Mater et Magistra.

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En el número tres de la encíclica, toma los aspectos recientes más importantes en su tiempo de la cuestión social. Sobre la agricultura el papa hace ver que no hay razón para forzar a toda una categoría de ciudadanos a un estado de inferioridad, haciendo notar la nobleza del trabajo agrícola, haciendo notar que el agricultor debe concebir su trabajo como una misión excelsa al ser una gran aportación a la civilización humana. Ante todo es preciso que los gobernantes adopten medidas que se ajusten al bien común de los ciudadanos, teniendo siempre la mira puesta en la utilidad de todo el país y que el desarrollo económico en los tres sectores de producción –agricultura, industria y servicios- sea, simultáneo y proporcionado.

Para ello se debe mejorar las relaciones entre los países de desigual desarrollo económico pues esto es el mayor problema para una mejor distribución de la riqueza. Es bueno que los países más desarrollados presten ayuda a los países subdesarrollados para facilitar el mejoramiento de la situación en que viven. Es necesario evitar errores del pasado, respetar las características de cada pueblo, y salvaguardar el sentido moral de los pueblos menos desarrollados. La Iglesia, tiene que contribuir. Dentro de todas estas llamadas que el papa hace, también llama al respeto a las leyes de la vida y de la educación, la reconstrucción de las relaciones de convivencia en la verdad, en la justicia y en el amor.

La doctrina social de la Iglesia tiene una perenne eficacia, y es inseparable a la doctrina que la misma Iglesia enseña sobre la vida humana y por eso, el papa exhorta a que se estudie más, y que se divulgue para mostrar la bondad y eficacia de dicha doctrina. Finalmente, el papa hace algunas recomendaciones más, sobre el trabajo de los seglares en la acción social, el peligro del olvido del hombre, el reconocimiento y respeto a la jerarquía de valores, la santificación de las fiestas y la perfección cristiana y el dinamismo temporal que todo tiene influencia sobre los miembros vivos del cuerpo místico de Cristo que somos todos nosotros.