Carta a un amigo

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Justo en esa parte de la ciudad también fue presente del cómo te hacías un hombre de bien ante la sociedad, el “Instituto Tecnológico de Celaya” con todos sus tantos salones, aulas y canchas deportivas, sus paredes con sus enormes y fantásticos murales, fueron espectadores del cómo te titulabas de Ingeniero en Sistemas, del como tu gente te felicitaba y te admiraba, del como tus compañeros de otras especialidades se bromeaban contigo en un son de alegría tan grande como el logro mismo.

¿Y qué me dices de la bola del agua?, esa imponente torre con una esfera arriba y a la cual la modernidad la alcanzo poniéndole luces neón para que en las noches simplemente diera una postal impresionante, era increíble como cuenteabas a muchos fuereños con el dato que según en ella como ya no había agua, había cajeta, yo no sé de donde sacaste semejante idea, pero aún más increíble era como lo creían los turistas o la gente de fueras, pero que te puedo decir, si ahorita vinieras y te dijeran eso, quizás simplemente te sorprenderías yéndote con la pregunta ¿Sera verdad? Y siendo solo desengañado por tu lógica más nunca por tu memoria.

Con tanto recuerdo hasta a mí me dieron ganas de llorar, lástima que no puedo, pues no tengo ojos, y a mí no me toca el viento, solo te pido que vuelvas o al menos no tires al olvido todo esto, pues es tu tierra quien más te extraña, se pone triste cada vez que un fuereño se admira más de ella que su hijo mismo, y a diario me pregunta cuanto faltara para tu regreso, y le llena de nostalgia la distancia entre tú y ella.

No diré más, me debo marchar y dejar que lo hagas también, quizás ya no te vuelva a escribir, no porque no quiera, sino porque no puedo, tu no me conoces pues a diario cambio mi nombre y apellido, con un gran aprecio y a modo de despedida.

¡Te quiero!

Atte.

Tu gran amigo: El tiempo