estado dentro del estado, al gobernar a más de 96.000 indios guaraníes, protegidos por su propia milicia armada. Por otra parte, en Sonora y las provincias amazónicas de Quito, la orden dirigía una serie de centros misioneros. Del mismo modo era importante que, en todas las ciudades principales del imperio, los colegios jesuitas educaban a la élite criolla. Además, a diferencia de otras órdenes religiosas, mantenían una relativa armonía entre sus miembros americanos y europeos. En general, los jesuitas ejercían una influencia tremenda en la sociedad colonial, influencia apoyada en la riqueza resultante de la gestión de cadenas de haciendas en cada provincia principal. Cuando Carlos III, atendiendo a sus ministros jansenistas, decretó la expulsión, la lealtad de sus súbditos coloniales se conmocionó, a medida que se embarcaban para Italia más de mil jesuitas americanos, la flor y nata de la élite criolla.
En 1776 se estableció un nuevo virreinato con capital en Buenos Aires, que cubría la vasta área que hoy ocupan Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Lima, que ya había visto roto su monopolio comercial por la apertura de la nueva ruta comercial del Cabo de Hornos y que había sido la antigua capital de todo el imperio de Sudamérica, sufrió una severa pérdida de categoría. La inclusión del Alto Perú en el nuevo virreinato, con el fin de proveer a Buenos Aires con los beneficios de Potosí, preparó el camino de la división política permanente de la zona andina.
En efecto, la revolución administrativa creó un nuevo estado absolutista, basado en un ejército permanente y una burocracia profesional. Este estado se consagraba al principio del engrandecimiento territorial, si bien a expensas, principalmente, de los portugueses en Sudamérica y de las tribus indias nómadas en Norteamérica. Pero se diferenció de sus modelos europeos en que no consiguió formar ninguna auténtica alianza, fundada en intereses comunes, con los sectores dirigentes de la sociedad colonial. La influencia de la Iglesia, que hasta entonces fue el principal baluarte de la corona, fue atacada. Se debilitó el poder económico de las grandes casas importadoras. Y si los nuevos ejércitos facilitaron la sanción armada contra los disturbios populares, los títulos y privilegios ofrecidos por la carrera militar eran un pobre sustituto de cualquier auténtica participación en los beneficios económicos o en el poder. En resumen, el precio de la reforma fue la alienación de la élite criolla.
EL COMERCIO COLONIAL.
El renacimiento de la economía colonial derivaba de la aplicación de medidas mercantilistas. El texto que las respaldaba para ello era el Nuevo sistema de gobierno económico para la América (1743) de Campillo[3]. El punto de partida de su análisis era una comparación directa entre los altos beneficios que llegaban a Gran Bretaña y Francia desde sus islas azucareras caribeñas, con las ridículas rentas del vasto imperio continental de España. Para remediar este estado de cosas abogaba por la introducción de un gobierno económico, término con el que claramente quería referirse a las doctrinas y medidas asociadas al mercantilismo de Colbert[4]. En particular, clamaba por el fin del monopolio comercial de Cádiz. En América la tierra sería distribuida a los indios y se iba a fomentar tanto la minería de plata como la agricultura. Campillo consideraba a las colonias como un gran mercado sin explotar para la industria española, su población, especialmente los indios, era el tesoro de la monarquía. Pero para aumentar la demanda colonial de manufacturas españolas, era necesario incorporar a los indígenas a la sociedad, eliminando los dañinos monopolios y reformando el sistema de gobierno. En su texto, Campillo afirmó con mucho énfasis la supremacía de los intereses públicos sobre el beneficio privado, distinción encarnada en el contraste que establecía entre comercio político y mercantil.
Si la reforma avanzaba lentamente era
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