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Novena . ACTO DE CONTRICIÓN

Enviado por   •  15 de Marzo de 2018  •  5.177 Palabras (21 Páginas)  •  299 Visitas

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¡Oh María Santísima del Carmen, mi Madre y mi amor! de las garras del demonio y de su sangrienta boca despréndeme, sácame y libérame, que para esto yo prometo no dejar jamás tu Santo Escapulario: y para verme libre del sucio y feísimo pecado de la lascivia, Tú seas mi defensa, mi abogada y escudo. Así lo espero de tu piedad, con lo que particularmente te suplico. Amén.

DÍA TERCERO

Poderosísima Emperatriz del cielo y tierra, Madre Santísima del Carmen, Señora nuestra y reina de todas las criaturas, cuyos rendimientos humildes a tu obediencia son testigos irrefragables de tu soberanía, para quien pierde sus parea quien pierde sus fueros la naturaleza todo dispensado en sus leyes, cuando ocurren estas con la necesidad de favorecer a tus devotos. Madre Amantísima, que sabes conservar la vida de tus hijos entre las jurisdicciones de la muerte; como sucedió con Segorbe con un nombrado Diego de Carpe: sorprendido en la mitad del camino por una tempestad furiosa donde fue penetrado por un rayo, desde la cabeza hasta los pies, reducido su cuerpo a un costal pestífero de ceniza, y como si esto solo no bastase para quitarle mil vidas, fue después envestido de una espesa nube de humo encendida, que le quemó todos los vestidos, le reventó los ojos de la cara, le abrazó todo el cuerpo y convirtió en una llama sangrienta denegrida y asquerosa, que no podía verse sin horror y grima. ¡Oh Señora dulcísima! Tú que a vista de tanta lástima ocurriste siempre piadosa y compasiva oyendo las tiernas voces con que este siervo tuyo llamaba diciendo: "Virgen del Carmen favoréceme"; tú que para evidencia del milagro de todo aquel quemado y sangriento cuerpo, conservaste sin lesión la parte que cubría tu Santo Escapulario. Tú que dispusiste se oyesen las roncas y extenuadas voces con que pedía confesión este miserable, por más de media lengua, y que, puesto después delante de tu altar, recobrase ahí los perdidos ojos para que se consolase viendo tú sagrada imagen.

Tú, en fin, que a fuerza de portentos le conservaste vio hasta el sábado inmediato, para premio de la esperanza con que confiaba de tu misericordia; concédeme, Benigna María, que yo también logre tus piedades en vida y muerte. Haz que descienda un rayo de luz divina a mi corazón, que penetre mis huesos, como a otro profeta jeremías, y me enseñe y alumbre el modo de obedecerte, amarte y servirte: y no me niegues lo que en particular te suplico en esta rogativa, si fuere para gloría de Dios y bien de mi alma. Amén.

DÍA CUARTO

Piadosísima Madre de Dios y de los hombres, Reina esclarecida del Carmelo, Divina tesorera de las riquezas de Dios y limosnera mayor de los erarios infinitos. Tú eres, dulce y regalada Madre mía, la mujer fuerte que Salomón pintaba, abriendo la mano para el necesitado y extendiendo las palmas para el pobre desvalido. El Escapulario precioso que en tu mano liberal veneró, es un vestido doble que a tus domésticos abriga, figurado en la capa de Elías, en que participo Elíseo su Espíritu doblado: y es también bendita limosna con que tu grandeza sublima mi miseria. Bien se confirmó esta verdad en Sevilla con una pobre mujer que se mantenía con crear gusanos de seda. Un año que solo tenía poca y mala semilla, porque se ofreció vestir tu Escapulario si echabas su bendición a la cosecha, no solo logro abundantísima, sino también un bellísimo escapulario. Lo mismo y con triplicado primor, sucedió en Trento, donde a un Regidor que se oponía a la fundación de un Convento de Carmelitas, los gusanos labraron en su mismo caso tres Escapularios del Carmen, todos perfectísimos: de los cuales mereció tener una la Reina de España Dña. María de Austria. Así sabes Divina María socorrer pobres, dar habitación a tus hijos y facilitar tus fundaciones, haciendo que hasta los gusanos te sirvan para hacer milagros; y si estos te saben obedecer, ¿Por qué seré yo tan infeliz que no te sepa agradar? Hazme, pues, Madre muy amable, como un pobre gusanillo de la seda que nazca y viva al calor de tu amoroso pecho, que ni oír pueda los ruidos y los estrépitos del siglo. Que en la clausura de mi corazón labre un precio Escapulario, donde grave la cruz de mi estado, y las estrellas de las virtudes con el estambre ajustado de la vida mística; y concédeme piadosa lo que te pide hoy mi rendimiento.

DÍA QUINTO

Divina y Santísima Guerrera, María del Carmen, bendita y agraciada, Judith valiente, que contra el infernal Holofernes esgrimes tu espada vencedora, para defender a los dichosos que en tu maternal sombra buscan el amparo. Bajo de esta celeste sombra desea tomar asiento mi alma, para tener verdadera quietud y gustar del dulce Jesús, fruto bendito de tu vientre. Ya veo, Maestra mía, que no se logra esta paz y serenidad interior, sin pasar antes muchos conflictos, de guerra espiritual; más para estos lances fuertes y peligrosos debates, te convida y te invoca mi debilísimo corazón. Acuérdate Santísima Madre mía, del prodigio que ejecutaste en Jedrea, ciudad de los Estados de Flandes. Cercóla un ejército formidable de Holandeses; el gobernador que se hallaba sin fuerzas

Para resistir el asedio, con unos pocos soldados corrió veloz a tu iglesia, y arrojando a tus pies las llaves de la ciudad, en voz alta te dijo: ¡Oh María! Socorro de los católicos sed Jeldria salud en sus peligros. Al punto comenzó a llover desaforadamente el cielo, Tú misma del Dios de los ejércitos Adalid Divina, te apareciste en el aire con una espada en la mano, capitaneando un ejército de más de veinte mil soldados armados y con banda roja, para mostrar que todos eran mártires de Cristo y mejores príncipes de la sangre; y mirando con enojoso semblante a los herejes, cubrió tal temor a sus corazones, que sin esperar de tu espada el amago, te desampararon con velocidad el sitio, y calzándoles alas a su miedo para huir más a prisa de tu dura presencia, le dejaron a vista de los muros todas las armas, víveres y marciales aprestos. Ea Pues, Valerosa María! Como venciste a estos herejes vence también a mis enemigos invisibles. A ellos Señora! Sepan todos que eres mi Madre, mi tutela y mi amparo: y que no sin misterio una mano empuñada una espada es parte de un Carmelitano Escudo. Ponme, pues, junto a Ti, y aunque todo el infierno pelee contra mí, nada temo, si tú me defiendes; todo lo espero, si Tú me amparas, y especialmente lo que te pido si me conviene. Amén.

DÍA SEXTO

Sacratísima Madre nuestra del Carmen. Ciudad del refugio para todos los fieles y muro inexpugnable de tus devotos. Abogada de pecadores en las causas más desamparadas, si estos ocurren

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