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Criterios y metacriterios de la democracia.

Enviado por   •  20 de Marzo de 2018  •  4.923 Palabras (20 Páginas)  •  507 Visitas

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Este pequeño suceso, y sobre todo la ingenua pero demoledora pregunta de Ian, creo que nos ayudan a plantear un asunto fundamental. Es claro que Ian no está preguntando, por ejemplo, por qué es más conveniente satisfacer a tres personas que a una, ni por qué es asunto de buena educación complacer al visitante. Lo que él está preguntando es algo más radical: "¿por qué es mejor?", es decir, por qué es de mayor calidad moral lo que desean tres personas que lo que sólo desea una persona. Al fin y al cabo, considera Ian, se trata de dos cosas que tienen la misma calidad moral. Se trata de dos formas de egoísmo que sólo difieren en un aspecto: en su número (un egoísmo lo comparten tres personas, el otro es el egoísmo de una sola persona). Lo que pone en cuestión, pues, la pregunta de este niño es el criterio de la mayoría como criterio de calidad moral. Lo que para él resulta extraño es que necesariamente sea mejor lo que desea un mayor número de personas que lo que desea una sola persona. Si ambos, el conjunto de tres y la persona sola, desean lo mismo, esto es, satisfacer su egoísmo, no hay ninguna razón para pensar que sea mejor lo que hacen unos que lo que hace el otro. El criterio de la mayoría, pues, no parece ser un fundamento suficiente para decidir sobre la bondad de una determinada decisión.

Puesto que la democracia como forma de gobierno y de vida se justifica a sí misma en muchas ocasiones por el criterio de la mayoría, cabe preguntar ahora, parafraseando la pregunta de Ian, ¿por qué es mejor la democracia (una forma de gobierno basada en el deseo y la opinión de muchos) que, por ejemplo, la monarquía (una forma de gobierno que se funda en el deseo y la opinión de una persona)? Como vemos, semejante pregunta no admite una respuesta absoluta. No hay nada que nos permita afirmar con certeza que es mejor el egoísmo de tres personas que el de una, como tampoco hay nada que nos permita decir que necesariamente es mejor la democracia que la monarquía. De hecho, por ejemplo, en algunos países europeos como España, ha sido la monarquía la que ha garantizado la consolidación de la democracia.

No hay nada, pues, que nos pueda decir que, en sentido absoluto, es mejor la democracia que otra forma de gobierno. A lo mejor, para usar una bella fórmula del gran Aristóteles, la democracia no sea más que "la mejor forma de gobierno posible según las circunstancias". Es decir, no la mejor en sí misma, sino sólo dada la condición propia de los hombres que somos hoy y aquí. Tal vez se trate únicamente de lo que hemos sugerido previamente: la democracia es aquella forma de gobierno imperfecta que mejor se acomoda a nuestras propias imperfecciones. Si ello es así, no podemos decir por qué es mejor, sino que sólo podemos intentar saber por qué y bajo qué condiciones preferimos nosotros la democracia.

Preguntémonos, entonces, lo siguiente: ¿por qué razón preferimos la democracia a otra forma de gobierno? Subrayo el término "razón" para indicar que lo que busco es algún tipo de argumento que nos pueda mostrar por qué es más razonable vivir democráticamente que, por ejemplo, bajo un régimen autoritario, y no simplemente la causa por la cual nosotros de hecho preferimos la democracia, pues es muy probable que la causa de nuestro apego a la democracia no sea otra que la incapacidad para imaginarnos algo distinto a ella o la mera costumbre de vivir bajo un régimen que se identifica con dicho nombre.

Pero volvamos sobre nuestra pregunta: ¿por qué razón hemos de preferir la democracia? No hay tampoco aquí razones absolutas. Alguien podría decir, por ejemplo, que sería mejor entregar la responsabilidad sobre el gobierno de nuestras vidas (es decir, la administración de nuestro hogar, de nuestras escuelas, de nuestras ciudades, de nuestro país y hasta de nuestra propia vida personal) a una élite intelectual, a unos cuantos "ilustrados", quienes podrían, seguramente mejor que nosotros mismos, decidir sobre lo que nos conviene y sobre lo que es bueno y justo para todos. Esta posibilidad, sin embargo, nos aterra, pues -aún si fuera cierta- nos despojaría de la propia responsabilidad de nuestra vida y nos haría seres por completo heterónomos e incapaces de decidir con criterio sobre nuestro propio ser.

El atrevernos a pensar en semejante hipótesis nos revela, sin embargo, algo esencial en torno a la noción de democracia. Aquello a lo que no quisiéramos -y aún si quisiéramos no podríamos- renunciar por ninguna razón y bajo ninguna circunstancia es precisamente a ser lo que somos y a decidir por nuestra propia cuenta sobre lo que sentimos, deseamos y pensamos. Ello resulta imposible bajo un régimen dictatorial, así se trate de la hipotética dictadura "ilustrada" que previamente nos imaginábamos. Y ello es precisamente lo que, de una forma u otra, permite y garantiza un régimen democrático. Si preferimos la democracia es precisamente porque preferimos la libertad a la esclavitud, el pensar por nosotros mismos a las verdades de los "ilustrados", el riesgo de asumir nuestras vidas a la fácil rutina de hacer lo que otros nos mandan. Este, creo yo, es el fundamento último y único de toda democracia: un modo de gobierno en donde cada uno puede ser lo que él mismo ha elegido para sí y en donde ha tenido ocasión de hacer esa elección de una forma libre y razonada.

Preferimos, pues, la democracia. Esto parece claro. Pero, ¿cuál democracia? ¿Qué requisitos debe cumplir una cierta forma de vida personal y política para que podamos considerarla con certeza una "democracia"? Empecemos por algo que no por evidente deja de ser cierto: aspiramos a una democracia real. Es decir, aspiramos no sólo a un régimen de vida en donde nos quedemos en la declaración formal de bellos principios, sino a poder vivir según principios que son producto de nuestra elección y que de algún modo satisfacen nuestras necesidades más sentidas en tanto seres humanos.

Estaría de sobra decir lo anterior si no viviéramos precisamente en un país y en un mundo en donde muchas veces la democracia no es más que un asunto de forma. No sólo el término "democracia formal" se usa con frecuencia en la teoría política, sino que, de hecho, son muchas las dictaduras que se han instaurado, en Latinoamérica y en otras partes del mundo, bajo una fachada democrática.

Veámoslo en una situación concreta. ¿Podríamos afirmar con certeza que tenemos una democracia más viva, más madura o más auténtica por el hecho de que una Constitución Política nos defina como "un Estado social de derecho" o porque esa misma constitución haya instaurado interesantes mecanismos de participación ciudadana

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