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Lo que hice en Roma (Enara Trokoniz)

Enviado por   •  5 de Marzo de 2018  •  34.134 Palabras (137 Páginas)  •  287 Visitas

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Bueno, dejaremos la pasta para otro lado, porque al fin y al cabo esto es una cafetería, y veo que tiene un surtido de postres muy interesante. Me he enamorado del Cannolo siciliano, Cupido nos ha disparado a los dos. Este pequeño tubo de hojaldre es un dulce típicamente siciliano, aunque haya quien diga que lo llevaron allí los árabes, y se comen en cantidades industriales en Carnavales. Se dice que no hay pastelería en Sicilia que no los venda, y me lo creo, en Roma tampoco.

Para su elaboración, la masa se fríe hasta conseguir un crujiente hojaldre, este se enrolla, se le añade una fina capa de chocolate por dentro y se rellena con queso dulce ricotta. Finalmente, se espolvorea con pistacho troceado, con fruta confitada, o con lo que quieras.

Mamma mia, il paradiso è qui! No me pido uno, me pido dos, y uno relleno de chocolate sólido, que llena más que dos brownies. Solo pido que no estén envenenados como los que El Padrino le diera a Don Altobello para asesinarlo. “Lascia la pistola, acquista i cannoli”[1], le ordenaría Corleone a Clemenza en otra ocasión tras asesinar a un hombre en El Padrino.

Ahora sí, esta joven estudiante de Bellas Artes se encamina a ver el Colosseo. A mis 23 años, llevo más de media vida soñando con ver este lugar, con visitar esta capital del mundo antiguo, exportadora de todo lo que amo. Lo tengo a diez minutos andando, y me decían que estaba lejos.

La palabra colosal se queda corta para describirlo. Fue muy grande para la época, llegando a albergar hasta cincuenta mil personas, pero también lo es para esta. Dos calles más atrás, entre las casas, comienzas a verlo. Le falta una de las filas superiores por un lado, pero eso no le resta belleza, es su vejez natural. Es invierno, 14 de diciembre, lunes concretamente, y las colas no dan la vuelta varias veces al super edificio. Así que suelto 12 € y sin agobios, ya estamos dentro. No sé puede bajar a la arena, una lástima, yo que había comprado una gladius de madera en la entrada para hacerme mi foto a lo Gladiator...

A una joven pareja española le pasa lo que a mí, que no encuentra las escaleras para subir a las filas de arriba. Una vez arriba, viendo el Anfiteatro de los Flavianos en toda su inmensidad, yo me pregunto, ¿desde qué punto exacto alzaría o bajaría el César su pulgar, regalando o quitando la vida a su discreción? Tengo que probar una cosa. Gritó “Ave Caesar, morituri te salutat” y mi chorro de voz se expande en todas las direcciones. Comprobado, la sonoridad del lugar es buena, a Julio se le escuchaba seguro, pero las miradas que me ha ofrecido el personal y los guardias también han sido interesantes.

A los buenos gladiadores se les preparaba un debut estelar, enfrentándoles desnudos y sin armas a las peores fieras de su continente de origen. Si resistían a eso resistirían a cualquier cosa. Luego ya se les iba dando un poco más de ropa y alguna que otra arma, según se las fueran ganando. No todos los gladiatori eran esclavos o prisioneros de guerra, también había hombres libres, auténticos esclavos de los sestercios o de su ego que se inscribían en las luchas por fama o dinero, por ascender en la sociedad romana. Una estirpe extraña, no sé si repudiable o de una inusual valentía. Al fin y al cabo, quizá no maten a nadie, ¿pero no existen profesiones de alto riesgo también hoy en día en las que se arriesga la vida por dinero?

Otra detalle curioso del coloso es que según por qué lado llegues hasta él, podrás encontrarte con una segura plazoleta custodiada por el Arco de Constantino y el ejército romano, o con una zona de carreteras tan peligrosas que no sabrás ni desde donde sacarle una foto. Yo decidí subir a una acera de unos treinta centímetros de grosor que surcaba aquella “autopista”, la Via Labicana.

Aquella calle era de las de meter morro, como casi todas las de Roma. “Si quieres cruzar la calle tendrás que echarle mucha jeta”, reza un dicho romano que me acabo de inventar. Si no hay paso de peatones y te lanzas, los coches paran, para chillarte, porque ya tienen muchos reflejos, pero en cambio, es bastante probable que esos mismos coches se pasen después un semáforo en verde en el que estabas esperando.

Visto el gran coso, me dirijo piano piano hacia el Trastevere. Realmente, aunque acaba de anochecer, son las cuatro y media, así que tengo toda la tarde para perderme en su seno. No habrá más de dos kilómetros hasta el Trastevere, pero rizo el rizo cruzando Tevere (Tíber en spagnolo) y arribando en el antiguo barrio por un puente en especial: el de Isola. Se llama así porque antes de conducirte a la otra ribera, cruza la famosa isla Tiberina, con su puente puntiagudo y su forma de barcaza. Antiguamente albergaba el templo de Esculapio, dios romano de la medicina, y cuenta una leyenda anterior al templo que la isla se formó después de que los romanos lanzaran al agua el cuerpo del rey Tarquinio “el Soberbio”, concretamente debido a los sedimentos fluviales que se posaron sobre él. Por sus oscuros orígenes, la isla fue un lugar de mala fama, donde enviaban a los presos, hasta que se construyó el templo, para suavizar un poco su fama. ¿Mola o no mola la historia?

Una vez al otro lado del río quiero ver por primera vez, pues volveré más veces esta semana, la Chiesa di Santa Maria in Trastevere, punto neurálgico del barrio. Es el barrio con carácter más marcado de Roma, y por ello me siento como en Areta, mi barrio. Se dice que “Il Trastevere non è Roma” y que “Romano sono turisti in Trastevere”. Nada más que decir. Intento avanzar en línea recta hacia la dirección en que se por el mapa que se encuentra la iglesia, pero una cosa es la dirección y otra lo que me permiten hacer las callejuelas enrevesadas.

–Dove si trova la chiesa di Santa Maria? –asalto a un niño de unos trece años.

–Ci. Ricorda, sempre dritto e dopo gira a destra.

–Grazie di cuore.

“Gracias de corazón”... ¿Para qué le pregunto si después no me voy a fiar de él, si voy a volver a mirar el mapa e irme a la izquierda en vez de a la derecha? No está bien, Enara, no está bien.

Me trago mi orgullo y rectifico, volviendo a probar suerte. La plaza es preciosa, pero se halla muy solitaria, sin nadie que beba a sus pies. Bueno, es lunes, ya vendré el viernes, o el sábado.

Vuelvo a tener hambre, ¡mmm, galletas! Traigo una lista de restaurantes tradicionales y económicos para probar en el Trastevere. Se la enseño a la joven dependienta de una óptica, muy agradable ella, y me dice que me olvide, que algunos son caros y que

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