Dama pobreza
Enviado por Mikki • 28 de Noviembre de 2017 • 1.072 Palabras (5 Páginas) • 534 Visitas
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Tercera consideración
Hemos de pensar en cómo Meser Bernardo íbase poco a poco sintiendo
invadido por un desengañado deseo de muerte pareciéndole que solo si dejaba la existencia colmaría aquellos monstruosos y crueles anhelos de su corazón que no había logrado satisfacer con todas las venturas que ofrece la tierra a sus hijos predilectos.
Mas llego una noche la noche anterior a la fiesta de la navidad del señor en que la mortal amargura de su ánimo creció en tau gigantescos términos que no hubo ya porción de su espíritu que no fuera invadida por el funesto afán de aniquilamiento.
Dicho y hecho: no dilato la partida. Era ya más de media noche. Salió calladamente de su regio dormitorio; bajo al jardín, lleno de nieve y castigado por las ráfagas feroces en la noche oscurísima.
No tardó en encontrarse en pleno campo. Noche oscurísima. Solo la nieve clareaba lívidamente bajo los cielos de tinta. Del seno impenetrable de la universal tiniebla venían las rudas manos, invisibles y heladas, del gigante del viento, que zamarreaban fragorosamente las ramas de los árboles y azotaban con fiereza las mal cubiertas carnes del fugitivo.
Hacia mediodía ceso la nevada, y Bernardo, al descorrer sus flecos la cortina de copos, descubrió ante sus ojos un paisaje tétrico, bajo denso cielo de plomo, agrestes montañas envueltas en uniforme sabana de nieve.
Recordó las habilidades de sus años morosos y supo disponer la leña en
forma que ardiera vívidamente, llenado la gruta con su dorada claridad y alegre chisporroteo, ya estaba despierto el niño, una indecible sonrisa parecía pintarse en sus labios, ahora faltaban la doncella y el anciano. Pensó entonces Bernardo que quizá recobrarían antes el sentido si les daba a beber algo cliente.
Cerca ya de la gruta creyó oír un balido entre unas mantas. Dejo el cántaro en tierra y lleno de ansiedad, busco la causa de aquel ruido.
Su cansancio era extremo, pero jamás se había sentido tan feliz como entonces, al cabo de toda una vida de dichas exteriores y amargura en el fondo del pecho, encontraba ahora una nueva alegría, pelan rotunda, competa, un gozo incomparable, que estremecía todas sus entrañas, no en lo que llamaba el mundo placeres, sino en los congojosos trabajos y fatigas pasadas para traer a la vida a aquellos desconocidos viajeros.
Y por primera vez recordó las palabras de San Francisco, al darle aquel grijarro transformado en oro, que fue origen de su riqueza.
Lloro hora y horas con una emoción y alegría que jamás hubiera sospechado. Cuando se secaron sus ojos tenía ya decidido cuál iba ser en adelante el curso de su vida: buscaría un rincón donde nadie lo conociera, y allí, en absoluta pobreza emplearía los años de vida que Dios quisiera dado en el cuidado de los enfermos desvalidos.
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