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MEXICO EN EL ORDEN MUNDIAL

Enviado por   •  7 de Junio de 2019  •  Resúmenes  •  1.763 Palabras (8 Páginas)  •  316 Visitas

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FACULTAD  DE CIENCIAS POLITICAS Y SOCIALES

DIVISION UNIVERSIDAD SISTEMA ABIERTO

RELACIONES INTERNACIONALES

SEMINARIO DE RELACIONES INTERNACIONALES DE MEXICO

“MEXICO EN EL ORDEN MUNDIAL”

GEORGINA TEJERO AYLLON

8911412-8

MEXICO EN EL ORDEN MUNDIAL

La política exterior mexicana, convenientemente resguardada durante casi todo el siglo XX en los imperativos morales del respeto al derecho ajeno y en la no intervención en los asuntos de otros países, era el reflejo más o menos coherente de una evaluación que se pretendía realista del lugar de México en el orden mundial, y sobre todo, de su ubicación geográfica. La vecindad con los Estados Unidos, única en el mundo por la singularidad asimétrica y diferencial de una frontera común, conformó, a través de una interpretación histórica específica, hábitos y acciones de carácter defensivo, básicamente reactivas, que se sostuvieron de diversos códigos y símbolos de afirmación nacionalista.

Es indudable que los países que han logrado constituirse en participantes activos de los escenarios internacionales y/o globales, son aquellos que objetivaron sus poderes tangibles e intangibles intelectuales y materiales mediante acciones concretas enmarcadas en una estrategia sustentable de largo plazo.

Bien puede aceptarse, después de todo, una posición relativamente pasiva y marginal que, sin reducir del todo el margen de acción internacional, proteja a la nación X de tomar decisiones que siempre serán arriesgadas y de incierto resultado. Pasividad como sinónimo de seguridad.

¿Cuáles serían los argumentos de México para emprender una política exterior activa? Se precisa el peso económico y político de nuestro país: décimo-tercera economía del mundo, por el volumen de su PIB, y con un ingreso per cápita de unos 5 o 6 000 dólares, cifra francamente alejada de los 30 000 que corresponden a naciones como Suiza, Suecia, Japón o Noruega, pero también  lejos de  los  400  o  500 dólares per cápita de países como Haití y Nicaragua,  o de los  $1 000 anuales de ingreso de la República Popular China, nueva potencia mundial.

Nuestro país es la segunda economía de América Latina; su producción anual de bienes y servicios se equipara con la de la totalidad de África, exceptuada África del Sur y está a la altura en términos absolutos o relativos de los países más importantes del llamado “sur”, esto es: Brasil, Indonesia, India, China, Egipto, etc.

Es evidente que estos gruesos trazos estadísticos soslayan otros indicadores, como el Índice de Desarrollo Humano, creado por alguna institución especializada de la ONU., indicadores mediante los que nuestro país pone en evidencia la situación real de su desarrollo -desigual- y los niveles concretos de bienestar de su población, mayoritariamente bajos.

Esta situación de coexistencia de un protagonismo económico creciente en términos absolutos el peso cuantitativo de la economía mexicana, su importancia como una de las diez primeras naciones comerciales del mundo con indicadores de bienestar y desarrollo francamente preocupantes por los grados de marginación y desigualdad que ponen de manifiesto, resulta paradójica desde una perspectiva, digamos, políticamente correcta.

Por otra parte, México es miembro del Consejo de Seguridad, hecho que le otorga un peso y una influencia concretos en la toma de decisiones globales, pero también lo hace obliga a asumir responsabilidades de política internacional.

Se puede ser protagonista de un orden mundial específico desde una posición de país “en vías de desarrollo”. Una movilización inteligente de los recursos humanos y materiales disponibles; una recuperación innovadora de la herencia cultural y de la memoria histórica; un claro conocimiento de lo que se quiere y lo que se puede, son otros tantos factores que se consideran decisivos para plantear y realizar una acción internacional consistente, dentro de determinados márgenes establecidos por la correlación de fuerzas, los sistemas de alianzas y los equilibrios globales establecidos.

El interés nacional, es una afirmación de la nación, entendida ésta como la obra política de la soberanía popular y de la voluntad ciudadana, proviene del acuerdo democrático entre los sectores fundamentales de la nación para establecer, por encima de los llamados “intereses particulares”, una propuesta articulada del proyecto nacional y de sus intereses estratégicos e históricos.

El proyecto del nacionalismo revolucionario, cuyos principios y características se ponen de manifiesto en la Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos, buscaba consolidar un proyecto de nación a partir de la reflexión sistemática sobre los factores que habían propiciado, durante el siglo XIX, la debilidad y la subordinación hacia el exterior, así como el carácter inarticulado de nuestros esfuerzos de construcción nacional.

Asimiladas las experiencias de una guerra perdida con los Estados Unidos de América y de las numerosas intervenciones europeas, México sustentó tradicionalmente su política exterior en criterios soberanistas defensivos. Estos criterios pretendían ser una respuesta frente a, por ejemplo, la superioridad económica y militar del vecino del norte. En este sentido, fue el régimen del general Porfirio Díaz, el primero en esbozar una política ya no sólo de reacción hacia las iniciativas venidas del exterior, sino capaz de establecer prioridades estratégicas y un programa diplomático consistente: en lugar de protegerse tras un muro de aislamiento, sustentó su proyecto modernizador en el involucramiento de Europa y los Estados Unidos en nuestro país a través de la inversión de capitales.

Díaz trajo la inversión foránea, sobre todo británica y norteamericana, lo que supuso ganar capacidad de maniobra al dosificar y equilibrar dos poderes equivalentes. Don Porfirio comprendió que involucrar a las grandes potencias de la época en la suerte económica del país significaba mover las relaciones de su marco político-militar a otro más amplio y, en cierto sentido, más complejo, lo que implica, dicho en nuestra terminología, transitar de la subordinación sin atenuantes a un cierto grado de interacción asimétrica. Esto supuso un cambio cualitativo de enorme importancia en nuestras relaciones internacionales.

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