El puerto de Acapulco. Historia global del comercio de un puerto novohispano, 1634-1778
Enviado por Ensa05 • 19 de Diciembre de 2018 • 6.484 Palabras (26 Páginas) • 436 Visitas
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A continuación, se enumeran los lugares indicados en el plano, como lo son el Castillo de San Diego, la Ciudad de los Reyes, la Isla San José, la Ensenada de la Langosta, la Fortaleza de Santiago. Asimismo, se señalan los lugares donde se piensan construir defensas para el puerto como el nuevo baluarte proyectado para la defensa de la entrada del puerto. Se indica la localización de otros puntos de la playa como son Las Condesas, Piedras Alvas y el Farallón del Obispo.
Aunque tenemos planos y mapas de los puertos importantes del imperio español desde el siglo XVI, es curioso notar un aumento en el número de ejemplares como éstos en la segunda mitad del siglo XVIII. Para dar un ejemplo, de la totalidad de los planos y mapas correspondientes al puerto de Acapulco que se encuentran en la mapoteca del Archivo General de la Nación de México, más del 70% corresponden al periodo posterior a 1750. Esto nos da pie a que en nuestro siguiente aparatado tratemos de averiguar qué fue lo que motivó a la corona española a aumentar el número de los registros cartográficos de sus puertos en estos años y por qué se puso tanta atención en los puestos de defensa militar de éstos.
- Reformas comerciales y conflictos imperiales: los motivos del plano de San Diego de Acapulco
La Guerra de Sucesión española (1701-1713), trajo como consecuencia la llegada al poder de la casa de los Borbones, y esto conllevó a un reacomodo de los poderes políticos y comerciales al interior del imperio español y entre éste y otras potencias europeas. Aunque el siglo XVII fue un siglo de crisis para Castilla[3], y se registraron conflictos bélicos entre ésta y otras potencias europeas (como la guerra anglo-española de 1655 a 1660), los enfrentamientos entre la Corona española y sus pares de Inglaterra y Francia alcanzaron sus puntos culminantes en el siglo XVIII y principios del XIX.
Frente a un mundo que cambiaba, y en donde España se estaba rezagando como potencia, los nuevos monarcas borbones emprendieron una serie de reformas a lo largo y ancho del Imperio con la finalidad de robustecer la capacidad financiera y militar del éste así como recuperar los espacios de poder que había perdido la metrópoli ante las distintas élites locales durante el siglo XVII.
Así pues, las llamadas Reformas Borbónicas, tuvieron en esencia tres objetivos: 1) volver más eficiente la recaudación fiscal al interior del imperio español, con la finalidad de aumentar los flujos monetarios que se dirigían a la tesorería de Madrid, 2) utilizar parte del dinero recaudado en mejorar las defensas militares del imperio, sobre todo a raíz de la toma de posiciones importantes por parte de los ingleses como Portobelo en 1739 y la Habana y Manila en 1762 y 3) desplazar a las élites criollas que en Hispanoamérica habían conseguido un importante margen de autonomía, sobre todo económica, logrando burlar la autoridad de la metrópoli y facilitando de esta manera, el fraude y el contrabando, en perjuicio de la Real Hacienda.
Aunque la historiografía tradicional acerca del reformismo Borbón, sostuvo que las reformas comerciales emprendidas entre 1765 y 1778, tuvieron como objetivo la liberación del comercio hispanoamericano, trabajos más recientes han replanteado el asunto y han llegado a la conclusión de que éstas únicamente relajaron el rígido monopolio comercial de la corona española.[4] En este sentido, las reformas borbónicas fueron el medio para que la corona española se adecuara y adaptara a los cambios registrados con anterioridad en la economía colonial hispanoamericana, sobre todo en el siglo XVII y no tanto un paquete de medidas innovadoras que impulsaron su desarrollo.[5]
Pero, ¿cuáles fueron los cambios en la economía hispanoamericana en el siglo XVII y en concreto, cómo afectaron éstos la dinámica comercial del puerto de Acapulco? A grandes rasgos, lo que podríamos señalar es que durante el periodo que va de 1634 a 1740, se registró un incremento constante en el comercio interoceánico entre Cavite, Filipinas y Acapulco, que estuvo fuertemente caracterizado por el fraude, al rebasarse por mucho la cantidad de mercaderías permitidas para la Nao de Manila; hubo un aumento en el contrabando de géneros entre los puertos novohispanos, centroamericanos y limeños, a pesar de la prohibición de 1634 que impedía al Perú comerciar con Nueva España, y finalmente, el volumen de mercaderías extrajeras, ilegalmente comercializadas en los reinos hispanos en América también fue al alza.
Con el reformismo borbónico, en particular con las modificaciones a los reglamentos de comercio puestos en vigor durante el reinado de Carlos III, las autoridades imperiales no buscaron ponerle punto final a los intercambios comerciales antes mencionados, sino que se impusieron como árbitros exclusivos de este comercio. Dicho de otra manera, las autoridades imperiales convirtieron lo ilegal en algo legal y hacer a la Corona administradora de estas transacciones. Sin embargo, uno de los problemas centrales de estas nuevas reglas, fue cómo impedir que el fraude al real fisco, práctica extendida en toda América hispánica, y en la cual los oriundos de los reinos eran verdaderos expertos, pudiera ser combatido de forma eficaz por las autoridades reales.
La solución que la Corona encontró fue reforzar la vigilancia fiscal y la defensa militar de los principales puertos y ciudades de los reinos que integraban el imperio. De esta manera, la Corona podía combatir el fraude y el contrabando y también impedir que posesiones estratégicas para el funcionamiento del comercio intraimperial fueran amenazadas por la piratería inglesa, francesa y holandesa, que durante el siglo XVIII vivió una de sus épocas de mayor auge.
En este escenario de profundos cambios, el puerto de Acapulco y el Pacífico hispanoamericano en general, comenzaron a llamar cada vez más la atención de la Corona española, debido a que este espacio, concebido históricamente por la monarquía hispánica como una frontera pasiva y débil del confín territorial imperial[6], se había convertido en los últimos cien años en un complejo entramado de redes mercantiles[7] controladas por los consulados de la ciudad de México y de Lima principalmente y en donde la piratería y las ambiciones del Imperio británico se hacían cada vez más evidentes.
Para ver tan sólo algunas manifestaciones de lo que venimos hablando atendamos a los siguientes casos. En 1743, el corsario inglés Anson capturó la nao de Manila Nuestra señora de Covadonga, provocando que muchos mercaderes filipinos y novohispanos sintieran gran inseguridad de apostar sus capitales en una ruta que se tornaba peligrosa.[8] Cuatro años
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