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LOS PATITOS FEOS La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida.

Enviado por   •  1 de Mayo de 2018  •  2.502 Palabras (11 Páginas)  •  412 Visitas

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Un día lluvioso en el que sus padres habían salido, Lucas jugaba por la casa con un pequeño coche de madera que ni siquiera tenía ruedas. Corriendo por el pasillo, tropezó y el coche voló hasta debajo de la alacena, golpeando en la pared. En el impacto, la pared sonó con un sonido hueco, como si la misma estuviese hecha con papel. Lucas se extrañó, apartó el viejo mueble, y golpeo la pared. ¡Ahí había algo!

Pero cuando se disponía a averiguarlo, escucho en la puerta principal el frenar del viejo coche de sus padres, que desgraciadamente ya habían vuelto. Lucas colocó la alacena con prisa, con la mala suerte de que se le cayó el jarrón que esta sostenía.

Al entrar los dos adultos subieron al pasillo, a buscar el porqué de ese ruido, al descubrir al causante, su padre le cogió del brazo, arrastrándole a una de las habitaciones de la casa. Como acto de socorro, Lucas grito y lloro, buscando una falsa esperanza de que su padre fuera comprensivo y no le azotara. Esos gritos, hicieron a su hermana llorar. Aquello parecía la casa del horror.

Tiempo después, el chico seguía esperando la oportunidad perfecta para descubrir que había tras la alacena. Y otro afortunado día en el que sus padres se exiliaron a no sé qué otro lugar. Lucas con cuidado golpeó la pared, con el grave descuido de romperla. Una vez vio que estaba rota solo pensó en el castigo que le esperaba, pero escuchó el silbar del viento entre el papel de la pared roto. ¡Lo que había detrás de la alacena era un pasadizo!

Bajo el sentimiento de querer librarse del castigo, no lo pensó dos veces y gateó a través del oscuro hueco, y salió en medio de un bosque, con árboles y plantas que jamás había visto, con aves que jamás había soñado ver, era un mundo completamente distinto al nuestro.

Caminó maravillado durante unos minutos, ya que añoraba ese silencio, ese cantar de las aves, esa tranquilidad que allí se vivía.

De repente, entre los árboles, sonó un disparo, los pájaros piaban asustados, mientras huían en varias direcciones, desde un mismo punto. Asustado, Lucas corrió, mirando repetidas veces hacía atrás por si veía al ser que realizó el disparo. En una de esas ocasiones, tropezó y cayó rodando colina abajo, llenándose de barro, cuando dejó de caer, levantó la cabeza despacio, y al fondo de un senderito, vio una casita colorida, con una estética muy inocente, parecida a la de la casa de muñecas que tenía su hermanita.

Escuchó pisadas en el barro y una voz de una mujer bastante mayor. Creyendo que podía ser el que disparó, corrió hacia la casa, golpeó la puerta fuertemente y se abrió.

Lucas sin pensarlo, tenía la esperanza de que alguien le socorriera allí dentro, pero todo estaba oscuro, no había nadie en la casa. Cuando se dispuso a salir, escuchó la voz de la mujer y vio desde el piso de arriba la sombra de alguien que iba a entrar en la casa, no era una figura humana, era algo extraño.

Era una anciana, vieja y arrugada, con dientes de acero, con una pierna de humano y otra de hueso. Llevaba una escopeta. Ella fue la que disparó. Lucas estaba muy asustado y corrió a esconderse pero entre tanto chocó con un mueble.

La vieja se percató del ruido, y subió con voz amenazante gritando -¡Quien se ha colado en mi casa! –Lucas se escondió tras un armario, pero de repente cesaron los pasos, y escucho una voz encima de él. -Mira que tenemos aquí, un niño… -Dijo mientras reía con un tono maligno. Lucas le suplicó: -No me mates por favor. La anciana rio de una forma menos malvada y dijo: -Niño, sal de ahí, que no voy a hacerte nada.

La anciana le preparó un té que sabía un tanto extraño, mientras le preguntaba cómo había llegado hasta allí. Lucas le contó toda la historia y después le pregunto quién era, a lo que ella respondió: -Me llamo Yaga. Y soy una baba yaga.

Lucas recordó las leyendas que le contaba un agradable anciano del pueblo, que vestía una harapienta gorra en su poco poblada cabeza. Una de esas leyendas era la de un ser misterioso con forma de anciana, que tenía una pierna de hueso. El detalle más importante y que más terror le hizo sentir a Lucas, es que ese ser era una baba yaga.

Lucas en ese momento se llevó las manos a la cabeza, en gesto de protegerse, y grito: -Por favor no me comas.

A lo que la anciana sonrió con un gesto amable, y medio burlándose de él, explicó: -Si hubiera querido comerte, ya lo habría hecho, las baba yagas no comemos niños, como cuentan esas historias que corren por ahí. Nos gustan más los dulces, por eso cazo pájaros de chocolate. ¿Quieres uno? –Le preguntó mientras le guiñaba su brillante ojo izquierdo. Lucas asintió, miro al pájaro, un ser que jamás habría imaginado que se iba a comer en esas circunstancias, y sin más demora procedió a hincarle el diente.

Mientras lo devoraba, prosiguió la conversación. Una vez acabado el ave, Lucas cayó en que tendría que volver a casa, ya que había dejado a su indefensa hermanita sola, y que si sus padres volvían y él no estaba presente, le iban a caer más azotes. Lucas se despidió con prisa mientras se ponía la chaqueta y corría hacia la puerta. La anciana, estupefacta, solo hacía preguntas entre cortadas, del sobresalto que le dio el niño al correr: -¿Pero qué…?, ¿Qué pasa?, ¿Adónde…?.

La anciana se quedó triste y sola, pero Lucas le grito mientras huía a lo lejos, que algún día volverían a verse. A lo que la vieja contestó: Ya lo creo, solo has de esperar un poco.

Lucas atravesó el agujero por el que volvió, y lo primero que vio fue unos pies calzados, eran los pies de su madre, la cual tenía un gesto enfadado, cruzando los brazos. Acto seguido le dijo: -Buena la has liado pequeñajo, te van a caer unos buenos azotes. –Y gritando hacia su derecha sonó de sus labios: -¡Wilson!. Acto seguido de la habitación de los padres de Lucas salió su padre con una deplorable figura mal vestida. Lo agarró del brazo y le arrastro hasta otra habitación de la casa. En ese momento Lucas no gritó clemencia, ni pidió piedad, solo pensaba en la aventura que le había ocurrido, y en lo feliz que sería viviendo allí con su hermanita y la anciana. Cuando empezaron a escucharse los azotes, con la puerta cerrada, Lucía que entre tanto estaba llorando, dejo de hacerlo por sí misma, y un segundo después sonó la campana dorada que tenían por timbre.

Edna llamó a Wilson, el cual cesó el castigo y bajaron ambos escalera abajo para abrir la puerta, Lucas les siguió por detrás, con la curiosidad de quién era la persona que se había

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