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La felicidad explicada desde el placer y el dolor:

Enviado por   •  24 de Enero de 2018  •  6.275 Palabras (26 Páginas)  •  473 Visitas

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De igual forma, es aquí donde la felicidad se empieza a explicar en términos de placer y dolor, ya que Epicuro da inicio a la premisa de que el placer es la ausencia del dolor, recalcando que no significa que sea lo opuesto o su antónimo, de hecho se infiere una “inexistencia de alguna afección intermedia entre el placer y el dolor, ya sea que ésta se conciba como estado neutro o como una mezcla” (Oryazún, 1999).

El placer se convierte en el sinónimo de eudaimonía, es decir, la ausencia de dolor del cuerpo y la ausencia de turbación del alma de forma conjunta. Se puede ver como la misma definición de placer no se percibe como una emoción o como el resultado de una estimulación como tal, sino que ésta más bien es una especie de inhibición emocional, exactamente, del dolor. Entonces, el placer epicúreo no sólo implica algo positivo, sino una ausencia de dolor al mismo tiempo.

Según Oryazún (1999), Epicuro, habla de dos especies de placer: somático y psíquico, y esta misma nomenclatura entra en concordancia con la tesis de la ausencia del dolor:

-La aponía: Se define como ausencia de padecimiento del cuerpo. El placer corpóreo es experimentado sólo al encarar con el estímulo placentero y puede presentarse en todas las partes del cuerpo. --La ataraxia: Es la ausencia de la turbación anímica, dicho placer se puede extender a un periodo a largo plazo debido a reminiscencias y sólo ésta puede ser experimentada en una sede que podría ser como el alma.

En Carta a Meneceo (129), Epicuro refiere que todo placer es un bien, así también que todo dolor es un mal, sin embargo agrega que a pesar de que el placer representa algo meramente positivo para el hombre, no significa que siempre deba ser elegido, así como no todo dolor deba ser evitado simplemente por tener una connotación negativa. Esto, debido a que algunas veces, en el caso de los placeres, estos pueden conllevar a desprender molestias mayores si son satisfechos, y en el caso de los dolores, si estos se eligen para ser padecidos, puede ser debido a que a continuación de éste, se puede presentar un placer mucho mayor después de haber soportado una fuerte carga dolorosa. En conclusión, “todas las cosas deben ser apreciadas por una prudente consideración de las ventajas y molestias que proporcionan” ya que con esto se puede alcanzar la felicidad.

Relacionado con esta apreciación sobre las cosas, es importante agregar el concepto de autosuficiencia; “posibilidad y capacidad de concurrir sobre la base de los propios medios a la satisfacción de lo que es necesario para la vida y su plenitud” (Oyarzún, 1999), es decir, en palabras de Epicuro (131), que “si no tenemos mucho, con poco nos sirvamos, convencidos de que los que menos requieren gozar de la abundancia, más lo hacen, por un lado, enfocándose sólo en lo natural, haciendo que su satisfacción aporte una plenitud del placer y por otro lado, desechando lo vano. Entonces, cuando se dice que el placer es el fin, no hablamos de los placeres de los disolutos, ni a los que residen en el goce regalado como algunos que ignoran podrían creer, sino de no padecer dolor en el cuerpo ni turbación en el alma”.

“El principio de todo esto y el mayor bien es la prudencia, el saber del límite; la cual, nos enseña que no es posible vivir placenteramente sin vivir honesta y justamente, ni vivir de manera honesta y justa sin vivir placenteramente” (Epicuro, 132).

Esta idea de Epicuro de relacionar al placer con el dolor, se basa en que el placer y el dolor, son los motivos fundamentales de las acciones de los seres vivos. En que “son los datos primarios de la vida, de la performance de vivir, y vivir es una presencia que es presente para sí misma, por lo tanto, sólo en el placer se da la patencia de la vida en el sentido de esa presencia presente para sí” (Oryazùn, 1999).

El placer y el dolor están presentes e inscritos en el hombre desde que nace, en sus acciones, en la búsqueda de placer y la necesidad de escape del dolor están dadas de forma natural e instintiva, y durante toda su existencia, éstas se mantienen y le sirven al ser humano, como base y como guía para sus elecciones, para sus preferencias, para las aversiones y especialmente, para el discernimiento de lo bueno y de lo malo.

Como ya fue dicho anteriormente, la felicidad a partir de la idea eudemónica de Epicuro adquiere nuevos aspectos que la construyen como concepto, en los cuales, muchos intelectuales, se basarán para explicar su propia teoría de la felicidad y si no con base en él de forma directa, habrá sido gracias a que la sociedad adoptó tales bases en la concepción de la felicidad. Estos aspectos son el placer y el dolor.

Uno de estos intelectuales bien podría ser, Sigmund Freud (1856-1939), psicoanalista austriaco y una de las figuras teóricas de más relevancia en el siglo XX. El cual, al dedicarse al comportamiento del hombre, se enfoca en conocer el porqué de sus motivaciones y de sus acciones, por lo que al cuestionarse a sí mismo sobre los fines y propósitos del ser humano y a lo que éste aspira como meta, introduce el concepto de felicidad, los hombres “quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo” (Freud, 1930).

En esta aspiración del hombre, Freud (1930), propone que involucra dos fases: “por un lado, un fin positivo, es decir evitar el dolor y el displacer, y por el otro lado, un fin negativo, el cual consiste en experimentar intensas sensaciones placenteras. Es de acuerdo a estos dos fines, que la actividad humana se despliega según la meta que el sujeto quiera alcanzar. Sin embargo, en términos estrictos, la felicidad sólo aplica para el segundo fin”.

Es así como la felicidad termina prácticamente definida como la sensación placentera que surge de una satisfacción instantánea, la cual pudo haber sido provocada por la descarga de una tensión percibida como dolorosa o displacentera.

La tensión, para el hombre surge a partir de una acumulación de necesidades no satisfechas y de situaciones que producen sensaciones negativas y displacenteras. En realidad, el ser humano, desde la infancia temprana, tiende constante e inevitablemente hacia el deseo de satisfacer sus necesidades y hacia la necesidad de satisfacer sus deseos, sin embargo, el que éste, al vivir en un mundo en el que la sociedad le suele imponer normas de conducta donde no sólo no lo encamina o apoya a satisfacer sus apetitos, sino que incluso, le dice que debe reprimirlos, hace que éste, esté “más propenso a experimentar desgracia, por lo que suele preferir atenuar sus pretensiones de felicidad y estimar el hecho de que si no se logró la sensación de placer, al menos, se pudo evitar o sobrevivir

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