Carcajadas del cielo

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El atardecer pintado con tono de betún cayó y cubría el tronco, era de tal forma como el demonio entre mis dedos que vino a verme en esta tarde, trataba de decirme ¿cómo sobrevive lo humano? Respondí cuando todo me encanta yo ignoro si alguna cosa me seduce, quizás me había vuelto loca pues hablaba con un árbol.

El árbol respondiendo componía tan inquieta tristeza que una suave voz de mujer, pobre alma solitaria necesaria de una compañía, sus ojos llenos de luz brillan con un fulgor místico, teniendo los cirios en pleno día; pero la luna no extingue su llama fantástica y de un soplo la gata frente a ella la acaricia, su felicidad se despliega como un pedazo de papel ahora aquella con rostro solitario y un hábito tan amplio como un lago y oscuro como la noche; esta alegre, una nota discordante se escapó vacilando ya no tiene miedo en sus 32 años de vida pudo comprender que el amor es un secreto y nos acompaña eternamente y donde su amplia falda vas barriendo el aire siguiendo un ritmo, perezoso y lento ahora le había dejado una parte de mí ,mi gata.

Solo quedaba yo, camine algunos metros y recordé, a la niña que danzaba clara y alegre cual una fanfarria en su mundo de imaginación y que aquel almohadón mío se habría llevado, también del viejo abuelo abatido que sueña y sufre hundiéndose con la atracción del abismo, buscando respuestas de porque la noche no lo encuentra, pues estarán jugando a las escondidas o bien como un frasquito lleno del acre olor del tiempo, polvoriento y negro de aquella monja que sobrevive con el dulce color ámbar de las pupilas de un ser de cuatro patas, que le enseña a vivir y a danzar en donde la infancia se alía con la madurez para entender como poder amar, vivir y morir.

Desde el cabo del mundo, allá, todo es orden, belleza, lujo, calma y voluptuosidad, el mundo se ha adormecido y me susurra que un alma en secreto, posee una dulce lengua natal, las más raras flores mezclan los suaves sabores, el vago aroma de un pensamiento sin fundamento, perturba un alma, pero la luna y sus destellos albergan su camino, lo he encontrado un joven gay que ama sin restricción, preguntándose: ¿que hace que nos diferenciemos los humanos de los demás animales? le digo; el hombre embriaga, ama, ríe, llora, destruye un palacio mancillado de tumultos de ideas que se destruyen como bestias que devoran, juzgan y chocan con gran prisa, con un gusto de la nada cambiando el oro por hierro , el paraíso en infierno.

Lo mire y con una contemplo lo agarre del brazo, insaciablemente caminamos y llegamos a admirar al hombre como reflejo de un tambor de víctimas y verdugos, amantes y amados, bofetadas y mejillas, sangre y vampiros y a una risa eterna que nos convierte en hombres.

Frote mis ojos y me encontraba de nuevo en aquel mar pero esta vez no llevaba ni almohada, libro ni gata estaba de nuevo sola, pero esta vez tenía un nuevo paisaje el cielo ya no se burlaba de nosotros, me miraba y gratamente charlaba mientras yo apoyaba mis manos bajo el mentón, la brisa jugaba mientras tanto con mis pensamientos en un tibio recuerdo.