Las actividades academicas prioritarias

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lograr resultados significativos. Por otro lado, junto a las tareas más sistemáticas de investigación, necesitamos preparar nuestra mente para la generación de inspiración que desencadene un resultado creativo. Casi nunca, estos chispazos de luz se dan en el horario de trabajo y mucho menos en el entorno de la oficina. La actividad académica en realidad, no puede circunscribirse a un horario de 9 a 6. La generación de ideas nuevas no puede forzarse para que emerja justo cuando lo necesitamos. Esto la convierte en una actividad siempre presente en nuestro espacio de vida. Se tiene la sensación de nunca acabar, de conexión permanente. Requiere que aprendamos a soltar e incluso a olvidar. El problema se complica porque la producción académica suele medirse de la misma forma que si estuviéramos trabajando en un entorno industrial, en una fábrica de producción de bienes de consumo. Cada año somos evaluados para ver cuantos artículos, libros, clases, alumnos, tesis, conferencias y ponencias hemos dado. Es innegable la necesidad de evaluar, pero la producción académica dista mucho de ser una producción en serie. Los sistemas de evaluación premian la cantidad en el corto plazo, olvidan que el proceso creativo no atiende a la lógica de producción mecánica y premian con incentivos económicos al investigador con el fin de que éste aumente su producción. Todo el sistema está diseñado de tal forma que mata la creatividad, la reflexión profunda y la creación de conocimiento conjunto. Se fomenta la competitividad y el individualismo, la rapidez y la inmediatez frente al trabajo reposado y revisado. Gran parte de la producción científica es repetitiva, sin incursionar en desafíos metodológicos y teóricos. Y obedece a un sistema donde el premio es el dinero y el prestigio basado en la cantidad frente a la creatividad y la innovación. Muchos de nosotros sufrimos altos niveles de estrés frente a este sistema evaluador, especialmente los que somos investigadores noveles. Otros muchos, los que han aprendido a navegar en este sistema, se vuelven conservadores en su

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investigación y acaban restringiendo su actividad a aquellas actividades que les van a dar “puntos” para la evaluación. Junto a este conjunto de condiciones “objetivas”, se dan una serie de condicionantes de tipo práctico que tienen que ver con el entorno en que se trabaja y se hace investigación. En muchas instituciones académicas, existe flexibilidad de horarios y de funciones. Esto requiere hacer un balance entre el tiempo que se pasa en la oficina y el que se pasa en casa. Normalmente, muchos de nosotros no contamos con el espacio y el silencio necesarios para tareas de reflexión, de escritura y de creatividad en la oficina. Solemos dejar estas tareas para el entorno doméstico. A menudo, en casa podemos contar con el espacio y silencio requeridos, pero es necesario también establecer una férrea disciplina para resguardar nuestro tiempo de trabajo del asalto de las tareas domésticas y de los hijos. Esto no siempre es fácil. Especialmente si se es madre de niños pequeños. Esta flexibilidad, que en principio es una ventaja, puede convertirse en una fuente de estrés importante que se manifiesta tanto en el entorno familiar como en el del trabajo. Hay una condicionante de género innegable que pesa como una losa invisible en las mujeres que trabajamos repartiendo nuestras tareas entre la casa y la oficina. Una lucha doble, también fuente de estrés, especialmente porque está invisibilizada, ignorada o incluso negada. La flexibilidad se convierte en fuente de estrés cuando no hemos aprendido a manejarla para ajustarla a nuestras necesidades. Es pues, en parte, un asunto de organización personal y en parte, un asunto de estructuras sociales ante las que necesitamos desprogramarnos. En resumen, la profesión de la investigación en el ámbito de la academia formal exige que nuestra mente esté al servicio de un sistema que en realidad está diseñado para obstaculizar las funciones intelectuales, creativas e innovadoras, al menos en México. Genera, además, un proceso de retroalimentación que amplifica esta situación: el estrés que sufrimos derivado de este sistema, hace que nuestra mente no fluya, no esté en calma y se obstaculice, provocando más retrasos que alimentan más estrés en un círculo perverso. Pero ¿qué actitud tomamos cada uno de nosotros ante este escenario? ¿Qué sucede cuando nuestro propio escenario interno no contribuye a enfrentar esta situación de manera óptima? ¿Qué podemos hacer cuando reaccionamos añadiendo más estrés generado por nuestra propia mente? Lo primero es entender cómo estamos reaccionando para después ver qué alternativa tenemos al estrés que nosotros mismos fabricamos ante un escenario de presión.

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Condiciones

 personales:

  “¿qué

 actitudes

  internas

  dominan

 mi

 espacio

  profesional?

 ”

  Entramos aquí en el ámbito personal que tienen que ver con nuestra mochila de emociones, de creencias, de capacidades, de actitudes… y que dirige en gran medida cómo vamos a abordar, enfrentar y moldear la situación laboral en la que nos movemos. Entramos, pues, en el espacio donde encontraremos nuestros “materiales” para reelaborar nuestras relación con el estrés laboral. En este apartado me voy a referir a mi situación personal, reconociendo que en muchos otros casos personales no hay siquiera semejanza con el mío. Creo, sin embargo, que mi experiencia de angustia y miedo en el trabajo puede servir a otras personas en situaciones semejantes. Al menos, ese sería mi deseo, en especial para aplacar esa sensación insufrible de ser la única persona que tiene miedo, que se siente vulnerable frente a sus compañeros de trabajo y que está atenazada por la inseguridad. Si en el ancho mundo hay más personas como yo, espero que esta reflexión que aquí hago pueda serles de alguna utilidad.

Situación

 profesional

 de

 partida:

 formación

 poco

 sólida,

 ámbito

  interdisciplinario,