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Ensayo sobre el carte de los sapos.

Enviado por   •  24 de Marzo de 2018  •  5.124 Palabras (21 Páginas)  •  421 Visitas

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26 Infarto fulminante

El 23 de febrero de 2002, pocos días después de la visita de Solano, Urdinola recibió a dos de sus primos, que ingresaron a la cárcel como de costumbre, es decir, luego de suplantar l;i identidad de otras dos personas. Tras pasar al segundo control, el oficial a cargo los miró fijamente y les dijo: —Señores, ¿qué llevan ahí? —Es comidita para Iván —respondió uno de ellos. El oficial abrió el termo, que contenía comida y lo cerró nu& vamente mientras llegaba la autorización para continuar. —Estas huellas de la reseña no coinciden con las de sus iden tidades, pero no se preocupen, el señor Iván me compensará de alguna manera; sigan y perdonen la molestia. Después de pasar por dos controles más, los primos llegaron al patío tres, donde los esperaba Urdinola. —-Primos, ¿trajeron comidita preparada en casa? ¿La hizo ni i tía? Déjenme ver, déjenme ver. Eso huele muy bueno. —Mira, primo, lo que te mandó mi mamá. 177 —Lechona rellena, |Quá regalazoj mi tía todavía se acuerda cuál es mi comida favorita! En un ratico nos la comemos, sigan, sigan. ¿Cómo estala familia? Cuéntenme. Así transcurrieron tres horas de visita y las historias familiares estuvieron a la orden del día. En la tarde devoraron la comida . enviada desde El Dovio y terminaron el remanente de whisky Sello Azul de la última juerga. En la noche, Iván acompañó a sus primos, ya borrachos, hasta la puerta de salida del penal y los despidió con el compromiso de repetir la siguiente semana la tarde de esparcimiento. Uno de los oficiales encargados de la custodia del penal se percató del alto grado de alcohol de Urdinola y lo condujo de regreso a su dormitorio, lo recostó en su cama, le quitó los tenis, lo arropó, apagó la luz de la celda y cerró la puerta. Al día siguiente, a eso de las 10 a.m., Urdinola esperaba la visita de su esposa Lorena Henao. Aún con el guayabo de la noche anterior, se levantó, sacó un analgésico de la mesa de noche, caminó hasta el nochero del lado opuesto, estiró la mano para alcanzar el celular y llamó a Lorena. —Mija, dónde está —preguntó el trasnochado Iván. —Acabo de salir del aeropuerto José María Córdova y tomé la vía Las Palmas rumbo a Itagüí; ¿por qué? —respondió Lorena, extrañada. —Mija,

27 Víctima de su propio invento

Ante la repentina e inesperada muerte de Iván Urdinola, los tres grupos de narcotraficantes en Colombia decidieron convocar nuevamente a una reunión en un sitio conocido tomo La Gallera, en las montañas de Córdoba bajo dominio total de las autodefensas, al mando de Carlos Castaño, Allí fueron llegando Diego Montoya, Víctor Patino, Don Berna, Miguel Solano y Rasguño, Várela mantenía su disidencia acompañado de cerca por Tocayo y el ex coronel Danilo González, quienes se ausentaron de la reunión. Pero Carlos Castaño tenía otras prioridades porque las divisiones en el seno de las autodefensas eran cada vez más evidentes. En la organización existían disidencias poderosas como la de Carlos Mario Jiménez, Macaco, quien dirigía el Bloque Central Bolívar. Castaño no estaba dispuesto a permitir que lo relacionaran abiertamente con los narcos. Era un precio demasiado alto que no estaba dispuesto a pagar. En las AUC: empezaron a ver que Castaño levantó un muro de contención para evitar la filtración abierta del dinero del narcotráfico en el movimiento paramilitar. 184 Sin enconi car apoyo duro y decidido por pirteda (¡ascaflo, los capos del Norte dd Valle no tuvieron otra opción que regresar con las manos vagas a sus dominios. Así, las reuniones de los capos se trasladaron a la hacienda El Vergel, a Coke o a Miralindo, las majestuosas fincas del Mocho en Cartago o La Virginia. Víctor Patino también tenía motivos para estar intranquilo porque en el gremio se especulaba que las agencias antidroga americanas estaban próximas a culminar una gran investigación en su contra y podría volver a prisión. Pero contrario a las recomendaciones que le había hecho Carlos Castaño en el senticio de mantener abiertos los ojos y alejarse de Danilo González, Patino confiaba plenamente en el policía y lo consideraba vital para cumplir su vieja aspiración de acercarse a las agencias federales estadounidenses.

28 Estos también quieren ir

Después de la captura de Víctor Patino, Rasguño intentó bajarle el nivel a la confrontación con Várela y para ello echó mano de los lazos de hermandad que los unían desde comienzos de la década de los noventa, cuando pertenecían al exitoso cartel del Norte del Valle. Mientras tanto, en Cali, Pipe, el primo de Diego Montoya, jefe del grupo ele los Yiyos, contribuyó a alborotar los ánimos entre las dos fracciones del cartel. A finales de mayo de 2002, dos miembros de esa organización sicaríal llegaron a la discoteca Mission pero el guardia que estaba a la entrada salió a su encuentro. —Señores, tienen que hacer la fila como todos los demás. —No, viejo ¿qué le pasa? Nosotros trabajamos con los Yiyos y vamos para adentro, déjenos pasar. —Con mucho gusto los dejo pasar pero por favor guarden sus armas en otro lugar; aquí no se permiten personas armadas —replicó el vigilante. —Llame al dueño de este sitio y dígale quiénes somos nosotros; no se busque problemas. —Asi ustedes B'ean ¡unidos dd iluoiio, l¡i orden es no tlejai1 pasar a nadie con armas. Acto seguido, uno de los Yíyos sacó una pistola de la cintura, apuntó a la cabeza del guardia y la bajó lentamente hacia los píes. Cuando el arma apuntaba al piso, el sicario apretó el gatillo y disparó. El estruendo del disparo retumbó en la discoteca y pocos minutos después aparecieron el supuesto dueño del sitio, un tal Mango, y Chorizo, el administrador, —Jefes, si no dejamos entrar a estos señores me van a matar —explicó el vigilante, señalando con el dedo a los atacantes. —Señores, no hay problema, sigan y disculpen por el mal entendido; están en su casa —dijo Chorizo al asumir el papel de vocero de la discoteca

29 Yo no entrego mi gente

Superado el impase generado por Pipe, Diego Montoya se encontró con Miguel Solano para continuar los envíos de droga a México. Estaban convencidos de que la única opción para seguir vivos era sostener una confrontación con Várela. También de que esa guerra sólo era posible con un gran soporte financiero y qué mejor que la venta de sus embarques de cocaína, cada uno de los cuales alcanzaba las 15 toneladas por despacho. A todas estas, Lorena Henao mantenía su interés en cobrar supuestas deudas que tenía su fallecido esposo Iván Urdinola. Una de las acreencias estaba contenida en un sobre cerrado,

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