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El Hombre en los escritos de Isabel Vendramini.

Enviado por   •  5 de Junio de 2018  •  4.772 Palabras (20 Páginas)  •  394 Visitas

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Vi a este Ser Eterno, proveedor de todas las necesidades de sus criaturas, en su trono elevado, no visible, que asegura mi corazón de su alta providencia, y derrama en él, con el desprecio de todas las cosas humanas, su segura providencia, su amor y cuidado en todas nuestras necesidades. Aquí vi exilio, dependencia, pobreza; en El vi todo poder, auxilio, señorío, en los pedidos que debemos hacer como seres sujetos a Dios. (D1001).

Antes de la comunión entendí tal dicho: “¿Cómo podrías tú odiar o arrancar un brazo u otro miembro, porque está enfermo? ¿Y tú quieres que Dios ame a su criatura menos que el hombre? Creo que esto me fue dado para que yo entienda, y también para consuelo de otros. (D709).

¿Eres tan corta de inteligencia que no puedes ver los motivos seguros de los males que afligen los cuerpos y el alma de los mortales? La raíz de todos estos males está en Adán, y en sus hijos que los heredan, éstos nos purifican y nos preservan de los pecados. ¿No es ésta acaso la voluntad amorosa de Dios, apasionado amante del hombre, que nos dio su Verbo, hecho carne, para redimirnos del infierno? ¿Qué valor tendrían nuestros sufrimientos, todos nuestros males sin tal misericordia? (E322).

Dios merece todos nuestros afectos, Él es celosísimo del corazón de su creatura, por eso que cada otro afecto humano no (vivido) en Él, o para Él, lo aleja con el peligro de no encontrarlo jamás. (E400)

EL HOMBRE QUE PONE SU CONFIANZA EN DIOS LO PUEDE TODO

Tus recaídas me parecen que vienen de la poca confianza en Dios. ¿Qué no puede el hombre que en Dios solo pone su confianza, su esperanza? ¿De cuáles luces y fuerza celestial no es éste socorrido? (E279).

El seguimiento de Jesús, como me dices, no apague tu débil naturaleza, ¿con Él que no puede el hombre? A menudo hazle esta oración: “Señor, dame tal temple de espíritu que pueda cargar con todas aquellas cruces que tu justicia amorosa quiera enviarme y haz que nunca las desmerezca” (E396).

Abandónate generosamente en las manos de Dios; te trate Él como mejor le guste: Él es Padre, nosotras sus creaturas (E588).

Con Dios el hombre todo lo puede, por eso recurran a él sincera y verdaderamente y llegarán a ser santas y perfectas como él nos manda (Instr.20,4).

Hija queridísima, después de muchos años que caminas por la vida espiritual, ¿eres ignara que las cosas que me escribes, son inevitables para quien necesita adquirir las virtudes y la santa libertad de espíritu? ¿Todavía eres tan inexperta y muñeca que necesitas, además del consejo, de quien consuele tu espíritu a tu manera? ¿No sabes que aquel que quiere servir a Dios de verdad, busca las penas y las goza y ama celosamente? Si no te sientes inclinada o por lo menos más resignada al padecer que el Señor te envía, signo es que no tienes el carácter de los amantes. ¿Qué puede darte el hombre de consuelo, si no te conforta el consejo de abandonarte a cuerpo muerto en los brazos de quien puede de todas maneras consolar? El solo padecer consuela, sin quitar sufrimientos, a un alma que con Dios no quiere unir otra cosa. (E404)

GRANDEZA Y DIGNIDAD DEL HOMBRE

¡Qué suerte feliz la nuestra! Tener a un Dios inmenso, felicísimo en sí mismo que crea al hombre y en este hombre derrama su beatitud. ¡Oh estupor! ¡Más estupor todavía querer a un hombre Dios! ¡Un Dios hecho hombre, un Dios que viene a la tierra para elevar al hombre al trono de Dios! ¡Qué sofocación de pensamiento y de respiro, qué afectos y asombros nacen en mí! (D169).

Otra cosa conocí claramente y la amé: viendo a todas las creaturas razonables hechas para Él y creadas por él, no puedo dejar de amarlas a todas, sin excepción de ninguna, con todas sus miserias y debilidades. Me basta saber que fueron creadas por aquella mano, por aquel corazón para amarlas perdidamente (D606).

Hoy se me dijo: “La moneda de oro no pierde de valor ni es menos preciosa en la mano de un mendigo como de un rico”. ¿Por qué se ama y aprecia más la virtud en la persona rica de dones naturales que en la pobre y humilde? Y se me repitió: “Porque se ama más la vanidad que la verdad, y más a la persona que la virtud”. Aquí el Señor me hizo ver que estas personas despreciadas son sus verdaderas delicias, su reposo agradable (D1180).

Dios todo, yo nada, es un paraíso eterno para un alma amante. En esta nada y pobreza me veía un ser grande porque salido de aquella mano, porque traído al ser por ese Amor eterno (D1184).

Desde que Dios haciéndose hombre ha heredado las miserias humanas, nosotros hemos heredado las riquezas de Dios pues somos sus hijos adoptivos. ¿Qué es lo que deseamos y queremos que esté en contra de esta herencia o nos lleve a despreciarla y rechazarla?

Elevado es nuestro origen porque venimos de Dios y elevados sean nuestros pensamientos y nuestras obras, porque tenemos que volver a él. (Instr.30,3)

RESPUESTA DEL HOMBRE AL AMOR DE DIOS

Considerando los dichos de S. Francisco: “quién eres tú y quién soy yo”, después de haber contemplado, en cierto modo, este gran Ser y mirando quien sea yo, y repitiendo quién soy yo, entendí: “Parto del Amor”. Aquí se me presentó como podría una madre no amar a su fruto. Y aquí (y lo siento desde hace algún tiempo) un arrebato vivísimo por mi Creador, una imposibilidad de no amar y apretarme a El, pero es éste una calidad de afecto muy marcado, porque nuevo. (D552).

El nombre de Creador mío, de Padre mío y, porque extraviada, también de Redentor, ¡ah, son estos títulos cadenas para mi corazón! ¡Pues, vengo de Dios! … ¡Ah, esta reflexión acompañada de vivas iluminaciones es para mí un dulcísimo imán! ¡Oh, cómo me duele verme una hija tan desnaturalizada, ingrata y soberbia, diferente de mi autor! Grito: “Padre celeste, ten piedad de una criatura tuya que quiere amarte, tierna y suavemente a ti sólo”. El Amor me querría abrazada espiritualmente a este pecho, con arrebatos tiernísimos, pero repito que me retiene, aunque alguna vez intento darme satisfacción (D552)

Nuevamente, te ruego, oh Señor, muéstrate a mi alma de esa manera con la cual yo pueda pensar, querer y amarte a ti solo.

Te ofrezco y te devuelvo aquella voluntad que tú me donaste; yo no puedo más tenerla porque tengo que vivir en ti, contigo y para ti. ¡Ah, Señor, no me pertenezco más, soy toda tuya! Estas gracias tú me la procuraste por medio de tu Jesús. ¡Oh amor!

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