ANIMALES EN PELIGRO DE EXTINSION, Medidas de Conservación
Enviado por tomas • 29 de Diciembre de 2017 • 3.105 Palabras (13 Páginas) • 541 Visitas
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Conclusión
A la isla de Margarita llegan cada año las tortugas marinas a efectuar su proceso de anidación. No obstante, todas las especies están en peligro de extinción y entre ellas se encuentran el carey. Según la Unión Mundial de Conservación de Especies y el Libro Rojo de la Fauna de Venezuela, las tortugas carey y cardón están en peligro crítico de extinción.
Estos galápagos están afectados por tres impactos primordiales: la cacería furtiva y el saqueo de nidos, destrucción y degradación del hábitat reproductivo y desaparición de sus alimentos, y la contaminación ambiental.
“Muchos los cazan para comérselos, si no, cuando las tortugas llegan a las playas, se encuentran con un sector ocupado por toldos, sillas, luces que desorientan y gran contaminación”
La temporada de anidación es de febrero a julio, a veces se extiende a agosto y aunque hay 45 playas de anidación, las más comunes son playa El Agua, Parguito y Humo las que tienen mayor conflicto de uso.
La mano del hombre suele acelerar el proceso de desaparición de una especie, por tratamiento inescrupuloso y caza. El desarrollismo y acaparamiento de espacies para actividad turística, inmobiliaria e industrial, suele ir deteriorando el hábitat y dándole fecha de “extinción” a la fauna que allí habita.
Tortuga carey Eretmochelys imbrincata
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Playas del Estado Nueva Esparta donde puedes encontrar la Tortuga Carey
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DESCRIPCIÓN DE LA ESPECIE
Popular mamífero de mediano tamaño, pelo suave y corto, orejas largas y rabo corto, es una especie fundamentalmente crepuscular y nocturna que constituye pieza clave en nuestra fauna y que hasta 1912 (J. W. Gridley) se incluía dentro de los roedores, por su similitud con los mismos, si bien a partir de esta fecha se incluyó taxonómicamente dentro del grupo de los lagomorfos, al ser evidentes las diferencias ente uno y otro orden: los roedores tienen un par de incisivos en la mandíbula superior que encajan perfectamente con el par correspondiente de la mandíbula inferior; mientras que los lagomorfos tienen más desarrollados los dientes de la mandíbula superior que no encajan con los de la inferior (de aquí que se llame a este tipo de dientes tan característicos de la especie como “dientes de conejo”).
El conejo es una especie muy antigua, de modo que por los estudios fósiles se ha podido determinar que antes de la última glaciación abundaban en una amplia zona de Europa, que incluía a países como Francia, Bélgica, Alemania o la isla de Gran Bretaña. El posterior enfriamiento del continente los fue desplazando hasta el sur, quedando acantonados en la Península Ibérica y Norte de África, de donde volvió a extenderse hasta el norte. En el S. III los romanos los llevaron a Italia, pero en el S. XVI todavía no existían en Alemania, aunque sí han sido citados en algunos conventos, como animales de corral de las comunidades religiosas. En la antigüedad España tenía fama como país de conejos, hasta el punto de que se considera que el nombre de Hispania, de origen fenicio y del que procede la palabra España, deriva del nombre de este animal. Cátulo, llamaba a esta península “Cuniculosa Celtiberia” y en las monedas hispanorromanas de Adriano el conejo figuraba como uno de los símbolos de Iberia (W.G. Foster, 1972). Otra cita histórica curiosa nos viene de la mano de Estrabón, el que refiere la introducción de Hurones en las islas Baleares, para combatir a los conejos que allí proliferaban, tras fracasar las mismas tropas romanas en su exterminio.
El conejo es una de las llamadas especies claves o esenciales de la cadena trófica de la fauna ibérica, de modo que se ha estimado que en mayor o menor medida dependen de él unas cuarenta especies, por lo que se ha considerado a este animal como una especie básica en el conjunto de las especies que integran la fauna del bosque mediterráneo, lo que supone que su desaparición o disminución puede afectar directa o indirectamente a las especies que dependen de él como alimento, tales como el grupo de los carnívoros, sin excepción, aves como las medianas y grandes rapaces diurnas y nocturnas o a reptiles como la culebra bastarda o la de herradura o el lagarto ocelado, además del jabalí y del erizo (Erinaceus europaeus). Aun cuando el caso más llamativo es el del lince (Lynx pardinus), cuya alimentación básica está integrada en un 70/90 % por conejos, de forma que se ha considerado que la causa que más ha influido en la disminución de los linces, hasta colocarlos al borde de la extinción terminal, ha sido la disminución de la población de conejos por las plagas sufridas por este animal, a las que haremos más detallada referencia más adelante (AMPLIAR INFORMACIÓN SOBRE LA INCIDENCIA DE LA DISMINUCIÓN DE LA POBLACIÓN DE CONEJOS EN EL LINCE).
Una de las características más importantes del conejo, es la de su extraordinaria fecundidad y capacidad para reproducirse. De modo que se ha calculado que la descendencia de una sola pareja, que no tenga interferencias negativas para su desarrollo, puede alcanzar la increíble cifra de 1.848 individuos (W. G. Foster, 1972). Clásica en la literatura científica es la cita de un granjero australiano que tuvo la fatal ocurrencia de introducir en Australia tres parejas. A los tres años de su introducción y debido a que el conejo no tenía en ese continente depredadores naturales, los descendientes de aquellos conejos eran ya 14.000.000 de individuos. Desde entonces su población fue en aumento y aun cuando se idearon todo tipo de métodos para combatirlo, incluida la introducción de zorros pero éstos, lejos de solventar el problema crearon una nueva problemática ecológica, al desentenderse de los ágiles y escurridizos conejos y por el contrario afanarse en otras especies más incautas como ocurrió con los marsupiales, que no estaban habituados a la presencia de depredadores, por lo que el efecto aún fue más nocivo y dañino. En estos momentos la población australiana de conejos se estima en unos 300 millones, con graves incidencias en el resto del ecosistema. Donde sí ha tenido la población de conejos una importante reducción ha sido en el viejo continente, siendo en el año 1952 cuando un medicó francés, el tristemente famoso Doctor Armand Delille, inoculó el virus de la mixomatosis a unos conejos que al parecer producían daños en sus viñedos, transmitiéndose el virus de unos ejemplares a otros por los mosquitos
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